Pobreza: drama, datos y funciones
Ni la indiferencia ni el clientelismo han demostrado ser eficaces para combatir la pobreza. Todo lo contrario. Y mientras más del 40% de los argentinos es pobre, el debate continúa enfrascado en una retórica espiralada que a ninguna solución conduce.
La Encuesta Permanente de Hogares del Indec informó que la pobreza subió cinco puntos y medio en un año y afectó a 40,9% de los argentinos en el primer semestre del año. Se trata, por cierto, del período más golpeado por la profundización de la crisis económica impulsada por las medidas para contener a la pandemia. En el primer semestre de 2019 había alcanzado a un 35,4% de la ciudadanía. La indigencia saltó casi tres puntos y golpea a un 10,5% de la población.
El informe da cuenta de que, a nivel país, en la Argentina hay 18,5 millones de pobres y 4,7 millones de indigentes. En doce meses quedaron bajo la línea de pobreza 2,6 millones de argentinos y bajo la línea de indigencia, 1,3 millones de personas. Estos guarismos señalan que el panorama de la pobreza en la Argentina ha retrocedido a los índices que se verificaban luego de la crisis de 2001, la más profunda y recordada de la historia.
El aumento de la cantidad de personas pobres en el país no es una sorpresa. Era esperable en virtud de la pandemia global y la extensión de las restricciones laborales y de circulación que se verifican en el país. Además, la medición marca los parámetros que se pudieron observar especialmente en el segundo trimestre de este año cuando la actividad económica se desplomó y millones de personas no pudieron conseguir el sustento debido a la caída en los puestos de trabajo y a la imposibilidad laboral de muchos cuentapropistas o empleados informales.
Tendría que ser un escándalo que 4 de cada 10 argentinos sea pobre. Más en un país con potencialidad para alimentar a cientos de millones de seres humanos. Pero los índices abrumadores repercuten cuando se difunden y luego todo continúa igual. Es decir, en el maremágnum vertiginoso de la vida nacional, la pobreza es admitida como una realidad externa a la que los distintos gobiernos no encuentran solución y que es ajena a las preocupaciones de los demás sectores de la sociedad.
Hace más de 40 años, el sociólogo alemán -radicado en Estados Unidos-, Herbert Gans, publicó un trabajo titulado "Las funciones positivas de la pobreza". Allí señala que el discurso dominante en las sociedades interpreta a la pobreza como un problema social a resolver, pero muchas veces se trata sólo de reclamos solo verbalizados que no promueven la acción. Ello, porque -según este autor- los pobres cumplen algunas funciones simbólicas como garantizar, por oposición, el estatus del resto de la sociedad o servir como eje de los discursos populistas que se refieren al pueblo o a los más necesitados como si la sola referencia bastara como garantía de compromiso social.
La indiferencia y el clientelismo son dos consecuencias de las citadas funciones. Y ninguna de ellas ha demostrado ser eficaz para combatir la pobreza. Todo lo contrario. Y mientras más del 40% de los argentinos es pobre, el debate continúa enfrascado en una retórica espiralada que a ninguna solución conduce.