Un pésimo antecedente político
La expansión de gobiernos de signo populista con rasgos marcadamente autoritarios no es sólo propiedad de Venezuela o de algún territorio africano. Está extendiéndose con rapidez por países que han sido faros en la vigencia de sus instituciones democráticas.
La expansión
de gobiernos de signo populista con rasgos marcadamente autoritarios no es sólo
propiedad de Venezuela o de algún territorio africano. Ni siquiera de los regímenes
más duros como el de Corea del Sur. Está extendiéndose con rapidez por países
que han sido faros en la vigencia de sus instituciones democráticas.
Más allá de las posiciones que puedan establecerse sobre el particular, estos conceptos sirven para colocar en contexto, con las salvedades que en cada caso corresponden, situaciones que se está viviendo, ya no en un país sudamericano o del tercer mundo, sino en naciones poderosas como Estados Unidos, Italia y Gran Bretaña. Los dos primeros casos son conocidos, el tercero es más reciente. Y en las últimas jornadas se ha generado revuelo mundial con la decisión postergar por 5 semanas la apertura de sesiones del Parlamento que tomó el flamante primer ministro Boris Johnson, con acuerdo de la reina.
A partir de la inflexibilidad de su postura y la de sus seguidores que impide llegar a un acuerdo por el denominado Brexit, que no es otra cosa que la separación del Reino Unido de la Comunidad Europea, el líder conservador que asumió luego de la renuncia de Theresa May va camino a convertirse en otro excéntrico gobernante que aprovecha circunstancias favorables ante la ineficacia manifiesta de la clase política tradicional británica.
La suspensión de la apertura de sesiones del Parlamento es un enorme retroceso para la democracia británica, pero además un pésimo antecedente que bien puede ser objeto de especulación por otros líderes populistas, incluso con menos escrúpulos. En este contexto, lo más serio es que la asunción del nuevo primer ministro ha sido legal de acuerdo a las normas británicas, pero su legitimación no ha sido dada por las urnas. El diario The Guardian sostiene al respecto: "Boris Johnson no tiene mandato público y fue elegido para ser el líder del partido Tory por solo el 0.14% de la población de Gran Bretaña. Un político conservador anterior, el ex canciller Lord Hailsham, pensó que los gobiernos con pequeñas mayorías no reflejaban un apoyo lo suficientemente amplio en el país y, por lo tanto, no eran democráticos. Su frase fue "dictadura electiva". Johnson ni siquiera tiene eso".
Este déficit de poder político ha sido el que lo llevó a reclamar la suspensión del Parlamento inglés. Utilizó herramientas constitucionales con el solo objeto de eliminar la posibilidad de que las cámaras legislativas le pidan cuentas al Ejecutivo en el tema de la negociación por la salida de la Unión Europea. Con ello, ha socavado las raíces de instituciones milenarias. Y ha dejado asentado un eslabón oscuro en la vigencia de la democracia en el Reino Unido. Lógico es suponer que puede ser contagioso el impacto de decisiones como estas, tomadas por líderes que gobiernan países centrales, para gobernantes autoritarios de cualquier signo ideológico en naciones cuya institucionalidad está lejos de la que ha ostentado el Reino Unido a lo largo del tiempo, independientemente de la óptica ideológica con la que se observe la realidad.