Vacunación y bien común
Suspender la obligatoriedad de algunas vacunas va contra el bien común porque las consecuencias en materia de salud pública pueden ser desastrosas si esto sucede.
Un proyecto de ley busca terminar con la obligatoriedad de las vacunas. Lo presentó una diputada oficialista y en su primer artículo propone que "las personas que sean pasibles de vacunación obligatoria u opcional y quienes sean responsables por la vacuna que reciba un menor a su cargo deberán recibir previamente una información fehaciente acerca de los riesgos que la inoculación de la vacuna en cuestión implica, posibilitando la aceptación o no aceptación de ese acto médico″. Asimismo, la iniciativa establece que "en los lugares públicos y privados donde se suministren vacunas de cualquier tipo deberá exhibirse de forma visible un cuadro informativo donde se advierta sobre las contraindicaciones para la aplicación de las vacunas".
En los fundamentos del polémico proyecto su autora establece que "las vacunas contienen componentes de naturaleza tóxica (aluminio, mercurio, polisorbatos, formaldehído, etc.) y biológicos (virus y bacterias muertas o atenuadas, restos de ADN de células de cultivo humanas y animales) que conllevan un riesgo, constatado en los hechos, de muerte, enfermedad aguda o crónica de variada naturaleza, a lo que hay que añadir la modificación del patrimonio genético".
Es palpable la confusión de esta diputada y de los movimientos anti vacunas que se esparcen por este tiempo en todo el mundo. Una vacuna protege la salud de las personas y salva vidas. Previenen enfermedades graves e incluso algunas formas de cáncer. La historia reciente da muestras de esta afirmación. La erradicación de enfermedades antes mortales como la viruela o que provocaban estragos como la poliomielitis, la difteria, el sarampión, el tétanos y las paperas ha sido posible por la vacunación masiva y obligatoria.
Además, los agentes que provocan las enfermedades prevenibles mediante vacunación siguen circulando y hoy pueden atravesar fronteras e infectar a cualquier persona no protegida. Los médicos insisten en que existen dos motivos fundamentales para vacunarse: por un lado protegernos a nosotros mismos y, por el otro, proteger a quienes nos rodean. Desmentir este dato de la realidad es solo atribuible a la asunción de posturas necias y que surgen de ideas que privilegian en todo momento el bien personal por sobre el bien común.
Convendría preguntarse entonces qué es el bien común en una sociedad. En primer lugar, no es la suma de los bienes individuales. Porque si ello fuese así, no habría ni siquiera discusión sobre este proyecto, puesto que se eliminaría la individual, pero también se pondría en riesgo al conjunto. No hay bien común cuando se privilegia lo individual por sobre el todo o, en sentido inverso, cuando se eliminan los bienes individuales para alcanzar una suma acumulativa que luego, en teoría, será repartida. Ni las ideologías liberales ni las socialistas abarcan globalmente este concepto. Solo aluden a una parte del mismo.
Porque el bien común son las condiciones de la vida social en las cuales las personas pueden alcanzar plenitud en todos los órdenes -económico, sanitario, cultural, político, etc.-, sin eliminar los bienes propios de los sujetos ni tampoco sujetarlos a una lógica colectivista y totalitaria.
Informar sobre los efectos negativos que pueden tener algunas vacunas no está mal. Aunque los especialistas sostienen que las derivaciones no deseadas de su inoculación son siempre leves y tolerables. Se respetará así el derecho a la información de las personas. Pero suspender la obligatoriedad de algunas vacunas va contra el bien común porque las consecuencias en materia de salud pública pueden ser desastrosas.