El trabajo en tiempos críticos
Desde hace mucho tiempo, son recurrentes las crisis socioeconómicas que afronta el país. El desempleo se propaga, la precariedad se torna habitual y el salario se derrumba. El desafío es superar la coyuntura, destruir esquemas perimidos y redescubrir el significado de aquellos principios que calificaron al trabajo como derecho humano fundamental.
El trabajo es una característica fundamental de la condición
humana. No se puede discutir su valía para la conformación de sociedades con
ansias de progreso y para el crecimiento personal de las personas. Contribuye
al desarrollo de las ciencias y la técnica y eleva moral y culturalmente a
todos los miembros de una comunidad.
El párrafo anterior es una síntesis de lo que se supone debe significar el trabajo en cualquier momento de la historia. Mucho más luego de la consagración de los derechos humanos universales. Precisamente, el artículo 23° de la Declaración de los Derechos del Hombre señala que cualquier persona tiene derecho a trabajar, a elegirlo libremente, a condiciones laborales equitativas y satisfactorias y a la protección contra el desempleo. Asimismo, se impuso la idea de que a igual trabajo, igual salario. Y que la remuneración debe asegurar a la persona y a su familia una existencia conforme a la dignidad humana.
Desde hace mucho tiempo, las recurrentes crisis socioeconómicas que afronta la Argentina han dejado solo en el papel la citada declaración. El desempleo arrecia en algunas circunstancias, la precariedad se torna habitual y el salario se derrumba como consecuencia del errático camino que sigue el país, gobierne quien gobernase, en las últimas décadas. Para más, la revolución tecnológica nos tomó con la guardia baja. La educación no encuentra soluciones para afrontar los nuevos desafíos laborales, pese al esfuerzo que se hace en esta materia. Ya en 1991, la declaración Laborem Exercens del extinto Papa Juan Pablo II advertía que la humanidad vivía las "vísperas de nuevos adelantos en las condiciones tecnológicas, económicas y políticas que, según muchos expertos, influirán en el mundo del trabajo y de la producción no menos de cuanto lo hizo la revolución industrial del siglo pasado". A casi 30 años de esta afirmación, no cabe duda de que se trató de una opinión certera.
Como si esto no bastase, la crisis actual del país es un factor de preocupación mayúsculo para la salud y la seguridad de los trabajadores. El miedo a perder el empleo supone un estrés alto. La caída del poder adquisitivo se suma al panorama de degradación. Los recursos que se asignan a la salud y a la seguridad social son cada vez más limitados. Todos estos factores generan consecuencias tan negativas como difíciles de superar y vulneran definitivamente los principios consagrados por la declaración de derechos humanos.
En la misma senda discurre una acción gremial muchas veces retrógrada, anclada en parámetros históricos ya ampliamente superados y con rasgos autocráticos que favorecen prácticas corruptas que lejos están de beneficiar a quienes deben ser representados por esa dirigencia sindical. No es posible que, a esta altura y con estos problemas, no haya sido posible encontrar en el país el modo de debatir con responsabilidad las reformas que deben hacerse necesariamente para afrontar el mundo laboral del siglo XXI, signado por el valor del conocimiento y la aplicación de la tecnología. Sin embargo, la lógica que sigue imperando poco tiene que ver con los problemas actuales. Es más, es obsoleta.
La reflexión sobre el trabajo humano en el día en el que se recuerda su importancia obliga, este año, a redescubrir el camino para afrontar los desafíos inmensos que plantea la realidad. El desafío es superar la coyuntura, destruir esquemas perimidos y redescubrir el significado de aquellos principios que calificaron al trabajo como un derecho humano fundamental.