Cuando los necios conjuraron contra una obra maestra
Un escritor accede a leer el libro de un autor muerto y al que ya habían rechazado las editoriales. A desgano, quiere mirar las primeras líneas y descartarlo por malo sin que le arda la conciencia. Descubre rápido que esta obra, su personaje y lo que describe son repulsivos, pero que él no puede dejar de leerla.
Por Manuel Montali | LVSJ
-Es una gran novela -le repetía la señora-. Es una gran novela.
Era un día de 1976 cuando el escritor y profesor Walker Percy recibió la primera llamada de esa mujer. La primera de varias. Ella insistía e insistía para que Percy leyera una novela que su hijo había escrito a comienzos de los sesenta y que consideraba que debía publicarse. El autor no podía ocuparse de eso porque llevaba algunos años fuera de este mundo: se había suicidado en 1969 a los 31 años.
El escritor hizo lo que pudo para esquivar ese pedido. Recibía supuestas obras maestras lo bastante seguido como para saber que la mayoría de las veces, casi todas las veces, esas obras no valían su precioso tiempo de lectura. Y esta, encima, era aparentemente demasiado voluminosa.
Pero la mujer insistía. Estaba convencida de que el libro era una genialidad. Tan convencida estaba, que no se dio por vencida con las gambetas de Percy y terminó presentándose en su despacho.
El hombre tuvo que aceptar darle una ojeada al manuscrito (una copia a papel carbón casi ilegible), rezando para que fuera lo suficientemente mala como para descartarla en las primeras líneas, y que no lo obligar a avanzar demasiado hasta que pudiera confirmar de una buena vez que, efectivamente, el libro era una porquería y que el mundo estaba mejor sin él.
Leyó: "Una gorra de cazador verde apretaba la cima de una cabeza que era como un globo carnoso. Las orejeras verdes, llenas de unas grandes orejas y pelo sin cortar y de las finas cerdas que brotaban de las mismas orejas, sobresalían a ambos lados como señales de giro que indicasen dos direcciones a la vez".
Leyó. Y no pudo dejar de leer ese libro creado -paradójicamente- con la única finalidad de repeler. Ignatius J. Reilly se llamaba ese grotesco antihéroe de Nueva Orleans, hijo de Quijote y Sancho Panza, ese Peter Pan celoso por la moral y las buenas costumbres, treintañero vago y glotón, sobreprotegido por una madre que a su vez lo desprecia y le teme, ese intelectual soberbio y bueno para nada (ni para vender panchos en la calle), obsesionado con garrapatear papeles de una supuesta obra maestra (panegírico contra su siglo) y por mantener una relación epistolar de amor-odio con una vieja amiga, arrinconado por el mundo y el cierre periódico de una válvula cuasi metafísica. El libro era una de las comedias o farsas (en el sentido estricto del género) más geniales con las que se había topado en la vida, una de esas historias hilarantes en las que la lágrima por la risa descontrolada termina llevándose también una tristeza profunda, difícil de asimilar.
La madre del autor, John Kennedy Toole, tenía razón. Esa obra tenía que ver la luz, y la vio en 1980, porque Percy asumió ese propósito como una causa propia. El libro se publicó bajo el nombre de "La conjura de los necios". Al año siguiente, ya había ganado el premio Pulitzer.
El epígrafe que la introduce es una frase de Johnathan Swift: "Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él". La tragedia del propio autor, un joven que había sido brillante pero que terminó hundido por el rechazo de varias editoriales, no hacía más que trazar puentes con su personaje, potenciando la obra y su mito.
John Kennedy Toole, intelectual, treintañero que vivía con su madre y al que el mundo le debía el reconocimiento de su grandeza, es fácilmente asimilable a su garabato, a su monstruo, a su Ignatius J. Reilly. Y "La conjura de los necios" es el panegírico contra el siglo veinte que el mismo Ignatius escribe dentro de ese libro.
Hay un episodio en la obra en el que Ignatius huye de su casa con Myrna, su vieja amiga. Ella le pregunta si no quiere llevarse nada de allí. Él responde:
-Oh, sí, claro. Están todas mis notas y mis apuntes. No podemos permitir que caigan en manos de mi madre. Podría ganar una fortuna con ello. Sería demasiado irónico.