Quedémonos en casa
Vendrán tiempos difíciles. Psicosis, algo de temor, economía paralizada, incertidumbre. Estamos a tiempo para protegernos individualmente, pero también cuidando al otro. Parecía encerrado en un viejo arcón aquel primer deber ético del respeto al semejante. Aquello de amar al prójimo como a uno mismo. Es hora de desempolvarlo. Y de ponerlo en práctica.
El país ha ingresado en aislamiento preventivo obligatorio. Así lo anunció el presidente de la Nación luego de haberse reunido con los gobernadores de todas las provincias. Una situación inédita en la historia nacional. Una circunstancia que golpea y es dolorosa. Pero absolutamente necesaria frente a una amenaza invisible pero real. Peligrosa, pero no imbatible. Cuarentena ha pasado a ser el concepto más repetido.
Las dudas son lógicas. Nunca se ha vivido algo así en esta tierra. Y en muchas otras. Pero la impresión de la mayoría de nuestra sociedad es coincidente: en la fase actual es razonable intentar contener la circulación del virus por medio de medidas de distanciamiento social aun cuando generen angustias e inseguridades momentáneas.
El aplauso que se escuchó en las más grandes ciudades del país para quienes enfrentan la batalla en la primera trinchera -médicos, enfermeras, fuerzas de seguridad y tantos otros-, además de ser un gesto extraordinario, significó un bálsamo mientras se aguardaban las palabras presidenciales. Demostró este gesto que existe la convicción mayoritaria de que se está atravesando un momento especial, singular e histórico.
"Dios nos dio tiempo", dijo el primer mandatario. Y no desperdiciar este don significa cuidarse. Acatar lo dispuesto. Debemos los argentinos someternos a un aislamiento preventivo. Estamos obligados a ello. Así lo exige la hora, por más que en los últimos años nos hayamos relajado en materia de restricciones que empañaron la vida social y el respeto hacia el semejante. A pesar de la anomia, que en reiteradas ocasiones nos ha dado grandes dolores de cabeza. A pesar de los irresponsables y estúpidos que siempre existen. La estulticia es la única que reparte "indistintamente entre todos, con magnífica liberalidad, preciosos beneficios" como penas, pestes y verdugos, escribió con ironía Erasmo de Rotterdam hace mucho tiempo.
La serena actitud presidencial merece ser imitada. Porque con prudencia, pero también con firmeza, recordó que las medidas no son de cumplimiento voluntario. De eso se trata, de que la sociedad en su conjunto siga unida y serena, pero segura, en el objetivo de contener la pandemia. Y para ello, se requiere colaboración, responsabilidad y confianza.
Unidad es la palabra. En un tiempo dominado por la crispación, el desafío es dejar de lado las diferencias. Es posible que también la lucha se plantee en este terreno. La esperanza es que ceda la división casi interminable. Que un nuevo tiempo se abra cuando el virus deje de amenazar la salud y la vida de todos. Y que la grieta pase a ser, definitivamente, un mal recuerdo.
Vendrán tiempos difíciles. Psicosis, algo de temor, economía paralizada, incertidumbre. Estamos a tiempo para protegernos individualmente, pero también cuidando al otro. Parecía encerrado en un viejo arcón aquel primer deber ético del respeto al semejante. Aquello de amar al prójimo como a uno mismo. Es hora de desempolvarlo. Y de ponerlo en práctica.