Historias
“Alan me enseñó a ser papá”: una historia de amor, adopción y segundas oportunidades

Guillermo Brigalia es papá de Alan, un niño que vivía en la Residencia Infanto Juvenil de Varones de San Francisco. Junto a su pareja, Romina Casa, lo conocieron luego de perder un embarazo. Poco después, la vida los sorprendió con otra bendición: el nacimiento de su hija Luz. En el Día del Padre, compartió su historia.
Por Luis Giordano | LVSJ
A veces, el amor llega sin buscarlo, pero se queda para siempre. Así lo siente Guillermo Brigalia, un joven de 31 años que, junto a su pareja, Romina Casa, decidió abrir su corazón cuando más lo necesitaban. Lo que comenzó como una invitación para ser padrinos de un niño en la Residencia Infanto Juvenil de Varones “San Francisco”, terminó por transformar sus vidas para siempre.
“Mi novia había quedado embarazada hace un par de años, pero lamentablemente lo perdimos antes de los tres meses. Fue muy duro para nosotros porque estábamos muy ilusionados. Poco después vimos en Facebook un llamado para apadrinar a chicos de la residencia. Nos anotamos sin saber muy bien de qué se trataba, solo con ganas de ayudar”, comentó Guillermo a LA VOZ DE SAN JUSTO.
A los pocos meses, los convocaron a una entrevista y allí conocieron a Alan, que por entonces tenía 7 años. “Ese fin de semana ya lo conocimos. Desde ahí, empezó a venir con nosotros todos los fines de semana. Lo buscábamos los viernes cuando salía de la escuela y lo llevábamos de regreso los domingos a la noche. Así fue durante un año, sin fallar ninguno”, agregó el vecino de San Francisco.
Con el tiempo, ese vínculo fue creciendo. Alan encontraba una familia y ellos, un hijo. “En enero nos avisaron que Alan entraba en adopción. Nos preguntaron si queríamos anotarnos. Dijimos que sí sin dudarlo. Desde ese momento, se quedó a vivir con nosotros. Ya era parte de la familia, para siempre”, destacó Guillermo emocionado.
La historia no terminó ahí, porque el amor no se divide, sino que se multiplica. Al poco tiempo, Romina volvió a quedar embarazada y en sus brazos llegó Luz Guadalupe. “Vinieron los dos juntos a enseñarnos a ser padres. Fue como una señal. Alan nos trajo suerte, siempre decimos eso”, remarcó.

El nacimiento de Luz trajo alegría y renovación para toda la familia. Aunque hubo momentos de incertidumbre, especialmente para Alan, la unión fue fortaleciéndose día a día. El cambio no fue fácil para el niño. “Cuando supo que iba a tener una hermanita, se sintió un poco mal, no porque sea malo o no la quiera, sino que pensó que lo íbamos a dejar, que volvería a la residencia. Esa fue su primera reacción. Nos costó hacerle entender que él era parte de nosotros, que nadie lo iba a abandonar. Hoy sabe que los queremos a los dos por igual. Que somos una familia”, manifestó.
Alan, un niño que irradia cariño
La adaptación no fue sencilla al principio, sobre todo para Alan, que llevaba consigo las marcas de un pasado difícil. Sin embargo, el acompañamiento constante y el cariño de su nueva familia lograron que poco a poco él pudiera confiar y sentirse seguro.
Alan tiene ahora 9 años y en noviembre cumplirá 10. “Es un amor, siempre cariñoso, agradecido, alegre. Vive diciendo lo feliz que está con nosotros. Es difícil explicar con palabras lo que se siente cuando un hijo te dice eso”, relató Guillermo.
A lo largo de este camino, Guillermo y Romina aprendieron que la paciencia y la comprensión son fundamentales para formar una familia. Alan, con su historia y sus desafíos, les mostró que el amor no se mide en palabras, sino en gestos cotidianos y en estar presentes en cada momento. “Aprendimos a respetar sus tiempos, a celebrar cada pequeño logro, y eso nos unió aún más”, expresó.
“Su familia biológica nunca lo había mandado a la escuela. Recién empezó a estudiar cuando entró a la residencia. No sabía leer ni escribir. Todo lo fue aprendiendo con esfuerzo y mucho amor. Nos enseñó a nosotros también a tener paciencia, a valorar otras cosas”, remarcó el padre.
Para Guillermo, ser padre no era un plan inmediato, pero llegó cuando menos lo esperaban. “Yo tengo 31, Romi 27. No sabíamos lo que era ser padres. Alan nos enseñó. Todo lo que pasó en su corta vida, lo que sufrió y sin embargo tiene tanto amor para dar. Te cambia la manera de ver el mundo”, agregó.
Hoy viven en San Francisco, aunque son oriundos de San Jorge. Hace más de diez años decidieron mudarse, sin imaginar lo que la ciudad les tenía preparado. “Alan nos completó, después llegó Luz y ya no podemos imaginar la vida sin ellos”, señaló.
Un mensaje para quienes lo están pensando
Guillermo no duda en animar a otros a acercarse a la residencia. “A quienes están pensando en adoptar, o aunque sea en acompañar, les diría que no tengan miedo. Los chicos no necesitan cosas materiales. Solo buscan cariño y mucho amor. Que alguien los lleve a tomar un helado, que los escuche, que les dé amor. Eso es lo único que esperan”, indicó.
“Nosotros vamos cada tanto todavía. Ellos te esperan con una sonrisa. Te abrazan. El amor que tienen esos chicos no se puede explicar. Y cuando encontrás eso, ya no hay vuelta atrás”, agregó Guillermo.
“El Día del Padre para mí significa orgullo, amor y gratitud. Me siento muy querido por mis dos hijos. Ellos me enseñaron a ser mejor persona. Ser papá es estar, es amar sin condiciones. Es aprender todos los días y acompañar en las buenas y en las malas. Alan y Luz son mi motor, mi orgullo y mi alegría”, concluyó.
En un mundo donde no todo está dado, hay historias que florecen desde el dolor, pero se llenan de sentido. Guillermo y Romina encontraron una nueva forma de ser familia. Alan encontró un hogar y Luz llegó como broche de oro. En este Día del Padre, su historia es también la de muchos que eligen amar desde el corazón, más allá de los lazos de sangre. Porque ser padre no es solo dar la vida, sino estar presente para compartirla.