Cuando el Torito peleó contra un oso
Cuando el Torito peleó contra un oso
Un peón rural de 15 años, boxeador amateur
que ya no tiene rivales en su zona, acepta pelear contra el oso de un circo.
Ese sábado a la noche, con todo el pueblo mirándolo, y algunos rezando para que
no le pase nada, Nenín, el Torito, encontrará su destino.
Un peón rural de 15 años, boxeador amateur
que ya no tiene rivales en su zona, acepta pelear contra el oso de un circo.
Ese sábado a la noche, con todo el pueblo mirándolo, y algunos rezando para que
no le pase nada, Nenín, el Torito, encontrará su destino.
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Ilustración: Aylén Molar / LA VOZ DE SAN JUSTO.
Por Manuel Montali | LVSJ
Esta historia podría comenzar como otra
historia:
Muchos años después, frente al
cuadrilátero, el retador Nenín había de recordar la noche en que su padre lo
llevó a combatir un oso. Freyre era por entonces una pequeña aldea de veinte
casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas
diáfanas...
Bueno, hasta ahí. Porque Freyre no es
Macondo y, como San Francisco o Colonia Iturraspe, carece de río, ya que el
motivo de sus fundaciones por parte de José B. Iturraspe no fue un cauce de
aguas diáfanas sino el futuro cauce del ferrocarril.
Jorge Luis Borges escribió alguna vez que
cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un
solo momento: el momento en que un hombre sabe para siempre quién es. Lo
escribió en un cuento sobre una noche, la noche en que el sargento Cruz se puso
del lado del malevo que había ido a apresar, un tal Martín Fierro.
El retador del que hablamos también era un
valiente. Y esa noche, en la que vio su cara en los ojos de un oso, puede haber
sido la noche en la que también vio su destino: dar pelea, siempre.
Era la primavera de 1972 cuando un circo
húngaro (¿había circos, con derecho a llamarse así, que no fueran de Europa del
Este?), llegó a la remota Freyre.
Nenín, al que sus padres Justo y Lorenza
apodaban de ese modo por ser el menor de once hermanos, era un recio peón de
tambo de 15 años. Solía participar en alguna que otra pelea de box amateur.
Había arrancado a hacer guantes a los 11, una tarde en que acompañó a su padre
al Bar La Pica. Don Justo había guapeado:
-No hay ningún pollo que se le anime al
mío...
Y le pusieron enfrente dos pibes más
grandes. Ambos se retiraron del combate con la misma queja: el chico pegaba muy
fuerte. No pasaría mucho tiempo hasta que lo corrieran del bar porque ahí no le
quedaban rivales. No era para menos. Nenín solía cargar un tacho de cincuenta
litros de leche en cada mano. Con su hermano Víctor, "Tenaza", además de
hacerse cinco kilómetros a diario para ir a la escuela, a caballo o bicicleta,
y de ayudar en todas las tareas del campo, solían guantear a escondidas, con
bolsas de arpillera en las manos. O le daban a otra bolsa que habían colgado de
un ombú y rellenado con trapos y semillas de sorgo: piñas y piñas hasta
reventarla. Los dos querían ser Ringo Bonavena, ese guapo que escuchaban pelear
en la radio.
Cuando llegó el circo, todos los chicos de
Freyre fueron a curiosear sus maravillas. Nenín, de tanto ir, se terminó
haciendo amigo de un trapecista, que era otro fanático del box. Y a través de
él terminó sumándose al elenco de saltimbanquis, malabaristas, equilibristas y
payasos, para un desafío particular que le lanzó el dueño del circo: pelear
contra un oso. Dos asaltos de dos minutos, mano a pata contra un animalejo de
270 kilos llamado "Bongo", con la consigna de resistir sin caer. La bolsa en
juego era de 4.000 pesos, una fortuna para el chico, que le respondió:
-Por esa plata me peleo con el circo
entero.
Era un sábado a la noche cuando el circo
fue el Luna Park, el Caesars Palace o el Hilton de Las Vegas. Todo Freyre y
alrededores esperaba ese duelo, como preludio de tantas otras noches futuras.
Las madres rezaban para que no le pasara nada al hijo menor de Justo y Lorenza.
Bongo salió al cuadrilátero con un bozal y
guantes, para evitar daños mayores. Nenín salió como lo que era, un pibe de 15
años.
Y sonó la campana. Nenín cerró los brazos
al costado del cuerpo, porque si Bongo lo pescaba de las axilas sería el final.
Encaró al plantígrado y se le prendió de los pelos de la panza. Así aguantó
bien el primer round.
El segundo fue diferente. Ya le había
arrancado demasiados pelos al oso y no se podía asir bien. En un momento, al
animal se le zafó un guante y le hizo un lindo corte en la tetilla derecha.
Nenín sangraba, pero aguantó hasta al final. Decretaron empate, pero para él
fue una victoria.
