Virus, placebos y comunicación
Es imprescindible establecer pautas y criterios que eviten confusiones de la audiencia sobre tratamientos o medicamentos para atacar al virus que ha transformado la vida del planeta.
La muerte de un pequeño niño en una población de Neuquén supuestamente por haber ingerido dióxido de cloro, suministrado por sus padres para protegerlo de un posible contagio de coronavirus hizo estallar la discusión pública en torno a este producto, a sus nunca comprobados beneficios y también a la responsabilidad de algunos comunicadores en este complejo marco de la pandemia.
Todos los organismos sanitarios salieron a señalar que esta sustancia puede poner en peligro la salud de cualquier persona. Por ejemplo, desde Salud Ambiental del Ministerio de Salud de Córdoba, señaló que el dióxido de cloro no ha demostrado ser seguro o eficaz para tratar ninguna enfermedad. Y, además, algunas informaciones que se difunden por las redes sociales solo contribuyen a aumentar la confusión. Si se ingiere en concentraciones importantes este producto se pueden presentar cuadros digestivos severos, trastornos cardiovasculares y afecciones renales, e incluso puede derivar en la muerte de la persona.
Sin embargo, son muchos los que siguen defendiendo los supuestos beneficios de tomar esta sustancia. Desde curar el cáncer o el Sida hasta recuperar enfermos de malaria, diabetes, asma o autismo, entre otros males. Por supuesto, todas afirmaciones incomprobables desde el aspecto científico. Porque no existe ninguna prueba para afirmar que el dióxido de cloro sea eficaz contra el nuevo coronavirus o contra todos los males citados, según muchos especialistas. El 8 de abril, la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE. UU. (FDA) publicó un comunicado que indica que "no tiene conocimiento de ninguna evidencia científica que apoye su seguridad o eficacia", después de haber advertido por primera vez a los consumidores sobre este producto en 2010. La Anmat, en la Argentina, se ha expresado en el mismo sentido, señalando que no está autorizada para ninguna práctica médica.
No obstante, un niño ya murió en la Argentina por ingerir este nocivo compuesto. En Bolivia, médicos relatan que algunas personas intoxicadas llegaron a los hospitales luego de haberlo consumido. Y en otros países de América latina se están publicando crónicas periodísticas que relatan episodios similares, tanto con este producto como con otros placebos "milagrosos" de los que se promocionan sus supuestos efectos benéficos, algo que, por cierto, no se ha comprobado, por lo que se ingresa en el terreno de la superchería.
Peor aún, en nuestro país, una conocida conductora televisiva se embanderó a favor del consumo de esta sustancia tóxica y se filmó tomándola. Su irresponsabilidad manifiesta cobra significativa magnitud en virtud de que se hizo en un canal de televisión masivo. Si bien los estudios de comunicación de masas han comprobado hace décadas que no hay un efecto directo entre la exposición a un mensaje y la conducta del receptor, no es menos verdadero que en tiempos complejos como el que vivimos, se corporiza la posibilidad de que se produzca aquello del efecto de la "aguja hipodérmica", postulado en los primeros tiempos de la comunicación masiva por Harold Laswell. Por ello, es imprescindible establecer pautas y criterios que eviten confusiones de la audiencia sobre tratamientos o medicamentos para atacar al virus que ha transformado la vida del planeta.