Sin historia no hay futuro
No conocer, no valorar y despreciar nuestra historia es una afrenta difícil de reparar. Lo ocurrido lastima las entrañas profundas de nuestro ser comunitario y establece con claridad que entre nosotros hay quienes no tienen noción de lo que significa pertenecer a esta sociedad. Nos recuerda, finalmente, que si no conocemos nuestra propia historia, quizás no tengamos posibilidad de disfrutar del futuro.
El vandalismo es un fenómeno que crece en proporciones directamente proporcionales con la carencia de educación en ciudadanía. Esta sentencia cada vez cobra más fuerza en nuestra acuciante y, por momentos, angustiante realidad. Es un fenómeno ciertamente de raíces alejadas de lo racional, que difícilmente pueda explicarse más allá de algunas interpretaciones torcidas cuyo sesgo ideológico admite también numerosas otras discusiones.
Quien se transforma en un iconoclasta no parece ser capaz de comprender casi nada de la vida en comunidad. No encuentra justificativos para su accionar, salvo el placer de la destrucción. No tiene respaldo de la mayoría de los vecinos que repudian el daño que produce. Por lo tanto, tampoco puede presumir de sus destrozos, aunque este último punto viene poniéndose en duda si se observa la proliferación de mensajes, en las redes sociales especialmente, que alaban actitudes otrora reñidas con la convivencia.
Lo que viene ocurriendo en estos días en San Francisco es una manifestación preocupante y peligrosa de daños al patrimonio urbanístico, cultural e histórico. Ejemplos sobran: el ataque con pintadas al Monumento al Inmigrante Piemontés y los frecuentes robos que ocurren en esa sede, los destrozos en el frente de la Escuela de Bellas Artes y el reciente intento de robo de un carro centenario que se encontraba exhibido frente a la sede del Archivo Gráfico y Museo Histórico, que terminó destruido a 300 metros del lugar.
Este último suceso destruyó un bien que tiene una antigüedad centenaria. Se trata de un objeto de la década de 1920, utilizado mayormente en la zona rural con el objeto de transportar tierra mediante tracción a sangre. La donación de dicho carro se hizo a través de una familia de la ciudad hace 8 años. Estaba ubicado en el playón de acceso al AGM puesto que se lo vinculaba con las tareas rurales de esta región y con su habitual presencia en zonas de monte.
Duele observar las fotografías del carro hecho añicos. De este valioso recuerdo de una esforzada y laboriosa historia pergeñada por los antepasados inmigrantes que ayudaron a forjar la identidad de la que los sanfrancisqueños estamos -¿estábamos?- orgullosos, signada por principios que hoy parecen ser ignorados. Valores compartidos que ya no se encuentran, tampoco se enseñan y que solo son rescatados por algunas instituciones como el Archivo Gráfico y Museo Histórico, en una labor encomiable que no merece semejante afrenta.
Al tiempo que se reclama de las fuerzas de seguridad y la Justicia una acción más decidida en procura de dar con los vándalos que atentan contra el patrimonio de todos, es preciso remarcar la trascendencia de conservar la memoria histórica y las raíces culturales que fraguaron nuestra identidad. Porque no conocer, no valorar y despreciar nuestra historia es una afrenta difícil de reparar. Lo ocurrido lastima las entrañas profundas de nuestro ser comunitario y establece con claridad que entre nosotros hay quienes no tienen noción de lo que significa pertenecer a esta sociedad. Nos recuerda, finalmente, que si no conocemos nuestra propia historia, quizás no tengamos posibilidad de disfrutar del futuro.