“El bar de mi Mamá”, un testimonio de fe
Un relato que alberga valores universales insertados en un contexto histórico y cultural que despierta, por momentos, sensaciones nostálgicas. Era el tiempo de una Argentina en la que se podía proyectar la vida a futuro. De una ciudad que se no se resignaba a dejar de ser pueblo. La reseña del periodista Fernando Quaglia del libro de su colega,Ricardo "Kaiá" Trotti.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
Carlos Jornet, director periodístico de La Voz del Interior, en la contratapa del libro "El bar de mi Mamá", del periodista sanfrancisqueño Ricardo Trotti, afirma que conoce al autor hace más de 30 años. Y que lo conoció otra vez al leer esta obra. En efecto, conocía al periodista apasionado por la libertad de prensa y la transformación de las redacciones, director ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Prensa. Pero solo supo de dónde venían esa pasión y ese empuje cuando leyó este libro.
Esa misma sensación puede sentir quien conoce a Kaiá Trotti. Porque luego de sumergirse en las páginas del libro, conoce a "Nenucho" y a su familia. La conclusión es la misma a la que arriba Jornet: no pueden sino venir de una historia familiar tan particular el fervor por la defensa de las convicciones, la alegría de vivir y el talento de un verdadero artista.
El libro habla de un bar. De un mundo "atemporal y sin espacios", como sostiene el autor. En la esquina de Iturraspe y Perú, el Nueva Pompeya fue el sitio que reunió durante años a una fauna muy especial, retratada en historias breves, cercanas, que despiertan recuerdos felices y hacen aflorar las emociones que evocan sensaciones del tiempo en el que "la televisión todavía era ciencia ficción y los video juegos de antaño eran nuestra imaginación que se expandía con pelotas de trapo, autitos rellenos de masilla o imitaciones de Superman y de apaches que disfrutábamos en el cine Mayo o El Universal".
Desfilan en cada página personajes muy especiales como el Manya Luna, aventuras infantiles, problemas que aquejan a cualquier familia y valores y vivencias de un tiempo que parece muy lejano. Pero que recién dio vuelta a la esquina. Todo unido por la figura central de una madre que despachaba bebidas al mismo tiempo que zurcía, cosía, rezaba, escribía recetas de cocina, enseñaba a jugar al ajedrez, ayudaba en las tareas escolares, compartía con su esposo alegrías y penas y vivía pensando cómo comprar el edificio que albergó a ese universo que fue su hogar y el de la gente que amó.
Un relato que alberga valores universales insertados en un contexto histórico y cultural que despierta, por momentos, sensaciones nostálgicas. Era el tiempo de una Argentina en la que se podía proyectar la vida a futuro. De una ciudad que se no se resignaba a dejar de ser pueblo. De un barrio que tenía a la esquina del Nueva Pompeya como referencia. De épocas en los que tardaban años en colocarte el teléfono y en los que las deudas, las recetas de cocina y hasta los objetivos de vida se anotaban en una libreta. En la que los ahorros podían guardarse en tarros de leche Nido. De clásicos de fútbol imaginados escuchando la radio. De inmuebles con sótano que generaban intriga y temor a los niños. De un Vietnam lejano que, cada tanto, aparecía en las pintadas de una pared sobre calle Perú.
Del particular mundo que es una familia. Y del mundo todavía más particular creado por una mamá y esposa detrás del mostrador en esa esquina. De hijos de inmigrantes que abrevaron en el esfuerzo y la cultura del trabajo. De noches en vela, de preocupaciones de siempre, de travesuras infantiles y de festejos en un patio inundado de "fragancias y colores, con mil rincones y recovecos, desbordado de sonidos y texturas, refugio íntimo de juegos y aventuras".
"El bar de mi Mamá" es un libro salado que "mejora la digestión". Y dulzón porque "ablanda el corazón". Es un testimonio de fe. Esa fe cristiana presente en el rincón del bar presidido por la imagen de la Virgen de Pompeya. Pero también fe en la vida, en la familia, en el esfuerzo y en el progreso.
Esa fe que mueve montañas y que también permite comprar esquinas.
Fernando Quaglia durante la presentación del libro en la Tecnoteca.