Ambrosino y el crimen de calle Iturraspe
La policía copada por la delincuencia. San Francisco, "cuna de la mafia", fue lo que aseguró un diario de Buenos Aires, en plena década infame, sobre nuestra ciudad. Una serie de crímenes y escándalos que involucraron a autoridades de todo tipo parecieron darle algo de razón. El asesinato de un vecino sobre calle Iturraspe fue el punto más álgido del hervidero en que estaba sumida la ciudadanía.
Juan Bautista Ambrosino, soltero, italiano, de 55 años de edad, domiciliado en la calle Iturraspe 2334. Antiguo colono que vivía de rentas junto a su hermano Alfredo. Así lo describe el diario al narrar el sangriento suceso del que fue víctima.
El primer capítulo de esta novela negra (eje de nuestro episodio anterior) había tenido lugar en la noche del 23 de enero de 1933, en Colonia Malbertina, a diez kilómetros al oeste de San Francisco, cuando asaltaron a tiros a la familia de agricultores Giletta, dos de los cuales fallecieron.
El nuevo crimen ocurrió el 1 de abril cerca de las 23. Bajo también un aparente intento de robo. Los hermanos regresaban a su casa después de haber estado en el bar de Luis Tonetti. Juan Bautista ingresó primero y fue hacia su habitación. A Alfredo lo alertaron los gritos de su hermano y lo vio volver tambaleante hacia la puerta, donde se desplomó: tenía cuatro puñaladas, una de ellas, letal, en el corazón.
La policía activó un operativo en distinto sectores de la ciudad y detuvieron a cerca de ¡veinte! personas... Pero todas recuperaron su libertad con el correr de las horas.
La ineficacia de la policía local ante estos dos asaltos empujó a la cúpula cordobesa a enviar personal especializado. Quizá a esa altura ya suponían posibles "interferencias" en las pesquisas. Así llegaron los investigadores Arturo Belén y Antonio Pacheco. Ellos pronto realizaron otras tres detenciones. Luego se detuvo a otras seis personas, entre ellas dos policías.
Se identifica a los culpables
Comenzaron a concurrir a la jefatura los vecinos de calle Iturraspe con el fin de identificar a los posibles asesinos.
En pocas horas, los investigadores cordobeses aparentemente desentrañaron la maraña en que la policía local llevaba enredada desde el asalto a los Giletta. El 8 de abril, los tres autores del asesinato de Ambrosino y el entregador confesaron su culpabilidad. ¿Quiénes eran? El exagente Abdón Machado, el policía en funciones Adolfo Digno Ramos y su hermano Arnaldo, ex subcomisario den Quebracho Herrado. El "datero" aparentemente era un tal José o Juan, de apellido Massa o Ferrari, vecino de los Ambrosino, que les había dicho a los criminales que los hermanos tenían una buena suma de efectivo en una caja de hierro en su casa.
Adolfo Ramos confesó ser el autor material del hecho. Su hermano y Machado se retractaron, pero sus primeras declaraciones, el testimonio de Adolfo y los testigos fueron prueba suficiente para que no esquivaran la pena.
Como si no fuera suficiente, Adolfo había incluso actuado como consigna policial en la casa de los Ambrosino luego de conocerse el crimen. Los testigos lo recordarían en ese mismo lugar, diciendo: "Si gano la lotería regalaré la plata, pues ahora lo asesinan a uno hasta por cien pesos".
Se iba a realizar una reconstrucción del crimen en la casa de los hermanos italianos, pero se suspendió, posiblemente por el rumor de que la multitud que se había congregado en el lugar pensaba linchar a los delincuentes.
El canillita "Báez"
Más allá del trabajo de los investigadores cordobeses, la figura clave, como el famoso cartonero del caso Carlos Monzón, fue un canillita de 10 años.
El chico, Dito Corso, contó que la noche del crimen había visto a los delincuentes en actitud sospechosa, por lo que se había acercado a ver qué hacían, pero ellos lo espantaron con un contundente "Salí de aquí, mocoso". El canillita se alejó, pero no tanto como para seguir espiando. Posteriormente, se encargó de identificarlos entre los sospechosos detenidos.
"Yo lo maté"
Como en la recordada película "Cenizas del paraíso", de repente los hermanos Ramos asumían cada uno por su lado la autoría material del hecho. Arnaldo, que primero había confesado su participación y luego se había retractado, terminó dando el dato clave: dijo que el arma usada en el asesinato, un puñal de 30 centímetros, lo había tirado en el terreno del ferrocarril, en donde fue hallado al día siguiente.
La participación de policías retirados y en funciones en un crimen de esta naturaleza generó un sonoro escándalo que salpicó desde autoridades de las fuerzas de seguridad hasta los representantes del Partido Demócrata local, con una escalada de versiones sobre posibles reemplazos.
La intervención periodística
Mario Luis Formento, director de LA VOZ DE SAN JUSTO, y Amadeo Belén Cabrera, del diario "El Progreso", reclamaron "en nombre del pueblo" la intervención de la policía local por parte del gobernador Pedro Frías. El mandatario accedió y amplió la intervención a la Jefatura Política de San Justo, comandada por Antonio Argüello, y que quedó a cargo del capitán Isidro Morás, jefe del Cuerpo de Guardiacárceles de Córdoba. La policía quedó bajo supervisión de Alberto Carnicero, sin que su apellido fuera un impedimento para ello.
Tiempo más tarde, Formento llegó a ser detenido brevemente bajo orden del juez Lozada Llanes por una nueva denuncia, en esta ocasión por una publicación al respecto de que el fiscal Gómez Molina había tramitado un recurso de hábeas corpus a favor de un supuesto tratante de blancas.
Y tampoco terminó allí
El proceso siguió con todos los acusados detenidos, a excepción del jefe político Antonio Argüello, que recibió una multa como responsable por violación de los deberes de funcionario público.
Fue entonces que salió a la luz la denuncia de que los investigadores cordobeses, los héroes del momento, habían realizado apremios ilegales contra Arnaldo Ramos y Abdón Machado para que incriminaran al jefe policial de San Francisco, Juan Arnaudo, como jefe de la banda que había asaltado también a los Giletta.
Arnaudo, que estaba detenido, recuperó su libertad. El fiscal a cargo del caso pidió sobreseer a Argüello y ya en 1934 quedó también sobreseído el jefe policial. Mientras tanto, la comisaría local fue investigada por nuevas denuncias de torturas. Este caso, un escándalo más, derivó en el pedido de licencia del juez Lozada Llanes y en una interpelación del diputado socialista Miguel Ávila, de San Francisco, hacia el ministro de Gobierno, Carlos Agulla, por los presuntos apremios ilegales. La rueda era cada vez más grande.
El 22 de septiembre, el juez del Crimen de Sexta Nominación de Córdoba, Arturo Maldonado, dictó sentencia definitiva, con diversas penas, contra los hermanos Ramos, Massa, Machado y Aiassa, por el asesinato de Ambrosino, aunque les hizo lugar a una retractación de su confesión como supuestos autores del ataque a los Giletta. Para fin de año, por orden del gobernador Pedro Frías, volvieron a sus cargos todos los funcionarios procesados y suspendidos por las supuestas torturas. Los necesitaban firmes en sus puestos, porque el crimen no descansa, menos en la "cuna de la mafia". Y ya se sabe que la mano que mece la cuna es la que domina el mundo.