¿Nos duele la pobreza?
Más allá de las estadísticas y los análisis políticos o económicos, la pobreza se trata de personas y de familias. De situaciones a veces dramáticas y hasta de hambre. Refleja con crudeza la desigualdad y la impericia de todos los gobiernos, desde hace décadas, para reducirla.
El índice de
pobreza se situó en 27,3% en el primer semestre del año según el Instituto
Nacional de Estadística y Censos (Indec). El dato numérico establece que se
ubica 1,6 puntos por arriba del segundo semestre del año pasado aunque 1,3 por
debajo del dato del primer semestre de 2017, cuando estaba en 28,6%.
Las cifras corresponden a la Encuesta Permanente de Hogares y no sorprenden. Son el primer guarismo que refleja el impacto de la crisis financiera y cambiaria que vive el país desde hace varios meses. Es más, el propio presidente de la Nación admitió que el porcentaje crecerá aún más en los tiempos que vienen, como consecuencia de la necesidad de adoptar medidas severas de ajuste, en el marco del convenio firmado con el Fondo Monetario Internacional.
Que existan casi 12 millones de personas pobres en la Argentina debiera ser un escándalo para nuestra sociedad. Sin embargo, como no hubo sorpresa en el dato numérico, tampoco parece haber reacción social al menos de conmiseración para con la enorme cantidad de habitantes de este país que viven a diario las penurias derivadas de la carencia de ingresos suficientes para alcanzar un nivel de vida digno.
El primer mandatario expresó al respecto que el índice "refleja las turbulencias y las dificultades que estamos atravesando. No es una noticia fácil, quisiéramos que fuese distinta, y quisiera poder venir a informarles que vamos avanzando en la reducción de la pobreza, como sucedió durante las mediciones anteriores". Señaló también que podría continuar aumentando el número de pobres en los meses venideros, pero que seguirá informándose el porcentaje. Fue contundente al diferenciarse de la administración anterior en ese sentido, al señalar que no se erradica la pobreza ocultando sus cifras como ocurrió durante el kirchnerismo.
Esto último es una verdad irrefutable. Y demuestra que el discurso populista utiliza para beneficio propio a los sectores más vulnerables. Sin embargo, es necesario recordar que la promesa del gobierno actual fue "pobreza cero". Se trató de un eslogan, es verdad. Pero también marcaba un objetivo que, a tres años, lejos está de acercarse. Por el contrario, las cosas no marchan en esa dirección.
Más allá de las estadísticas y los análisis políticos o económicos, la pobreza se trata de personas y de familias. De situaciones a veces dramáticas y hasta de hambre. No es un número solamente. Refleja con crudeza la desigualdad y la impericia de todos los gobiernos, desde hace décadas, para reducirla.
Peor aún. Nos hemos acostumbrado a la existencia de índices escandalosos como éste sin que a buena parte de la sociedad se le mueva un pelo. Hace algunos años, el eslogan de una campaña de Cáritas rezaba: "La desigualdad nos duele". ¿Le duele la pobreza a la dirigencia que ha llevado al país al tobogán permanente? ¿Duele en los demás ámbitos sociales de la Argentina? Desde el discurso, parece que sí. Desde la acción, salvo ejemplares excepciones, resulta mucho más difícil aceptar que la reducción de la pobreza y la desigualdad sea verdaderamente un objetivo prioritario.