Cultura
Darío Burgenes, la danza como camino de vida
En el Día Internacional de la Danza, el bailarín, profesor y tatuador (entre otras cosas) sanfrancisqueño Darío Burgenes repasa sus más de 20 años de trayectoria. Desde sus primeros pasos motivados por la pérdida hasta convertirse en figura del elenco estable de Jean Carlos, su historia habla de resiliencia, reinvención y la profunda conexión entre movimiento y emociones.
Entre clase y clase, en ese momento especial donde el estudio pasa de las risas serenas de las “chicas” mayores a la energía desbordante de los más chiquitos, Darío Burgenes se toma un respiro. Se sienta en la tarima, ese lugar que conoce tan bien, y acepta charlar mientras ajusta la música para el próximo grupo.
Con la excusa del Día Internacional de la Danza, charlamos con él porque Darío representa como pocos esa mezcla de arte y vida que caracteriza a los verdaderos bailarines. Su historia -desde aquellos primeros pasos dados para superar el duelo hasta llegar a los escenarios más importantes del país con Jean Carlos- encierra lecciones sobre cómo el movimiento puede sanar, transformar y conectar.
En los próximos minutos, hablará de esos momentos clave: cómo el baile lo rescató en dos de las pérdidas más dolorosas, qué significa para él compartir escenario con una figura nacional, y por qué después de tantos años sigue encontrando en la danza ese lugar donde, como él mismo dice, "lo negativo no existe".
—Contame cómo fue ese primer acercamiento al baile...
Mi historia con la danza empieza desde un lugar muy doloroso. Cuando falleció mi papá de cáncer, yo estaba en un pozo depresivo muy fuerte. No sabía cómo salir de ahí. Justo en ese momento, mi novia de entonces me invitó a bailar, más que nada como distracción, para que saliera de casa.
Nunca me había imaginado bailando, pero ahí descubrí algo increíble. En la academia de Gustavo Jaluf encontré una energía distinta, un lugar donde por primera vez en meses podía reírme, disfrutar, sentirme vivo otra vez. No era solo la música o los pasos, era esa vibra especial que se genera cuando la gente se mueve con alegría sincera.
—¿Y hoy, con toda la experiencia que tenés, seguís sintiendo eso? ¿No se perdió con las responsabilidades, los alumnos, las rutinas?
Mirá, la vida me puso otra prueba difícil cuando ya estaba metido de lleno en esto. Mi mamá se enfermó, luchó dos años y al final también nos dejó. En ese momento tenía Kandela a full, pero la tristeza fue más fuerte. Cerré todo, no tenía cabeza para seguir.
Pero el baile ya era parte de mí. Con el apoyo de mi familia y de Romina –mi socia en Kandela- volví. Más lento al principio, pero hoy mirá: tenemos cuatro veces más espacio, el doble de alumnos, y cada clase me confirma que esto es lo mío. La danza no me abandonó, incluso cuando yo quise dejarla.
—Si tuvieras que explicarle a alguien qué sentís cuando bailás...
Es como viajar a otro plano de existencia, te lo juro. Vos ponés la música y de repente el mundo afuera desaparece. No importa si estás en un salón o frente a 10 mil personas, es ese instante donde solo existís vos, el ritmo y la emoción.
Los monjes hablan de meditación, de vivir el presente... Para mí el baile es eso, pero con el cuerpo entero. Y tiene un plus: la energía que te devuelve la gente. En San Francisco me han tratado siempre con un cariño que no es común. Esa conexión con el público, con mis alumnos, alimenta algo muy adentro mío.
—¿Qué representa Jean Carlos en tu carrera?
¡Uf! Jean Carlos es el tipo que me llevó a lugares que ni en mis sueños imaginé. El Gran Rex, Cosquín, Forja... Escenarios enormes con público que vibra. Pero más allá de eso, aprendí de su humildad, de su pasión.
Cuando subís a un escenario con él, sentís que estás participando de algo grande. Y la gente te recibe con ese amor que tienen por su música. Soy consciente de lo privilegiado que soy: un pibe de San Francisco bailando para multitudes gracias a que alguien como él confió en mí.
—¿Qué le dirías a alguien que duda en empezar a bailar?
Que escuche ese llamado, sin miedo. La vida es demasiado corta para no hacer lo que te hace feliz. Yo podría haber seguido en otros caminos, pero algo en mí sabía que necesitaba esto.
El baile no es solo para los que quieren ser profesionales. Es terapia, es alegría, es encontrarse con uno mismo. Si te genera aunque sea una chispa, dale la oportunidad. Como me pasó a mí, puede que descubras mucho más que pasos: puede que encuentres tu propia forma de volar.
La música de la próxima clase ya suena fuerte. Darío se levanta de la tarima, pero antes de irse hacia sus alumnos lanza una última reflexión: "Lo más lindo es ver cuando alguien descubre lo que el baile puede hacer por él. Eso no tiene precio". Quizás por eso, después de 20 años, sigue enseñando con la misma pasión del primer día -la misma que lo llevó de la tristeza a los grandes escenarios, y que hoy comparte generosamente en cada clase-.