2020: la última palabra
Cuando la vuelta del almanaque marque esta noche el final del horrible 2020, este diario cumplirá 106 años de prédica periodística. Y seguiremos escribiendo, magullados pero esperanzados en que los anhelos de nuestra gente no pueden marchitarse por un virus. Quizás ésta sea la razón: al terminarse este increíble "año de las últimas cosas", es necesario reafirmar la convicción de que ningún virus nos impedirá decir la última palabra.
"No sé muy bien por qué te estoy escribiendo. Para serte franca, apenas si he pensado desde que llegué. Pero de repente, después de todo este tiempo, siento que tengo algo que decir y que si no lo escribo rápidamente mi cabeza estallará. No importa si lo lees, ni siquiera importa si voy a enviar estas líneas, suponiendo que eso pudiera hacerse. Tal vez escriba solo para que no estés tan lejos de mí".
La carta de Anne Blune comienza a relatar una realidad deshilachada, dolorosa, deshumanizada. Así lo concibió Paul Auster en "El país de las últimas cosas". La mujer no sabe por qué escribe. Pero lo hace. Deja testimonio de su experiencia y quiere compartirla aunque no tiene certezas acerca de si esto será definitivamente posible.
Al finalizar el 2020, la mirada retrospectiva incluye la duda acerca de las razones por las cuales debe escribirse sobre estos días y meses tan singulares. Existe la tentación de hacer alguna proyección sobre cómo quedará grabado en la memoria colectiva lo vivido este año. De todos modos, quizás sea inútil el ejercicio. Por eso aquello de no saber para qué se escribe.
El tiempo que vivimos ha despertado innumerables sensaciones. Desde el pánico por los contagios hasta la desazón más amarga por las incontables contradicciones, barquinazos, idas y vueltas. Desde la esperanza por algún tratamiento o vacuna, hasta la idea de que todavía deben aguardarse imprevisibles circunstancias -algunas muy dolorosas- en el futuro cercano. Y todo matizado por una grieta que sesga la información, confunde, siembra dudas y atemoriza desde los nuevos púlpitos casi sacrílegos de las redes sociales.
¿Por qué escribir sobre este año también disgregado, por momentos ridículo y por otros trágico? ¿Por qué repasar todos los acontecimientos de una distopía de la cual muchos -gobernantes y ciudadanos- parece no tener conciencia? ¿Por qué relatar el deterioro sanitario, social, económico, educativo, cultural y sobre todo político del país sin ingresar en lugares comunes ya hartamente discutidos? ¿Tendremos conciencia para evaluar la realidad de manera razonable cuando hemos padecido todos y cada uno de los acontecimientos que se abalanzaron sobre nuestras vidas? El 2020 nos suspendió la normalidad. Y quizás ya no retorne. Otro argumento más para preguntarse lo mismo que la protagonista de "El país de las últimas cosas".
Sin embargo, escribimos. Dejamos testimonio. Como lo viene haciendo LA VOZ DE SAN JUSTO desde siempre. Cuando la vuelta del almanaque marque esta noche el final del horrible 2020, este diario cumplirá 106 años de prédica periodística. Y seguiremos escribiendo, magullados pero esperanzados en que los anhelos de nuestra gente no pueden marchitarse por un virus. Quizás ésta sea la razón: al terminarse este increíble "año de las últimas cosas", es necesario reafirmar la convicción de que ningún virus nos impedirá decir la última palabra.