Desafíos de la independencia
La construcción -reconstrucción quizás- del ser nacional tiene que fundarse en aquella memoria histórica. Saber de dónde venimos es condición necesaria. Pero no suficiente: es importante demostrar que es lo que estamos dispuestos a hacer para terminar con el derrumbe de la autoestima social, la decadencia cultural y el deterioro económico e institucional.
La Argentina celebra 203 años de vida independiente. A partir de aquella gesta histórica coronada el 9 de julio de 1816, se presentó a la faz de la tierra un emprendimiento político, social y cultural que permitió el desarrollo de una identidad nacional, que se entronca con el verdadero sentimiento patriótico.
La declaración de la independencia formó parte de similares procesos que se dieron en toda América latina en la primera mitad del siglo XIX. Pero cada uno de ellos tuvo dinámicas complejas, ni siquiera prefiguradas. La discusión por el modo de gobierno, las disputas nacionales, provinciales y hasta locales tuvieron modos de expresión tan diferentes como controvertidas. Sin embargo, como señala la historiadora Hilda Sabato, "el ejercicio del poder político se asentó sobre los principios de la soberanía popular y la representación moderna, establecidos por las constituciones y sostenidos ideológicamente por las élites triunfantes de todos los partidos y en todas las regiones".
A partir de este momento histórico, la palabra independencia interpela la vida nacional. Obliga a responder al mandato de los próceres que la declararon y el mensaje que dejaron las generaciones posteriores. Exige que todos estén incluidos en el proyecto de sociedad, independientemente de la condición social, económica, cultural o política. Reclama además que el pensamiento nacional se base en el sólido cimiento de la idea republicana. Determina que se debe aguzar el ingenio y apostar al trabajo esforzado para resolver los problemas del momento sin olvidar las enseñanzas del pasado y proyectando acciones para el futuro.
También la independencia significa honrar la libertad y luchar contra la tentación autoritaria, para cobijar en el debate social el respeto y la tolerancia como valores centrales. Al mismo tiempo, obliga a interpretar la realidad actual a la luz de nuevos paradigmas. Pero lejos debe estar esta interpretación de manipulaciones o falsas argumentaciones. La construcción -reconstrucción quizás- del ser nacional tiene que fundarse en aquella memoria histórica. Saber de dónde venimos es condición necesaria. Pero no suficiente: es importante demostrar que es lo que estamos dispuestos a hacer para terminar con el derrumbe de la autoestima social, la decadencia cultural y el deterioro económico e institucional.
Porque el siglo XXI difiere notablemente de aquel mundo en el que la independencia fue una conquista magnífica. La globalización fragmenta los espacios, la desigualdad alarma, la cohesión social y la solidaridad están amenazadas, la xenofobia y las restricciones a la libertad son recurrentes, las rivalidades agitan las polarizaciones y la tecnología invade la vida: los progresos técnicos han eliminado las fronteras políticas y geográficas.
Al cumplir 203 años como Nación independiente, la Argentina tiene por delante desafíos mayúsculos en un mundo no menos retador. De todos modos, las enseñanzas de los próceres de la independencia siguen marcando el camino: institucionalidad, republicanismo, libertad, justicia, convivencia armónica, búsqueda de la prosperidad, igualdad de oportunidades, respeto a la dignidad del hombre y solidaridad, entre otras.