Seis décadas de amor y caridad
El Pequeño Cottolengo Don Orione celebra 60 años de un invalorable servicio hacia las personas con discapacidad en nuestra ciudad. Su obra se ha convertido en el faro orientador de una comunidad que se siente halagada de albergar el ejemplo más sublime de entrega, ayuda y amor del bueno a los más débiles y desposeídos.
El Pequeño Cottolengo Don Orione celebra,
este 14 de marzo, 60 años de un invalorable servicio de caridad hacia las
personas con discapacidad en nuestra ciudad. Seis décadas atrás, la decisión de
integrantes de la familia Boero Romano permitió que la ciudad comience a
albergar a una de las obras solidarias más importantes y extendidas. Que
trasciende fronteras e incluso los parámetros religiosos, para convertirse en
un símbolo de profunda humanidad.
Hoy en la gran casona de Urquiza y Juan de Garay residen unas 50 personas que tienen distintos tipos de discapacidad, algunas muy profundas, y que reciben el cariño esforzado de la comunidad orionita, así como el acompañamiento moral y económico de gran parte de la comunidad de San Francisco. Esto último merece ser destacado. Porque el Cottolengo Don Orione ha permitido a nuestra comunidad crecer en la unidad, en la conjunción de esfuerzos, en el apoyo al más débil, en la solidaridad y la caridad. Se trata de un acto de amor inestimable, pero también de una acción que conlleva en su seno verdadera justicia.
No es posible pensar la acción solidaria en San Francisco sin la presencia del Cottolengo Don Orione. De nuestro "coto". Una obra de amor monumental en la que religiosos y laicos no tienen otro interés que el de proveer mejores condiciones de vida a personas que sufren severos problemas de discapacidad. Y que llegaron por vías diferentes, pero que pasaron de inmediato a formar parte de una gran familia que las atiende, las defiende, las respeta.
La obra, edificada por Don Orione se sintetiza en esta frase del hoy santo de la Iglesia Católica: "La puerta del Pequeño Cottolengo no preguntará a quien entra si tiene nombre, sino solamente si tiene un dolor". En un tiempo en el que la palabra carece de valor y en el que el marketing determina la aparición de eslóganes de fácil recuerdo pero de poco contenido, el lema orionita asume una trascendencia sin par. Porque en esa obra se encuentran los más sagrados principios. Allí se reivindica nuestra condición de humanos, allí se hace notoria la caridad que supera cualquier diferencia y arrasa con el egoísmo y el odio.
No es posible relatar la historia reciente de San Francisco sin mencionar al Pequeño Cottolengo. Es que la ciudad tiene el privilegio de contar con una institución señera. Y la comunidad sabe apreciar el valor de su trabajo. El orgullo de albergar a esta obra monumental debe seguir traduciéndose en el apoyo sin miramientos para que la entidad continúe mostrándonos que es posible un mundo más humano, con más amor, con más alegría.
Tras 60 años aquí, la obra de Don Orione se ha convertido en el faro orientador de una comunidad que se siente halagada de albergar el ejemplo más sublime de entrega, ayuda y amor del bueno a los más débiles y desposeídos. El ejemplo de cientos de voluntarios a lo largo de este tiempo determina que quizás sea momento de dar vuelta una frase recurrente entre nosotros. Porque al "coto" no se va a llorar. Quienes se acercan conocen que allí la reina la alegría.