Eugenia Tarzibachi: "en el siglo XX el cuerpo menstrual fue ocultado porque era vergonzante"
El libro "Cosa de mujeres", de la psicóloga Eugenia Tarzibachi, propone un acercamiento cultural al fenómeno de la menstruación, a partir de una investigación trasnacional entre la Argentina y los Estados Unidos, que revisa la industria del llamado "cuidado femenino" y recorre en clave histórica los significados asociados al hecho de menstruar.
"La menstruación es la única sangre que no nace de la violencia y es la que más asco te da", dice un afiche anónimo que Tarzibachi retoma como epígrafe en su último capítulo del libro (Sudamericana), donde más adelante resuelve: "El sangrado periódico que se vive como menstruación no mata, pero generiza el cuerpo y produce un abanico de inequidades".
Ocultado bajo eufemismos -"estoy en esos días", "me vino", "Andrés" o el famoso "se hizo señorita"-, el hecho de menstruar fue rodeado por una poderosa narrativa de discursos (como problema higiénico, como debilidad o defecto natural del cuerpo, como ideal cuando refiere a la fertilidad) que logró una efectiva pedagogía sobre las mujeres: que la menstruación ocurra pero no se note.
Y como un ensamble, por debajo, revela Tarzibachi en su investigación doctoral, la industria de lo que se conoce como "Cuidado Personal Femenino" consolidó un fructífero negocio -en 2015 movió unos 30.000 millones de dólares- con la descartabilidad como leit motiv para las "prácticas de gestión de la menstruación", con "tecnologías" como toallitas y tampones.
A través de muchas aristas y con un importante caudal de reconstrucción histórica durante un período del siglo XX, Tarzibachi, psicóloga y doctora en Ciencias Sociales, indaga con perspectiva de género en torno a este tema de salud que para muchos ya no es tabú pero sí motivo de vergüenza, sino de exclusión social. La autora dialogó con Télam.
-En el libro señalás que "el cuerpo menstrual es un cuerpo que está en disputa", ¿qué significa eso?
A lo largo del siglo XX, a través de la diseminación de la industria de FemCare, se consolidó la forma moderna de menstruar con productos descartables. Ello supuso que el cuerpo menstrual debía ser ocultado en el espacio público porque era vergonzante y, al mismo tiempo, la menstruación era un orgullo porque te definía como mujer en tanto indicaba fertilidad. Es decir: la potencialidad de asumir un rol social sagrado para las mujeres en nuestra cultura, la maternidad. En la actualidad el mercado ofrece otras tecnologías de gestión menstrual, ninguna de ellas nueva: los anticonceptivos que suprimen el sangrado periódico y los productos reusables como la copita menstrual. Cada uno de estos productos suele estar sostenido por discursos sobre los cuerpos menstruales bien diferentes, que tensan al de la industria de FemCare. En ese sentido, los sentidos legítimos sobre el cuerpo menstrual están en disputa por intereses económicos. También están en disputa a través de distintas formas de activismo menstrual que, entre otras cosas, buscan develar la persistencia de tabú de la menstruación.
-Decís que el sangrado queda asociado a lo abyecto...
La publicidad de toallas y tampones descartables perpetuó esa asociación. A lo largo del siglo pasado operó con un trípode de sentidos: la protección de un cuerpo peligroso o vulnerable, la higiene y la liberación. De acuerdo a los discursos de coyuntura, la publicidad de estos productos puso acentos diferenciales: a comienzos del siglo pasado, el higienismo fue el más fuerte y se acentuó la higiene de un cuerpo considerado sucio por menstruar. Y, a partir de los 60 y 70, con el auge del movimiento de la liberación femenina, se utilizó el significante de la liberación vaciado de contenido: se planteó algo así como que las mujeres podían liberarse del tedio de menstruar gracias a un mejor enmascaramiento de la sangre y los productos. Todo esto es algo que pervive hoy transmutado a una idea compleja de empoderamiento de las mujeres, pero la menstruación sigue estando metaforizada.
-También sostenés que se usó un ideal masculino para vender toallas y tampones...
Cuando las toallas y los tampones descartables se presentaron desde la publicidad se propusieron como la solución para el eterno problema femenino, y así comenzó la retórica de la industria a presentarla en el mercado. Estos productos cobraron un sentido social como "protectores femeninos", reparadores de un cuerpo "naturalmente" defectuoso que podía ser socialmente aceptable en tanto se mostrara en público como el cuerpo ideal: el a-menstrual o masculino.
-¿De qué modo operó el disciplinamiento que instauró "la forma moderna de menstruar", con toallas y tampones descartables?
De la mano del saber médico moderno. Con estas tecnologías las mujeres incrementaron la productividad de sus cuerpos. Por ejemplo pudieron trabajar y circular en esos días en tanto la mancha no apareciera, en tanto esta sangre con olor fétido no se sintiera, en tanto el producto no se evidenciara a través de la ropa. Supuso la desmentida del cuerpo bajo el signo de la modernización y, en los 60 y 70, bajo el discurso de la liberación. Las mismas mujeres al disponer de sus cuerpos de mejor modo sintieron que eso era algo liberador, cuando en realidad quedó velado que el tabú de la menstruación pervivió, solo que sus cuerpos menstruales pudieron ocultarse mejor. Muchas mujeres sienten la vergüenza de mancharse en público como algo singular, cuando sería interesante desandar esas emociones como reguladas socialmente: por qué te resulta molesta, por qué es semejante tortura algo que es un signo vital más del cuerpo.
-Al hablar de menstruación, de ciclos y hormonas se apela a la naturaleza como explicación de cambios emocionales abruptos en las mujeres. ¿Cómo rebatir esos discursos de tono biologicista?
Primero a partir de evidencia científica que no muestra esa asociación. Hay verdades que se siguen transmitiendo porque las dice un médico o una médica. Esto no niega que hayan personas que vivan grandes padecimientos en torno al ciclo menstrual, pero el problema es esa construcción como verdad universal, que predispone o legitima desde un orden natural a la mujer como problemática, loca o inestable a causa de su biología. Lo real del cuerpo existe, el tema son los sentidos con los que los cargamos.