Barrio Acapulco: es hora de respuestas definitivas
No solo en Rosario se evidencia el fracaso santafesino en la lucha contra el negocio de la droga y la delincuencia organizada. Mientras algunos se empeñan en sostener ideológicamente que el delito surge de las condiciones de pobreza en las que se debate un sector de la población, son los mismos vecinos -la gran mayoría personas de bien que trabajan- quienes desmienten esta visión porque viven en carne propia el miedo que paraliza y sofoca.
Un nuevo asesinato a sangre fría ocurrido en inmediaciones del barrio Acapulco de la localidad de Josefina fue el detonante para que muchos vecinos del sector dijeran basta. Con bronca, impotencia y dolor habitantes de ese sector y también de Frontera manifestaron en la ruta 19 pidiendo mayor seguridad, además de celeridad en el esclarecimiento del crimen del sanfrancisqueño Omar Olocco, de 24 años, un nombre más en la larga lista de vidas truncadas por el delito que se ha enseñoreado en el lugar.
Es de esperar que la anunciada reunión de los vecinos con el ministro de Seguridad de Santa Fe tenga frutos rápidos. Porque no puede seguir haciendo oídos sordos el gobierno de la vecina provincia. La policía destacada no es suficiente desbaratar el accionar de bandas organizadas que roban, venden droga y matan con una impunidad que espanta.
Familias de jóvenes honestos y trabajadores devastadas por la tragedia merecen una respuesta contundente. Vecinos que padecen a diario el accionar de delincuentes de la peor laya tienen el derecho de que alguien, definitivamente, tome las medidas necesarias para terminar con el delito y la barbarie. No se puede vivir en medio de balaceras y con el permanente miedo a quedar en medio de los disparos.
Para peor, el retiro de los efectivos de Gendarmería Nacional que por algunos meses estuvieron controlando la zona ha derivado en que la situación vuelva a ser desesperante para los habitantes de los barrios Acapulco y Veracruz, así como para amplios sectores de Frontera y de San Francisco. Enviar chicos al colegio es una aventura. Trabajar en medio de la tensión acrecienta el terror. Vivir encerrados si poder siquiera salir a la vereda ante el peligro de ser blancos de una balacera, es algo normal en el lugar, según relatan los propios vecinos.
En febrero pasado el entonces titular de la Unidad Regional V, con sede en Rafaela, dijo a este diario que se trató que mediante tiroteos "se dirimen el negocio del narcomenudeo". Y agregó que la verdad no se puede esconder, "no podemos tapar el sol con las manos". A esto hay que agregar el delito común y los efectos de las adicciones que terminan en crímenes inexplicables.
Aquella confesión de incapacidad de las fuerzas policiales jurisdiccionales que mostró el jefe policial responsable de esa región de la provincia de Santa Fe obligaron a la presencia de Gendarmería. Pero tras algunos meses, los efectivos federales se fueron y todo volvió a como era entonces.
No solo en Rosario se evidencia el fracaso santafesino en la lucha contra el negocio de la droga y la delincuencia organizada. Mientras algunos se empeñan en sostener ideológicamente que el delito surge de las condiciones de pobreza en las que se debate un sector de la población, son los mismos vecinos -la gran mayoría personas de bien que trabajan y procuran salir adelante en medio de reconocidas carencias- quienes desmienten esta visión porque viven en carne propia el miedo que paraliza y sofoca.
Por ello es hora de definiciones terminantes. Las autoridades tienen la obligación de dar respuestas urgentes. Porque, como ya se señaló alguna vez en esta columna, no es posible asumir una postura resignada ante el negocio de la droga que genera un espectáculo de balaceras y muerte.