Una tragedia cultural
En nuestra ciudad, dos personas fueron brutalmente golpeadas para robarles un teléfono celular.Las causas son muchas. Pero no puede negarse que entre las principales asoman la proliferación de la droga y de su tráfico ilegal, en consonancia con la inexistencia de filtros en la violencia asociada a la criminalidad.Estamos frente a una tragedia cultural en la que los valores básicos se han difuminado. El desprecio por la vida es un síntoma categórico de esta calamidad.
Dos personas fueron brutalmente golpeadas para robarles un teléfono celular. Una enorme batahola se generó en pleno centro durante la madrugada de un domingo con agresiones de todo tipo incluso hacia la policía que intentó controlar la situación. Vándalos destruyeron las rejas que protegen el ingreso al edificio del Jardín de Infantes "Intendente Raúl G. Villafañe" de Barrio Ciudad.
Tres hechos distintos que formaron parte de la crónica periodística sanfrancisqueña en la última semana. Que se suman a los cientos de casos de asaltos violentos, ataques con armas blancas y de fuego, arrebatos y roturas de bienes públicos que se vienen produciendo en la ciudad sin solución de continuidad.
¿Qué reflexión puede elaborarse frente a este panorama de la inseguridad que preocupa sobremanera a vecinos y autoridades? ¿Cuáles son los antídotos que deben encontrarse para remediar o, al menos, aliviar la sensación creciente de vulnerabilidad en la que se encuentra nuestra comunidad? ¿Hacia dónde deben dirigirse prioritariamente los esfuerzos? Los interrogantes podrán continuar, pero será difícil cuál contestar en primer lugar. Porque todos hacen referencia a una problemática compleja, que se ha agravado con el tiempo y que parece no tener fin.
Hace varios años se hablaba en la Argentina de la posibilidad de que -en este aspecto de la seguridad- se iba en camino hacia la "colombianización" de la sociedad, recordando la sangrienta época de los años 80 que vivió Colombia con el auge de los sangrientos carteles del narcotráfico. Los rasgos de violencia parecían ir fortaleciéndose con el tiempo. La realidad muestra que aquella advertencia ha cobrado real vigencia. La violencia está enquistada entre nosotros, el desprecio por el otro es una constante y la irracionalidad despierta provoca tremendo impacto en la vida cotidiana.
Las causas son muchas. Pero no puede negarse que entre las principales asoman la proliferación de la droga y de su tráfico ilegal, en consonancia con la inexistencia de filtros en la violencia asociada a la criminalidad. Estas condiciones propias del mundo del hampa parecen haberse generalizado. Así, quien roba, además agrede físicamente. Pero quien se divierte termina peleando. Y quien nada tiene que hacer, rompe lo que encuentra a su paso.
Se vive la época de la violencia. De una cultura violenta en la que la vida propia y la del semejante casi no tienen valor. En la que si la vida no tiene valor, lo demás tampoco. Así, se agrede, se mata, se rompe en todo momento y por cualquier motivo, por más banal que sea.
Es verdad que parece haber una reacción en el cuerpo social frente a este rasgo cultural que envilece la convivencia. Pero también la respuesta es, en muchos casos, violenta. Se justifica abiertamente la réplica con el mismo grado de violencia al accionar de la delincuencia o de los vándalos. Así, la fractura social se agiganta, los valores desaparecen y la vida civilizada pende de un hilo.
Quienes parecen rasgarse las vestiduras frente a estos fenómenos y procuran buscar explicaciones sostienen los mismos argumentos de siempre: la desigualdad social y económica es el germen de todos los males comentados. En las actuales condiciones, ésta es una verdad a medias. El quiebre es también cultural, lo cual es mucho más grave. Estamos frente a una tragedia cultural en la que los valores básicos se han difuminado. El desprecio por la vida -el principal valor- es un síntoma categórico de esta calamidad.