El desempleo juvenil
Un informe de la Organización Internacional del Trabajo alerta sobre la desocupación en los sectores más bajos de la escala etárea, que llegó a triplicar la de la edad adulta.
El informe titulado Panorama Laboral de América Latina y el Caribe, que fuera recientemente publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), establece algunas alarmas en un tema muy sensible como el del empleo. Especialmente, deja al descubierto un drama que no parece advertirse en algunas sociedades: la tasa de desocupación juvenil creció en tres décimas en 2019, hasta el 19,8%, el triple que la de la media de la población adulta.
Es decir que uno de cada cinco menores de 24 años que busca trabajo no lo encuentra. Y la mayoría de quienes sí tienen empleo sufren condiciones precarias que se verifican en la informalidad, el trabajo en negro, los salarios bajos, la estabilidad casi inexistente y la carencia casi absoluta de programas de formación de las empresas, de organizaciones intermedias o del Estado.
La OIT afirma con contundencia que, a la luz de estos datos, "es difícil ser joven en Latinoamérica y el Caribe". Si al oscuro panorama laboral se le agrega la deficiente educación que brindan la mayoría de los sistemas escolares del continente, esa frase adquiere tonos dramáticos. Porque las aspiraciones de movilidad se ven obstaculizadas. Porque las expectativas de las nuevas generaciones no van más allá de un horizonte muy cercano. Y porque el deterioro cultural impide reacciones que den vuelta la realidad.
La estadística abruma. El empleo juvenil se contrajo en 11 países que representan casi el 90% de la fuerza de trabajo ocupada en la región -Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, México, Paraguay, Perú y Uruguay-. Además, el mercado laboral tiene "una elevada precariedad". De los que trabajan, seis de cada diez lo hacen en la informalidad, y el 22% ni estudia ni tiene empleo (los llamados ni-ni), "una situación que es aún más crítica entre las mujeres".
En nuestro país, los jóvenes que no estudian ni trabajan alcanzarían a casi el 20% de la franja de entre los 18 y los 24 años. Este porcentaje se eleva en los estratos más vulnerables de la sociedad, donde llegaría al 35%. Es decir que en la Argentina las carencias laborales y la falta de estudios -en casos de manera conjunta- afectan más de un millón de personas nacidas en los últimos años del siglo pasado y en los primeros de éste.
De más está señalar que detrás de los porcentajes y los números hay personas. El desinterés, la desesperanza y el hartazgo son derivaciones imposibles de evitar si las cosas continúan de este modo. Las adicciones y el riesgo de caer en el delito son posibilidades ciertas. La falta de expectativas genera individuos hoscos, malhumorados, incapaces de sortear dificultades. Y todo ello trae aparejado un deterioro sociocultural que continúa por el tobogán, pese a los floridos discursos con los que se pretende edulcorar el panorama.