Redes sociales y propagación del odio y la violencia
Uno de los costados más controvertidos que dejó el sangriento atentado en Nueva Zelanda fue el hecho de que el asesino difundiera su accionar en vivo, por las redes. Hechos como este han terminado por convencer a los gigantes de la tecnología que deben trabajar para evitar que estos contenidos sean difundidos en sus plataformas.
Uno de los costados más controvertidos que dejó el sangriento atentado en Nueva Zelanda, donde un fanático racista ingresó a dos mezquitas y produjo una verdadera masacre, fue el hecho de que el asesino difundiera en vivo por las redes sociales su terrible acción. A partir de allí volvieron a ponerse en tela de juicio las condiciones favorables que ofrecen estas herramientas modernas de comunicación para propagar mensajes de muy violentos y en directo, sin ningún filtro.
Una primera observación permite establecer que las nuevas tecnologías permitieron democratizar la palabra y garantizar el ejercicio de la libre expresión de las ideas. Sin embargo, al mismo tiempo, fueron facilitadoras de la difusión de expresiones de odio tan graves como condenables. En este punto, vale recordar que las tecnologías de la comunicación son herramientas y que su utilización depende de las intenciones de los seres humanos. Constituyen, como afirmaba el extinto Papa Juan Pablo II, un riesgo y una riqueza.
Sin embargo, el horror provocado por la transmisión en vivo de la muerte de casi medio centenar de personas a manos de un desquiciado, fanático y racista obliga a repensar algunas prácticas que las compañías prestadoras de los servicios de redes sociales no siempre se avienen a analizar. Los motivos pueden ser variados, pero el poderío adquirido por estas compañías parece haberlas colocado más allá de cualquier situación de autorregulación. No estarían comprendiendo que el poder implica responsabilidades.
Hace muchos años, casi medio siglo, el estudioso de la comunicación global Marshall Mc Luhan acuñó una frase que todavía resuena en los ámbitos académicos vinculados con la comunicación: "El medio es el mensaje". Con ella instaló su idea de que las tecnologías de la comunicación y la información no son neutrales. Y que su utilización podría estar condicionada por los objetivos que puedan plantearse los usuarios. Aquel concepto pronunciado cuando no se conocía Internet adquiere hoy, a la luz de lo sucedido en Nueva Zelandia, nuevas configuraciones.
Ha quedado atrás el tiempo en el que las empresas proveedoras de las redes sociales afirmaban que solo eran vehículos para difundir los mensajes de las personas. Esto es, no eran editores a la usanza de los medios tradicionales. Y que por ello no tenían posibilidad -incluso algunas decían que ni siquiera tenían derecho- a interferir en la utilización de los dispositivos por parte de sus usuarios. Hechos como el de la matanza de musulmanes neozelandeses han terminado por convencer a los gigantes de la tecnología que deben trabajar para evitar que el odio y la violencia sean propagadas por sus plataformas.
A este avance, le falta un paso. Porque no se trata únicamente de retirar de circulación cuentas de fanáticos o de censurar algunos materiales. Tienen la obligación de considerar medidas para que sus plataformas no se encuentren abiertas a la propagación del odio. Son estas empresas las que invierten enormes recursos para conocer el comportamiento de los seres humanos respecto a las decisiones de compra o a sus intereses. Debería reclamárseles que destinen algunos fondos para detectar en sus cuentas los patrones que llevan implícitos mensajes violentos, racistas, integristas o portadores de ideas contrarias a los valores que deben regir la comunicación y la relación entre las personas.