Diplomacia: la necesidad de un rumbo
Luego de años de ostracismo, la Argentina ha vuelto a ser considerada en la política internacional. Pero es hora de que las relaciones internacionales dejen de ser un botín ideológico para transformarse en el elemento generador de una relación madura, sincera y provechosa con el resto de las naciones.
Luego de años de ostracismo, la Argentina ha vuelto a ser considerada en la política internacional. La frase asoma como estridente y, para algunos, algo exagerado será su significado actual. Sin embargo, después de un largo tiempo de asociación con naciones poco fiables y de relaciones escasamente beneficiosas para el país, las cosas parecen estar modificándose.
Prueba de ello ha sido la última visita de la canciller alemana, Ángela Merkel a Buenos Aires. Entre los temas bilaterales, muchos se vinculan con el comercio bilateral, pero es político fundamentalmente el apoyo que consiguió el gobierno argentino de parte de una de las figuras con más poder en el mundo actual.
La Argentina pasará a presidir el G 20, constituido por siete de los países más industrializados -Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido- (G-7), más Rusia (G-8), a los que se suman once de todas las regiones del mundo (entre ellos el nuestro), y la Unión Europea como bloque económico. Y esta circunstancia jugará un papel esencial en torno a la posibilidad de que el retorno definitivo a la tradición en materia diplomática alcance estándares sustentables.
Si se compara con la anterior administración nacional, el cambio es evidente. Pero también es verdad que la Argentina ha vuelto a protagonizar una modificación profunda en sus relaciones internacionales. El giro es casi completo. Y entonces conviene repensar cómo queremos insertarnos como Nación en el mundo, además de admitir que nuestros vaivenes y barquinazos han destrozado la credibilidad de la Argentina.
La ubicación de nuestro país en el mundo no parece estar entre las prioridades de la ciudadanía, abrumada por problemas mucho más cercanos y candentes. Sin embargo, es fundamental para encontrar apoyo internacional para algunas soluciones que puedan llevarse adelante. Por ello, la visión estratégica juega un rol esencial. Y ésta debe dejar de lado -de una vez y para siempre- los ideologismos que obligan a la Argentina a navegar en círculos debido a sus indefiniciones en materia de alineamiento y claridad en la defensa de sus intereses permanentes.
Aquí parece estar el centro de la cuestión. No puede continuar el país brindando una imagen histérica que se traslada a la diplomacia y que resuelve trayectorias de acuerdo al humor del gobernante de turno. Se habla mucho de un pacto para establecer puntos comunes, políticas de Estado que deben mantenerse en el tiempo. Quizás no se logre la firma, pero es hora de que las relaciones internacionales dejen de ser un botín ideológico para transformarse en el elemento generador de una relación madura, sincera y provechosa con el resto de las naciones.