Estadios vacíos, barrabravas activos
La violencia no cesa por más que los estadios estén vacíos. El problema de los barrabravas continúa presente. La impericia, la negligencia, la complicidad y otras actitudes que no ayudan a resolverlo también parecen tener características perennes.
Quienes aún tienen una visión romántica y nostálgica del fútbol argentino añoran la presencia del público en los estadios de todo el país. En verdad, el espectáculo con las tribunas deshabitadas pierde parte de su esencia y transforma un fenómeno cultural en uno estrictamente mediático, pues la única manera de disfrutar del más popular de los deportes es a través de la televisión o de los demás dispositivos comunicacionales que ahora han aparecido.
Y mientras se discute sobre jugadas o episodios de los distintos encuentros, primero de manera soterrada y ahora -al parecer- sin ningún prurito por hacerlas públicas, los barrabravas han comenzado a dirimir posiciones de poder de manera violenta. Han amagado con hacerlo o directamente lo llevaron a la práctica. Queda demostrado así que están vivas y se mantienen activas las internas de los grupos de delincuentes que viven de su accionar como barras de clubes de fútbol.
Dos ejemplos son elocuentes. Por un lado, el relato escrito por un periodista especializado en esta temática, en el que describe un "operativo" con armas de fuego destinado a descabezar a la cúpula de "La Doce" del club Boca Juniors. Por el otro, el ataque a tiros que recibió el líder de una agrupación disidente de la hinchada de Racing de Avellaneda, denominada "Villa Corina". En el primer caso, la alerta a las fuerzas de seguridad impidió que las cosas llegaran a mayores. En el segundo, el sujeto debió ser internado con graves heridas y el agresor estaría identificado y siendo buscado por la policía.
Lo cierto es que las disputas entre facciones al interior de los grupos más duros de las hinchadas de fútbol perduran aun en tiempo de pandemia. Es más, se agigantan debido a que las principales fuentes de financiamiento de estos grupos se hallan suspendidas. No pueden controlar el estacionamiento ni los kioscos en los estadios, ni pueden revender entradas ni tampoco consiguen ingresar droga, ni ser grupos de choque en movilizaciones o manifestaciones hoy suspendidas, entre otras actividades que han sido siempre permitidas por la dirigencia de los distintos clubes.
En este contexto, la llama de la violencia en el fútbol continúa encendida más allá de las particulares situaciones en las que se desenvuelve el espectáculo deportivo en esta época dominada por la pandemia. La violencia y la delincuencia siguen estando presentes. Porque estas estructuras delictivas no están formadas por grupos marginales. Han adquirido un poder enorme en las estructuras del fútbol nacional y son toleradas por dirigentes deportivos, y de otros ámbitos como el sindical y el político, que muchas veces son cómplices del accionar de estos grupos, ya que esto les permite seguir "con vida" en sus puestos.
El tema es el mismo de siempre. Y la violencia no cesa por más que los estadios estén vacíos. El problema de los barrabravas continúa presente. La impericia, la negligencia, la complicidad y otras actitudes que no ayudan a resolverlo también parecen tener características perennes.