Un día en la vida: Sur o no sur, esa es la cuestión
Dos artistas cruzan latitudes, saltando Ecuador al norte, Ecuador al sur. En algún momento sus caminos se unen pero se vuelven a separar. Pasan años hasta que se reencuentran, en el centro de la tierra llamado Córdoba.
Por Manuel Montali
Uno nació en una base militar en Fairbanks,
Alaska, y se vino a Argentina de niño con los ojos llenos de paisajes en
blanco. El otro nació en Buenos Aires y, unos cuantos años más tarde, se fue
para Vermont, Estados Unidos, también a llenarse los ojos con el blanco de la
nieve, además de los miles de marrones del otoño, los verdes del verano y los
otros millones de colores que le regala el bosque.
El primero era hijo de madre argentina y padre estadounidense que había sido objetor de conciencia en la guerra de Vietnam. Y anduvo por distintos lugares del norte antes de bajar a Argentina y Uruguay, para volver a saltar otra vez en los noventa hacia arriba, hacia el "indie" de Nueva York, por un tiempo, y regresar una vez más a Buenos Aires en el nuevo milenio, donde comenzó a sonar su voz grave a lo Leonard Cohen, y su música, cada vez con mayor frecuencia, alcanzando gran popularidad al poner la banda sonora para una novela que prometía mucha carne entre sus protagonistas (y que él llama desde entonces el "himno del cachondeo"). Su música, "desgenerada", se forjó con ritmos de todas las culturas, un guacamole en el que entran carne, frijoles, chuchufrito, habichuela, un poquito de manteca, cuatro cucharada e' milanesa y queso con frambuesa.
El segundo era descendiente del famoso Santiago de Liniers. Creció con la sensación ambigua de ser, al mismo tiempo, sangre de un héroe y de un traidor, sentimiento argentino si los hay: "Del éxtasis a la agonía oscila nuestro historial", como cantó la Bersuit. Quiso seguir el legado familiar en materia de leyes. Probó luego con comunicación y publicidad. Y empezó a hacer dibujitos y tiras cómicas. Dibujitos raros que no toda la gente entendía al principio, o al final, en los remates, pero que se hicieron una comunidad, un universo y una familia en su paso por distintos medios de comunicación. Dibujitos que se hicieron libros, más libros, hasta llegar a ser portada de alguna de las revistas más prestigiosas del mundo. Dibujitos que lo llevaron a trabajar e instalarse en Estados Unidos.
"Anduve por el norte, anduve por el sur. Como 'autogeografía' y en un eterno tour. Vi que no es solamente cuestión de latitud", canta Kevin Johansen en "Road movie", que de alguna manera resume esta vidas escindida entre dos extremos y el andar en tránsito permanente. Porque para él, y para el otro, que es Ricardo Liniers Siri, "Sur o no sur", esa es la cuestión: "Me voy porque acá no se puede, me vuelvo porque allá tampoco. Me voy porque aquí se me debe, me vuelvo porque allá están locos".
En algún momento, en el medio, se encontraron. Ambos se escuchaban y se (ad)miraban. Liniers había escuchado a Kevin en radio y luego lo fue a ver a un recital. Por su voz de barítono y el nombre, se esperaba un sueco grandote, pero el que salió fue el clon del "Piojo" Claudio López. La referencia, poco antes del Mundial 2002, era inmediata. Consiguió su email y le escribió, pidiéndole permiso para "bardearlo" en una historieta. Johansen recibió ese mensaje ya sabiendo quién era el otro, por su tira "Bonjour" en el suplemento "No" de "Página/12". La historieta, efectivamente, se publicó, con Liniers acusando al músico de llamarse Ramón Gómez y de haberse cambiado el nombre para hacerse el internacional.
Ricardo hizo el arte de tapa del álbum "Logo" de Johansen. Después hicieron un libro en conjunto, "Oops!", con letras de canciones del músico ilustradas por el caricaturista. Y ya por ese entonces les había surgido la idea de hacer lo mismo, pero en vivo. Kevin y su banda The Nada tocando, mientras Liniers dibujaba en un inmenso paño: Mc Guevara's o Che Donald's, Cumbiera intelectual, Chica rolinga. Y la gente subiendo al escenario para acompañar cantando y bailando hasta el fin de fiesta. Porque, como en "Cliché latino", a estos gringos argentinos se los puede acusar de todo, hasta de no entender nada, pero nadie puede negar que les gusta la pachanga.
Este viernes se reencontraron los polos después de varios años, el sur que fue norte con el norte que fue sur, en el centro de la tierra, en Córdoba, donde dieron un recital pintado en Sala de las Américas. Volvieron a hacer lo que saben, uno cantar y el otro dibujar, y también lo que no saben tanto, alternando sus papeles. Porque el humor, la buena onda, lo "macanudo" son también parte de su esencia. Las canciones y los dibujos (en "avioncitos") bajaron hacia el público, que festejó este encuentro coreando y bailando porque la ocasión lo ameritaba. Como suelen decirles, estos yanquis sudacas se mostraron, y se muestran siempre, ante la gente, como una simbiosis, o una síntesis. Sí, la síntesis con lo mejor de los dos mundos.