El genio que no tiene quien le escriba
Fue un revolucionario del tango. Lo pusieron en la misma vereda que a Astor Piazzolla, pero cada uno caminó su propia calle. Fue un genio callado. Es el Messi sin copa del mundo bajo la sombra de Maradona.
Por Manuel Montali | LVSJ
Alfredo Gobbi compuso un tema que se llamó "A Orlando Goñi", un homenaje a su amigo de la infancia, el pianista de los ojos celestes, ese músico excepcional que había integrado la primera orquesta de Aníbal Troilo y que vivió con tanta euforia que se extinguió muy rápido, a los 31 años.
Gobbi, "El violín romántico del tango", tuvo una trayectoria un poco más prolongada, vivió un poco más (no mucho, murió a los 53), lo que no quiere decir que haya terminado mejor, ya que luego de haber sido uno de los principales creadores del género, finalizó su vida ahogado por la "Nueva ola" y tocando el violín a la gorra entre las mesas de restaurantes porteños de calle Corrientes. Alfredo fue objeto de múltiples homenajes. Hay dos que nos interesa resaltar: "El Engobbiao" y "A Don Alfredo Gobbi". Estas piezas son de autoría de Eduardo Rovira, que había prestado su bandoneón tanto para la orquesta de Goñi como para la de Gobbi.
No hay canciones que conmemoren a Rovira. De hecho, muy pocos lo recuerdan. Pero lo recuerdan con fiereza. Ser "hincha" de Rovira no es para cualquiera. Es una bandera que se lleva en alto.
El nombre de Eduardo suele estar asociado a uno de sus contemporáneos, como si fuera un clásico, pero en el que siempre le tocó perder por goleada: Astor Piazzolla.
Bandoneonistas los dos, arregladores, inquietos y revolucionarios desde la década del cuarenta en adelante, se encontraron con que el tango, conservador, no tenía lugar para ellos. Astor se lo hizo a la fuerza, a las piñas -literalmente- cuando hacía falta, y empujado más que nada por un prestigio internacional ante el que era cada vez era más difícil hacerse el opa.
Rovira es la contracara, esa injusticia latente que Piazzolla logró revertir.
En su momento, ambos se miraban de reojo, es cierto, y solían jugar su propio contrapunto en cabarets como "Jamaica" o en "Gotán", pero no eran enemigos ni rivales, y hasta se elogiaron uno al otro en alguna que otra oportunidad. Se cuenta, incluso, que Astor fue de encubierto a escuchar un recital de Rovira, que el público lo reconoció, lo aclamó, y el anfitrión lo invitó a subir a tocar. Sus seguidores no se prestan para esta comparación. El que escucha a uno puede saltar a la pista del otro sin ningún problema, porque ya va a tener el oído entrenado para la sorpresa. Cada uno hizo su búsqueda a su manera y por distintos caminos.
La música de Rovira sube, baja, explota. Es otra cachetada en la cara dura de machirulo del tango tradicional. Se le puede decir todo lo que se le dijo a Piazzolla. Es tango "de la cintura para arriba", poco bailable. Suena raro para el dos por cuatro, desordena los factores y altera el producto. Pero suena a Buenos Aires, a ese pastiche multicultural en el que pueden convivir tango, jazz y música de cámara. Suena a Buenos Aires, al de ayer, y al Baires de hoy, porque eso tiene Rovira: vanguardia, actualidad. Metió oboe entre sus filas y tuvo el desparpajo de distorsionar su bandoneón con un pedal de efectos, antes de que éste desembarcara en el rock...
Si Rovira hubiera alcanzado, no popularidad, porque ser masivo haciendo tango de avanzada era bien difícil en su época, pero al menos un prestigio cercano al de Piazzolla, hoy podríamos compararlos con Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, dos genios que compitieron, sí, pero que sobre todas las cosas se potenciaron y complementaron. De hecho, para Roberto, hijo de Eduardo, su padre fue Lionel, y Astor, Maradona. De nuevo, dos genios a los que los separó (los separa) la personalidad y ganar un Mundial.
Como su "homenajeado" Gobbi, y como el "homenajeado del homenajeado" Goñi, Rovira también partió temprano, en 1980, a los 55 años.
Quizá le faltó la bravuconería de Astor, un "Adiós Nonino" o triunfar en el exterior. Quizá aquí falta cuestionar el éxito, preguntarse qué es ser exitoso, si está reamente relacionado con el reconocimiento o la masividad. Teoría de lo imposible. Lo incuestionable, lo fáctico, es que su música sigue aquí, al alcance de un click, en YouTube o Spotify. Tiene pocos adeptos, pocos comentarios, es cierto, pero de un público de culto que lo tiene agarrado con fuerzas para no dejarlo irse del todo. Tiene alguna que otra agrupación que interpreta sus temas. Cuando termine de llegar su época, tal vez, él también se haga canción.