No hace falta erudición para entender su significado
La Bandera Nacional se encuentra el eslabón perdido de la unidad de los argentinos.
El diccionario de la Real Academia Española nos enseña que la vexilología es el estudio de las banderas en su más amplio sentido. Aunque formó parte de la Heráldica durante mucho tiempo, hoy se la considera una disciplina auxiliar de la historia, al tiempo que se entiende también su relevancia como parte de la semiótica. Aunque no se conozca, el estudio de esta ciencia tiene una asociación argentina que funciona desde 1988 y que tiene como objetivo estudiar e investigar la incidencia de las banderas en la vida nacional.
Un estudio serio de las banderas permitiría encontrar rasgos de identidad de los pueblos, así como el uso que una sociedad le da a estos símbolos brinda signos importantes para determinar cuáles son las interpretaciones que un grupo social les otorga. Sin embargo, no es necesario dominar esta disciplina para comprender que una bandera remite a identificación, a valores comunes, a aceptación, a pertenencia. Porque sin estos significados tan potentes, sería absurdo que existiesen símbolos de este tipo.
Es decir, no hace falta ser un erudito para tomar nota de la trascendencia simbólica que una bandera tiene para un pueblo. En el Día de la Bandera no viene mal reflexionar sobre el significado que tiene para los argentinos. Es que, sin ingresar en el terreno de la semiótica de manera profunda, quizás sean éstos tiempos en los que se requiere volver a épocas pretéritas y revitalizar representaciones sociales referidas a la enseña patria.
Como consecuencia de los vaivenes políticos, culturales, históricos e ideológicos que ha vivido la Argentina, hubo épocas de ensalzamiento exagerado de los símbolos patrios. Por lo mismo, en otros períodos se minimizó su trascendencia como elemento aglutinador de la identidad. Como en buena parte de los aspectos de la vida comunitaria de este país, los extremos también se posaron sobre el uso de la bandera. Para algunos representó siempre la soberanía nacional, para otros el predominio de una ideología por sobre las demás, por ejemplo. Hubo años en los que se la ensalzó y otros en los que se la ocultó.
Sin embargo, en medio de la grieta gigante que se abrió en el país tanto en lo político como en lo socioeconómico, quizás la Bandera -así con mayúsculas- sea el símbolo desde el cual podría comenzar un nuevo ciclo histórico signado por la consecución de objetivos comunes, el respeto a las diferencias y el final de las rencillas insípidas que inundan el espacio público pero que impiden el debate profundo. Mucho más podría hacerse si a partir de la Bandera se aprenden las lecciones que su creador legó.
Sin atisbar siquiera que años después hubiera vexilólogos, Belgrano vio en el Bandera Nacional el símbolo que faltaba para que la independencia tomara cuerpo definitivo y se hiciera un objetivo de todos los patriotas de ese tiempo. Muchos no lo comprendieron, así como nunca entendieron el significado de la unión y de trabajar por los objetivos trascendentes de la Nación. Fue su creador el que otorgó el significado verdadero al símbolo cuando convocó a sus contemporáneos a hacer de América del Sur "el templo de la independencia y la libertad" y comprendió que el futuro de la Patria prontamente dejaría de construirse en los campos de batalla para forjarse en las escuelas, en el campo y en las fábricas.
Como se afirma en el título, no hace falta ser erudito para entender que en la Bandera Nacional se encuentra el eslabón perdido de la unidad de los argentinos.