Ninguno de los dos fue el mismo después de
esa noche. El pobre Bongo no podía ver aparecer a ese muchacho de nuevo sin
ponerse a girar como loco dentro de la jaula, masticando los barrotes de
bronca. Era la primera vez que no ganaba.
Y Nenín, que se llamaba Juan, pero que para
todo el mundo sería primero "Torito" y luego "Martillo", se metió de lleno en
el mundo del box amateur, de la mano de un veterano profesor llamado Gregorio
Yost. Ya sabía quién era y ni sus padres ni hasta un manosanta que apareció una
vez para augurarle una derrota iban a poder sacarlo de su camino. Los que sí
quedaban fuera, de cada ring que pisaba, eran los rivales. Hizo 25 peleas sin
perder, con una rutina de entrenamiento de levantarse, correr por el campo,
desayunar y subirse al tractor para laburar todo el día.
Así pasaría luego a entrenarse con Amílcar
Brusa, manager de Carlos Monzón (con quien hizo guantes y que perdería una
fortuna una vez que apostó en contra del "Torito"), seguiría en San Francisco
con Guillermo Gordillo, llegaría al profesionalismo, y subiría todos los
peldaños -campeón provincial, nacional, sudamericano- hasta pelear tres veces
por el título mundial de los medianos: contra Marvin "Marvelous" Hagler, Tommy
"La cobra" Hearns y Michael Nunn. Perdió las tres veces, pero estuvo muy cerca
en las dos primeras, justamente contra dos de los mejores boxeadores de
aquellos años dorados. El primero incluso recurrió a meterle un dedo en el ojo
para frenarlo.
Para el "Torito" de Freyre, como el
"Torito" Justo Suárez que inmortalizó Julio Cortázar, "mejor no acordarse, no
te parece. Son cosas que para qué".
Después de su retiro, volvió al pago y
cualquiera podía cruzarlo en la calle. Yo solía verlo cuando él venía al barrio
a visitar la verdulería de un amigo y se quedaba parado afuera, medio tímido
pero charlando con todo el que se le acercara. También en algún que otro café.
Recuerdo una ocasión en que estaba sentado cerca suyo y un hombre entró y lo
saludó con un "¡Cómo se cagó, Hagler!", y él se sonrió apenas, como si ya casi
se hubiera olvidado de las luces de Las Vegas y de haberse visto en los ojos de
"Rocky" -Sylvester Stallone-, Frank Sinatra, Arnold Schwarzenegger, Charles
Bronson, Grace Kelly y el príncipe Raniero III, Bo Derek, Sophia Loren...
Hace unos días tuvo su última pelea. El
resultado no lo define, como tampoco lo definió el resultado de las peleas por
el título mundial... Lo definió sí una noche, esa noche en que se vio en los ojos
de un oso al que tuvo a maltraer, una noche como la de muchos años después, en
la que tuvo a maltraer a Hagler. Sí, ese Hagler que le metió un dedo en el ojo.
Sí, ese Hagler que se cagó.
Por Manuel Montali | LVSJ
Esta historia podría comenzar como otra
historia:
Muchos años después, frente al
cuadrilátero, el retador Nenín había de recordar la noche en que su padre lo
llevó a combatir un oso. Freyre era por entonces una pequeña aldea de veinte
casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas
diáfanas...
Bueno, hasta ahí. Porque Freyre no es
Macondo y, como San Francisco o Colonia Iturraspe, carece de río, ya que el
motivo de sus fundaciones por parte de José B. Iturraspe no fue un cauce de
aguas diáfanas sino el futuro cauce del ferrocarril.
Jorge Luis Borges escribió alguna vez que
cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un
solo momento: el momento en que un hombre sabe para siempre quién es. Lo
escribió en un cuento sobre una noche, la noche en que el sargento Cruz se puso
del lado del malevo que había ido a apresar, un tal Martín Fierro.
El retador del que hablamos también era un
valiente. Y esa noche, en la que vio su cara en los ojos de un oso, puede haber
sido la noche en la que también vio su destino: dar pelea, siempre.
Era la primavera de 1972 cuando un circo
húngaro (¿había circos, con derecho a llamarse así, que no fueran de Europa del
Este?), llegó a la remota Freyre.
Nenín, al que sus padres Justo y Lorenza
apodaban de ese modo por ser el menor de once hermanos, era un recio peón de
tambo de 15 años. Solía participar en alguna que otra pelea de box amateur.
Había arrancado a hacer guantes a los 11, una tarde en que acompañó a su padre
al Bar La Pica. Don Justo había guapeado:
-No hay ningún pollo que se le anime al
mío...
Y le pusieron enfrente dos pibes más
grandes. Ambos se retiraron del combate con la misma queja: el chico pegaba muy
fuerte. No pasaría mucho tiempo hasta que lo corrieran del bar porque ahí no le
quedaban rivales. No era para menos. Nenín solía cargar un tacho de cincuenta
litros de leche en cada mano. Con su hermano Víctor, "Tenaza", además de
hacerse cinco kilómetros a diario para ir a la escuela, a caballo o bicicleta,
y de ayudar en todas las tareas del campo, solían guantear a escondidas, con
bolsas de arpillera en las manos. O le daban a otra bolsa que habían colgado de
un ombú y rellenado con trapos y semillas de sorgo: piñas y piñas hasta
reventarla. Los dos querían ser Ringo Bonavena, ese guapo que escuchaban pelear
en la radio.
