El futbolista que volvió del exilio
Quedó relegado por “La Máquina” pero se cuenta que superó a Pedernera y Di Stéfano. Que hasta el “Che” lo vio jugar. Pero que su bajo perfil y el miedo a volar lo condenaron al olvido, hasta que lo rescató Panzeri en su última locura heroica en “El Gráfico”.
Por Manuel Montali | LVSJ
La tapa de "El Gráfico" era uno de los mayores reconocimientos para todo deportista. Antonio Báez, futbolista, llegó a la portada por primera vez en septiembre de 1962, cuando llevaba diez años retirado. La figura de este crack "olvidado" fue rescatada por última voluntad del director periodístico de la revista. Dante Panzeri, que había renunciado en medio de un escándalo -después de que uno de los dueños de la publicación le exigiera incluir, en la cobertura de un River-Boca, un recuadro que hacía lobby del por entonces ministro de Economía-, pidió que le dejaran dirigir una última edición. Fue la de Báez.
Antonio no mete su apellido en el motor de "La Máquina" de River, no es una de las cinco ruedas de la aplanadora de la década del cuarenta que al día de hoy siguen sonando como un mantra: Muñoz, Moreno, Labruna, Pedernera, Loustau. Pero estos mismos protagonistas no dudaron nunca en señalarlo como un genio, incluso por encima de ellos.
Jugó de "insider" o delantero. Buena gambeta y gran tiro de media distancia. Perfil bajísimo. Había nacido en 1922 en Rufino, como Bernabé Ferreyra y Amadeo Carrizo. Fue justamente "La Fiera" quien lo llevó a las inferiores de River. Llegó a la reserva y fue campeón en 1943, pero sin lugar en el primer equipo, nuevamente Bernabé lo ayudó a cerrar un préstamo con su ex equipo, Tigre (la compra millonaria que había hecho River por él fue uno de los motivos de su célebre apodo), en Primera B, donde tuvo un gran paso.
Volvió a Núñez en 1945 y alternó con esa delantera mitológica (el mismo entrenador, Carlos Peucelle, confesaría que no le daba mayor protagonismo para no atentar contra la moral de Labruna), hasta que migró a Platense en 1948 y pudo mostrar todo su repertorio. Fue parte del subcampeonato histórico de los "calamares" en 1949 y luego, en 1950, cuando las huelgas y conflictos gremiales del fútbol local ya habían propiciado el nacimiento de "El Dorado" de Colombia, migró a Millonarios de Bogotá.
En el "Ballet Azul", junto a ex compañeros como Adolfo Pedernera (era entrenador-jugador), Alfredo Di Stéfano y Néstor Rossi, además del arquero Julio Cozzi (con el que había jugado en Platense) terminó de sacar toda su magia de la galera. Báez era el "Maestrito", porque el "Maestro" mayor era don Adolfo. De todos modos, no son pocos los que aseguran que Antonio tuvo su revancha en esa "Máquina" colombiana y llegó a ser el mejor en esa constelación de estrellas que se empachó de títulos. Como dato anecdótico, en un partido dentro de una serie de amistosos que Millonarios jugó frente al Real Madrid en Colombia, Ernesto "Che" Guevara y Alberto Granado estuvieron entre los espectadores.
Báez, además de su bajo perfil, tenía otro problema que atentaba contra su consagración definitiva: el miedo a volar. Entonces, como muchos partidos de visitante requerían de esa vía de traslado, jugaba prácticamente sólo los partidos de local.
Volvió a Platense a finales de 1953, pero sobre él pesaba una suspensión de por vida de la AFA. Como en Argentina el tiempo de las condenas perpetuas a veces es caprichoso, en 1954, para alegría de los tipos como Panzeri, pudo volver a jugar. Báez fue el primer futbolista que retornó del exilio. En 1956 pasó a Sportivo Baradero, de una liga de esta localidad, y jugó sus últimos partidos en Defensores de Belgrano, en donde alternó como entrenador hasta colgar definitivamente los botines.
Panzeri lo rescató del olvido en 1962. El gran Dante repartía pocos elogios. No se sabe qué habrá pensado Antonio ante tamaño homenaje. Siguió cultivando un perfil bajísimo hasta su muerte el 27 de junio de 1995, con 83 años.
Para Panzeri, postergaciones como la de Báez también obedecían al periodismo que no reparó en ellos por estar encandilado en mitos como la "estampa", la "pinta", el "físico", el "vigor" o el "fuerte despeje" de otros "muchos mediocres jugadores ungidos cracks por espejismos aplicados al fútbol".
Quizá a Báez le faltó tribuna. Lionel Messi no es mejor jugador por dar arengas, cantar el himno, pelearse con Gary Medel o mandar a callar al entrenador de Brasil. Pero para muchos fanáticos, después de eso, ahora sí es un crack completo. De hecho, hay un cuento de Roberto Fontanarrosa sobre un jugador demasiado medido que se consagró de ídolo, finalmente, cuando lo echaron por ponerle un roscazo al único rival que logró sacarlo del molde. "No podés ser ídolo si sos demasiado perfecto, viejo. Si no tenés ninguna fulería, si no te han cazado en ningún renuncio... ¿Cómo mierda la gente se va a sentir identificada con vos? ¿Qué tenés en común con los monos de la tribuna?", argumenta "El Negro" en ese relato.
Panzeri fue un rebelde. Cuando "El Gráfico" empezaba a destinar sus portadas a la más estricta actualidad, rompió el molde con esa tapa anacrónica de Báez, tapa con la que dijo todo: sobre su concepción del fútbol de esos años; sobre la moral; y sobre la justicia. Pero sobre todo, dijo todo sobre el único fútbol que a él, pelado por tirarse los cabellos de puro cabrón, le gustaba: el fútbol bien jugado. El fútbol de Báez, el del primero en volver el exilio, el que fue tapa diez años más tarde.