Francamente, se necesita un plan
"Francamente, no creo en los planes económicos. Creo en las metas que podemos ponernos y cumplir", declaró Alberto Fernández al diario británico The Financial Times. Que no se crea en la necesidad de establecer una dirección concreta en materia económica acerca al país al desfiladero y enturbia el ya fangoso futuro que se avizora.
La declaración del presidente Alberto Fernández al diario británico The Financial Times de que no cree en los planes estructurados para manejar la economía llamó poderosamente la atención. "Francamente, no creo en los planes económicos. Creo en las metas que podemos ponernos y cumplir", explicó el jefe de Estado.
Causa, al menos, extrañeza que la máxima autoridad del país haya pronunciado esta frase en medio del tembladeral económico que se ha generado en el mundo entero y que en la Argentina va camino a convertirse en una crisis de proporciones cuya magnitud generará consecuencias muy graves.
Pero además, la oración referida encierra una contradicción en su base. Porque si se cree en las "metas que podemos ponernos y cumplir", se ha establecido el primer paso de una planificación correcta. A partir del diagnóstico de la situación y de los objetivos cumplibles que se propongan, es necesario establecer una correcta diagramación de las acciones a llevar adelante. Y si esto es preciso en cualquier ámbito, mucho más lo es en la economía de este país devastado por los sucesivos fracasos en la materia.
Las palabras del presidente fueron pronunciadas en una entrevista con uno de los medios especializados en economía más prestigiosos del mundo, por lo que no se puede pensar que no tendrían mayor repercusión. El Financial Times es una de las publicaciones de referencia para los hombres de negocios de todo el planeta.
Por lo mismo, y de acuerdo a las derivaciones inmediatas que ha provocado, la creencia de que no se necesita un plan económico dañan la credibilidad del país, que ya está por el suelo gracias al constante incumplimiento de las metas y lacera, si hubiesen existido, las expectativas de las distintas fuerzas productivas.
No se comprende cómo pueden pronunciarse conceptos como éste, alejados de una lógica necesaria y en tiempos en los que la comunicación sobre las decisiones de un gobierno debe contemplar todos los modos y tonos. Mucho más cuando la economía mundial está sufriendo una debacle histórica que se suma a los problemas de arrastre que la Argentina no ha sabido resolver en las últimas décadas y se encuentra en plena renegociación de los términos de la deuda externa. Que no se crea en la necesidad de establecer una dirección concreta en materia económica acerca al país al desfiladero y enturbia el ya fangoso futuro que se avizora.
Por eso, francamente se necesita un plan. Un programa integral que sea el fruto del diálogo entre los distintos sectores, que cuente con el consenso opositor al menos en los grandes lineamientos y muestre un camino que, aunque pedregoso y sinuoso, despierte la esperanza de que la caída permanente tendrá freno algún día.