Cuando llegó el circo, todos los chicos de
Freyre fueron a curiosear sus maravillas. Nenín, de tanto ir, se terminó
haciendo amigo de un trapecista, que era otro fanático del box. Y a través de
él terminó sumándose al elenco de saltimbanquis, malabaristas, equilibristas y
payasos, para un desafío particular que le lanzó el dueño del circo: pelear
contra un oso. Dos asaltos de dos minutos, mano a pata contra un animalejo de
270 kilos llamado "Bongo", con la consigna de resistir sin caer. La bolsa en
juego era de 4.000 pesos, una fortuna para el chico, que le respondió:
-Por esa plata me peleo con el circo
entero.
Era un sábado a la noche cuando el circo
fue el Luna Park, el Caesars Palace o el Hilton de Las Vegas. Todo Freyre y
alrededores esperaba ese duelo, como preludio de tantas otras noches futuras.
Las madres rezaban para que no le pasara nada al hijo menor de Justo y Lorenza.
Bongo salió al cuadrilátero con un bozal y
guantes, para evitar daños mayores. Nenín salió como lo que era, un pibe de 15
años.
Y sonó la campana. Nenín cerró los brazos
al costado del cuerpo, porque si Bongo lo pescaba de las axilas sería el final.
Encaró al plantígrado y se le prendió de los pelos de la panza. Así aguantó
bien el primer round.
El segundo fue diferente. Ya le había
arrancado demasiados pelos al oso y no se podía asir bien. En un momento, al
animal se le zafó un guante y le hizo un lindo corte en la tetilla derecha.
Nenín sangraba, pero aguantó hasta al final. Decretaron empate, pero para él
fue una victoria.
Ninguno de los dos fue el mismo después de
esa noche. El pobre Bongo no podía ver aparecer a ese muchacho de nuevo sin
ponerse a girar como loco dentro de la jaula, masticando los barrotes de
bronca. Era la primera vez que no ganaba.
Y Nenín, que se llamaba Juan, pero que para
todo el mundo sería primero "Torito" y luego "Martillo", se metió de lleno en
el mundo del box amateur, de la mano de un veterano profesor llamado Gregorio
Yost. Ya sabía quién era y ni sus padres ni hasta un manosanta que apareció una
vez para augurarle una derrota iban a poder sacarlo de su camino. Los que sí
quedaban fuera, de cada ring que pisaba, eran los rivales. Hizo 25 peleas sin
perder, con una rutina de entrenamiento de levantarse, correr por el campo,
desayunar y subirse al tractor para laburar todo el día.
Así pasaría luego a entrenarse con Amílcar
Brusa, manager de Carlos Monzón (con quien hizo guantes y que perdería una
fortuna una vez que apostó en contra del "Torito"), seguiría en San Francisco
con Guillermo Gordillo, llegaría al profesionalismo, y subiría todos los
peldaños -campeón provincial, nacional, sudamericano- hasta pelear tres veces
por el título mundial de los medianos: contra Marvin "Marvelous" Hagler, Tommy
"La cobra" Hearns y Michael Nunn. Perdió las tres veces, pero estuvo muy cerca
en las dos primeras, justamente contra dos de los mejores boxeadores de
aquellos años dorados. El primero incluso recurrió a meterle un dedo en el ojo
para frenarlo.
Para el "Torito" de Freyre, como el
"Torito" Justo Suárez que inmortalizó Julio Cortázar, "mejor no acordarse, no
te parece. Son cosas que para qué".
Después de su retiro, volvió al pago y
cualquiera podía cruzarlo en la calle. Yo solía verlo cuando él venía al barrio
a visitar la verdulería de un amigo y se quedaba parado afuera, medio tímido
pero charlando con todo el que se le acercara. También en algún que otro café.
Recuerdo una ocasión en que estaba sentado cerca suyo y un hombre entró y lo
saludó con un "¡Cómo se cagó, Hagler!", y él se sonrió apenas, como si ya casi
se hubiera olvidado de las luces de Las Vegas y de haberse visto en los ojos de
"Rocky" -Sylvester Stallone-, Frank Sinatra, Arnold Schwarzenegger, Charles
Bronson, Grace Kelly y el príncipe Raniero III, Bo Derek, Sophia Loren...
Hace unos días tuvo su última pelea. El
resultado no lo define, como tampoco lo definió el resultado de las peleas por
el título mundial... Lo definió sí una noche, esa noche en que se vio en los ojos
de un oso al que tuvo a maltraer, una noche como la de muchos años después, en
la que tuvo a maltraer a Hagler. Sí, ese Hagler que le metió un dedo en el ojo.
Sí, ese Hagler que se cagó.