Retroceso de la pena de muerte
Mientras en las redes sociales especialmente se aboga desde el anonimato por su instauración en el país, la tendencia en el mundo occidental al menos es que este método de castigo está retrocediendo. La extinción de una vida humana, sea quien fuere, es la acción más grave que puede tomar un Estado.
Mientras en las redes sociales
especialmente se aboga desde el anonimato por la instauración de la pena de
muerte en el país, la tendencia en el mundo occidental al menos es que este
método de castigo está retrocediendo. Esto significa que se hallan fuera de
contexto las nuevas voces que hablan de implementar la inyección letal u otros
métodos cruentos como modo para terminar con la delincuencia.
Está probado por las estadísticas que la pena de muerte no es impedimento para que los delincuentes sigan cometiendo sus crímenes. Según Amnistía Internacional los países que mantienen la pena de muerte suelen afirmar que es una forma de disuasión contra la delincuencia. "Esta postura ha sido desacreditada en repetidas ocasiones. No hay pruebas que demuestren que es más eficaz que la cárcel a la hora de reducir el crimen", sostiene. Pero además, este método de castigo penal es propio más de sistemas judiciales injustos, turbios, poco claros, influenciados por prácticas religiosas o culturales que sesgan el derecho a la vida de las personas.
Es decir que las voces que proclaman la necesidad de su aplicación en países que la han abolido son manifestaciones devenidas de la falta de argumentos, oportunistas en algunos casos -en especial en políticos que se autorreferencian como "salvadores"- y en otros propias de conductas irracionales que no encuentran respuesta diferente para hacer frente a los problemas que genera el delito en las sociedades.
Amnistía Internacional ha comunicado al mundo que en los últimos años la mayoría de las ejecuciones tuvieron lugar en China, Irán, Arabia Saudí, Irak y Pakistán, en ese orden. China siguió siendo el mayor ejecutor del mundo y excluyéndolo al gigante asiático cuyas cifras de ejecuciones no se conocen, el 84% de las ejecuciones conocidas tuvieron lugar en tan sólo cuatro países: Arabia Saudí, Irán, Irak y Pakistán.
Este último párrafo para nada justifica que en países occidentales -donde el derecho a la vida está consagrado- se continúe con este modo de castigo judicial. De todos modos, en los Estados Unidos fueron ejecutados 25 reclusos en 2018. Esto representa, según ha publicado The Washington Post, "el cuarto año consecutivo en que la nación mató a menos de 30 personas. De acuerdo con el Centro de Información sobre Penas de Muerte, una organización sin fines de lucro que publica un informe anual sobre el tema, se condenó a la muerte a 42 personas, un poco más de las 39 de 2017 . Aunque el aumento no es motivo de celebración, aún representa una disminución masiva desde el nivel más alto de la nación en 1996, de 315".
La extinción de una vida humana, sea quien fuere, es la acción más grave que puede tomar un Estado. No puede admitirse la crueldad de la pena de muerte, por más que existan supuestos clamores expresados anónimamente por las redes sociales, quizás originados en la falta de respuestas del sistema judicial y otros ámbitos del Estado para aliviar la sensación de inseguridad. Porque los valores centrales de la cultura deben defenderse. Y porque se trata de un castigo innecesario para la disuasión del crimen. Varios Estados norteamericanos ya la han eliminado. Y otros van en esa dirección. Si bien falta mucho, la tendencia habla de que la pena de muerte va camino a ser cosa del pasado, al menos en algunos países.