El fútbol y la paz
Más allá de las reacciones humorísticas, los tibios apoyos a la suspensión, las expresiones fuera de contexto o desmesuradas como las del mandamás de la AFA y también a la reiterada costumbre argentina de no cumplir con lo pactado, es verdad que la suspensión del encuentro entre Argentina e Israel fue un acto de sentido común.
En medio del revuelo que se generó por la suspensión del partido de fútbol amistoso entre las selecciones de la Argentina e Israel, que se iba a disputar en Jerusalén, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino expresó una frase que motivó los más variados comentarios. El dirigente sostuvo que la suspensión del encuentro era "un aporte a la paz mundial".
Semejante afirmación pareció colocar a un simple match deportivo a la cabeza de las estrategias de la diplomacia internacional para alcanzar acuerdos que permitan destrabar un conflicto de origen bíblico, que lleva siglos sin resolverse en una región del mundo siempre convulsionada como el Levante.
Más allá de las reacciones humorísticas, los tibios apoyos a la suspensión, las críticas furibundas a un supuesto papelón, las expresiones fuera de contexto o desmesuradas como las del mandamás de la AFA y también a la reiterada costumbre argentina de no cumplir con lo pactado, es verdad que la suspensión del encuentro fue un acto de sentido común. El partido había sido tomado como una excusa para reavivar el conflicto palestino - israelí.
Luego de este aporte a la paz mundial según las palabras del dirigente citado, una reflexión más serena nos podría llevar a un debate acerca de si el fútbol -o cualquier otro deporte- puede ayudar a la paz entre las naciones. Pese a que la a visión más extendida es que ello puede suceder, la utilización política de los deportes -una constante desde tiempos del Imperio Romano- abre ciertos interrogantes.
De todos modos, la propia ONU ha dispuesto que un día -el 6 de abril- sea declarado el Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz. La fecha no es casual: el 6 de abril de 1896 en Atenas se inician los Juegos de la era moderna. La idea subyacente radica en el convencimiento de que la competición pacífica entre países saca a la luz lo mejor del ser humano. En el mismo sentido, alguna vez fue Pelé, uno de los mejores futbolistas de la historia, quien en el Foro Económico Mundial de Davos, instó a que se comprenda que "un balón puede cambiar el mundo y hacerlo mejor".
Son pocos los que se hallan en la vereda de enfrente. Por ejemplo, un estudio de la Universidad de California Los Ángeles (Ucla), se pregunta si las competiciones deportivas ayudan a la paz. La investigación social se centra en los mundiales de fútbol y los resultados indican que causan conflictos entre países. Refiere al respecto que ante grandes eventos deportivos el discurso nacionalista en un país se torna más agresivo. Que el lenguaje de las crónicas deportivas utiliza de manera abundante la terminología militar. Y que un simple partido de fútbol puede generar conflictos o agravarlos. Como ejemplo vale recordar la llamada guerra del fútbol -así acuñada por el gran reportero Ryszard Kapuscinki- en 1969 entre El Salvador y Honduras. ¿Podría agregarse aquí el episodio de características bizarras de la suspensión del encuentro en Jerusalén?
Así, aun situándose en la primera de las posiciones, la más proclive a entender que el deporte -en este caso el fútbol- puede ayudar a la paz entre las naciones, la fórmula no es matemática. Entonces, mientras se utilice al deporte como instrumento persuasivo y de propaganda y se enfatice en la prédica de que la competencia debe ser ganada a cualquier precio, quizás los balones no puedan cambiar el mundo y hacerlo mejor. Y aquella frase extemporánea y exagerada del presidente de la AFA quizás cobre algún mínimo sentido.