Opinión
Francisco y la urgencia entender
Su pensamiento instaba a observar la diferencia entre poder y liderazgo y la importancia de la unidad sobre el conflicto. La polarización social, política e ideológica no permite comprender que la realidad debe prevalecer sobre las ideas.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
El mundo entero se vio conmocionado por la noticia del fallecimiento del Papa Francisco. La marea humana que desfiló en estos días por la capilla ardiente ubicada en la Basílica de San Pedro lo testimonió. En este marco, el impacto en el país que vio nacer al “Papa del fin del mundo” fue singular. El sentir popular mayoritario fue de congoja. Y de reconocimiento, incluso desde sectores que lo cuestionaron con dureza.
También hubo espacio para las miserias que desentonan y generan más ruido: desde militantes que ignoraron la homilía que acababan de escuchar sobre la necesidad de la unión nacional y agredieron a la vicepresidente de la Nación, hasta diputados que, a viva voz, garronearon un pasaje a Roma para estar presentes en las exequias de hoy. “No entendieron nada”, sentenció con razón el arzobispo de Buenos Aires. Y es que esas actitudes no hacen más que acentuar las fracturas que arrastramos.
El extinto Pontífice escribió en noviembre de 2013 una exhortación apostólica titulada Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio). En ese texto fundacional de su papado se animó a plantear una mirada distinta sobre el conflicto y la convivencia. Inspirado, entre otros, en el pensamiento del teólogo y filósofo alemán Romano Guardini, introdujo la distinción entre dos tipos de tensiones: las “oposiciones polares” y las “oposiciones excluyentes”. Las primeras implican diferencias que, aunque tensas, pueden coexistir y enriquecerse mutuamente. Las segundas, en cambio, son radicales e irreconciliables: obligan a elegir un solo lado, invalidando al otro.
En ese mismo documento, Francisco advertía sobre un error frecuente en la política -y también en la religión-: confundir el poder con el liderazgo. Alertaba sobre la obsesión por ocupar espacios de poder inmediato, sin pensar en los procesos a largo plazo. Esa ansiedad por “tenerlo todo ya” -escribió- termina vaciando de contenido las acciones. Porque liderar no es instalarse en una silla y actuar para ocupar varias otras; es acompañar transformaciones que requieren tiempo, paciencia y compromiso.
De ahí su insistencia en que la realidad es más importante que la idea: “La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma”, sostiene. Francisco formuló una advertencia contra esa desconexión, contra los discursos grandilocuentes que no interpelan a nadie porque “no pisan la tierra”.
Y finalmente, su llamado más reiterado: que la unidad prevalezca sobre el conflicto. No se trata de negar las diferencias ni de ocultar las tensiones. Pero sí de evitar que el conflicto nos atrape al punto de hacernos perder la perspectiva. “Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad”. Además, aunque exista la tensión de las diferencias, “quien no tiene mi opinión, no es necesariamente un adversario”.
Quizás hoy, mientras el mundo asiste al homenaje global por su partida, convenga recordar aquel mensaje telefónico que, apenas elegido Papa, dirigió a los fieles que se habían congregado en la Catedral de Buenos Aires: “Cuídense entre ustedes. No se hagan daño. Cuiden la vida. Cuiden la familia. Cuiden la naturaleza. Cuiden a los niños. Cuiden a los viejos. Que no haya odio, ni peleas. Que no haya envidia. No le saquen el cuero a nadie. Dialoguen”.
Conceptos expresados en “argentino”, claros y sencillos, sin rebusques ni laberintos filosóficos. Profundamente humanos. Fáciles de entender.