El pelado que apedreó a su patria
Me regalaron un librito en la Biblioteca Córdoba, un facsímil de un poemario, "Pedradas con mi patria", que el autor le había obsequiado mucho antes a esa institución. Detrás de cada obra siempre hay un contexto, y algo más importante, una vida. Ésta es la suya.
Roberto Jorge Santoro. Pelado. Bigotón. Hijo de emigrante italiano, de obreros, con conciencia de clase. Pintor, puestero, vendedor ambulante, tipógrafo, preceptor, empleado del Sindicato de Músicos... buscavidas. Poeta surrealista, es decir, realista del sur.
Había nacido en Buenos Aires en abril de 1939. Empezó a estudiar Filosofía y Letras pero el servicio militar lo obligó a dejar. Decía dedicarle 12 horas diarias a la búsqueda del sueldo que no alcanza, pero aclaraba: "Rechazo ser travesti del sistema, esa podrida máquina social que hace que un hombre deje de ser un hombre, obligándolo a tener un despertador en el culo, una boleta de Prode en la cabeza y un candado en la boca".
Iba con una libreta a todas partes y anotaba: chistes, cantos de cancha, leyendas y frases "de paragolpe". Armaba así un rompecabezas popular, como abanderado de la cultura para las mayorías. Se apropiaba de los dichos callejeros, les ponía su sello y los vestía de poemas, con ingenio y humor. Le esquivaba el cuerpo a las grandes teorías y palabras rimbombantes si no iban vestidas de mameluco. Era, ante todo, un obrero cultural.
Publicó varios libros de poesía. Hincha de Racing, armó también una recopilación futbolera muy festejada, "Literatura de la pelota", que sigue apareciendo como un gran cruce entre un deporte masivo y el arte. Ésa era la apuesta de Santoro: juntar la cultura con lo popular y que los dos bajaran a trompearse a la esquina, a la calle, a la sombra de los pedestales de unos pocos. No quería ser sólo un optimista, sino un apasionado. Soñaba que las ideas caminaran por esa Buenos Aires que tan bien encarnó... porque él a la ciudad no la recitaba, sino que la respiraba.
Fundó y participó de diferentes publicaciones, como el grupo editorial y revista "El Barrilete", una de las pioneras en darle voz a poetas tangueros como Celedonio Flores y Homero Manzi. Formó parte de varios frentes pluriartísticos, con los que hacían giras por la provincia de Buenos Aires. Llegaron a alquilar hasta un autobús, porque contagiaban: el Pelado, David Viñas, Haroldo Conti, Carlos Patiño y otros nenes.
Los sesenta se vivían con la sangre en la calle. Pero ellos no eran jóvenes radicales, antisistema, y quisieron tomar su lugar dentro de la Sociedad Argentina de Escritores. Fueron a elecciones, hicieron una movida gigantesca tratando de ganarse el favor de nombres reconocidos, pero perdieron.
Eso no los detuvo. Pensando en su actitud ante el arte y ante la vida, Santoro dijo alguna vez: "O todo para cambiar la sociedad, o todo para nada". Él militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). No hay registros de que haya ido mucho más allá de tirar las "Pedradas con mi patria" de su poema y libro homónimo. Pero la patria pasó a ser patrimonio de unos pocos vestidos de uniforme, y ese hombre que leía poemas con voz aguda y veloz, se convirtió en una amenaza.
Encima, empezó a denunciar las desapariciones desde la Triple A en adelante. "A mi país se le han perdido muchos habitantes. Y dice que algún cuerpo del ejército los tiene", se lee en "El gran bonete", de su última carpeta, en 1975. Otro mini poema de esa colección: "Yo amo. Tú escribes. Él sueña. Nosotros vivimos. Vosotros cantáis. Ellos matan".
En junio de 1976 escribió una carta similar a la de Rodolfo Walsh, denunciando el desastre económico, allanamientos, palizas y desapariciones de periodistas y escritores en Argentina, invocando a Haroldo Conti y Alberto Costa. Se la envió a la Confederación de Escritores Latinoamericanos con sede en México y les pidió una mano.
Sus compañeros empezaban a caer. Le sugirieron que se fuera del país, pero no entraba dentro de sus consideraciones. No se creía un mártir, sí un trabajador.
Era la primera noche de junio de 1977, pero la oscuridad y el frío ya estaban desde hacía rato. Tres hombres fueron a la escuela en la que Santoro se desempeñaba como preceptor, en el barrio de Once. Permanece desaparecido desde entonces. Una plaza de Buenos Aires, entre Avenida Forest y Teodoro García, cerca de donde vivió, a un par de cuadras del Cementerio de Chacarita, lleva su nombre. Cada tanto, sus amigos, su hija, se reúnen allí a leer sus poemas.
Roberto Jorge Santoro. Pelado. Bigotón. Poeta. Desaparecido. Presente.