Índice ignominioso de pobreza
Enfrascada en sus luchas de poder, la política argentina solo se dedica, desde hace más de dos décadas, a suministrar la aspirina de los planes sociales como único medio para combatir el infamante flagelo de la pobreza, sin atacar ningún síntoma ni ofrecer tratamientos probados con éxito en todo el mundo: inversión productiva, fomento de la cultura del trabajo y equiparación de oportunidades a través de la educación.
El vocablo latino ignominia hace referencia a ofensa, ultraje, injuria, desdén, agravio, insulto, desprecio, humillación, degradación, escarnio y vergüenza, entre otros significados. Varios otros sinónimos similares se pueden encontrar para describir la terrible estadística oficial que establece que la pobreza aumentó en el segundo semestre del 2020 y alcanzó en todo el país el 42%, mientras que la indigencia llegó al 10,5%.
Los valores de finales de 2020 son los mayores desde 2006, si se analiza la serie recalculada por el Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (Cedlas) de la Universidad de La Plata, luego de la nefasta intervención del Indec desde 2007 y de que el instituto oficial directamente dejase de publicar datos de pobreza a partir de 2013.
Si se analiza por edades, los datos actuales muestran que más de la mitad de los niños del país son pobres. La pobreza infantil ascendió en el segundo semestre a 57,7%, mientras que la indigencia en los menores llegó en este período al 15,7%. Se trata del rango etario más afectado en ambos indicadores. Además, los guarismos dan cuenta de que la situación de pobreza supera a la mitad de la población en el Gran Buenos Aires, el corazón urbano del país y el botín más preciado para la dirigencia política que parece solo preocuparse por mantener una realidad a base de asistencialismo y clientelismo.
Hacerse cargo de la debacle sociocultural, política y económica de la Argentina implicaría, de mínima, algún atisbo de rubor en los duros rostros de la clase dirigencial del país. Sin embargo, ahí están las mismas voces que en años anteriores hicieron declamaciones rimbombantes sobre el éxito de las políticas para combatir las penurias que hoy alcanzan a casi la mitad de la población.
Un ex jefe de Gabinete, hoy gobernador de la provincia más pobre del país, Chaco, sostuvo en 2014 que el gobierno al que pertenecía "prácticamente ha erradicado los niveles de pobreza e indigencia". Un año más tarde, su reemplazante manifestó, muy suelto, que la Argentina tenía menos indicadores de pobreza que una potencia mundial como Alemania. Se basó este último en datos del Indec intervenido que fueron utilizados por una expresidenta en su alocución en la FAO: "El índice de pobreza se ubica por debajo del 5 por ciento, y el índice de indigencia en 1,27 por ciento, lo que ha convertido a la Argentina en uno de los países más igualitarios". Meses más tarde, el presidente que la reemplazó con el eslogan de "pobreza cero", pidió que se lo juzgue al final de su mandato por el cumplimiento de esta promesa. Por cierto, no solo no lo consiguió, sino que los índices crecieron hasta niveles exasperantes como consecuencia de los desaguisados cometidos.
Enfrascada en sus luchas de poder, la política argentina solo se dedica, desde hace más de dos décadas, a suministrar la aspirina de los planes sociales como único medio para combatir el infamante flagelo de la pobreza, sin atacar ningún síntoma ni ofrecer tratamientos probados con éxito en todo el mundo: inversión productiva, fomento de la cultura del trabajo y equiparación de oportunidades a través de la educación.
Generaciones enteras de argentinos sufrieron y sufren el despropósito de vivir las consecuencias de la miseria y la marginación, producto de mucho tiempo de decisiones y acciones manipuladoras que solo procuraron mantener capital electoral. Ignominia por donde se la mire.