No puede haber resignación
Todos los años, desde hace tiempo, las clases comienzan con sobresaltos. Todos los años, desde hace tiempo, la discusión a fines de febrero y principios de marzo es la misma. Y las cosas no han cambiado demasiado en la cuestión salarial, aspecto trascendente que cubre con su polvareda otros costados de la educación en un país cuya sociedad, al menos en algunos ámbitos, no se resigna.
Las clases deberían comenzar hoy en todo
el país. De hecho lo harán en algunas provincias que llegaron a acuerdos
salariales y en varios otros distritos, incluso en los que está declarado un
paro de 72 horas de los gremios de los maestros. Esto último porque es un hecho
comprobado que el acatamiento a las medidas de fuerza docentes no es el que los
sindicatos declaman. Sin embargo, teniendo en cuenta las circunstancias
socioeconómicas del país, es verdad que el reclamo por salarios más dignos
cobra mayor relevancia y solidifica la justicia que posee desde hace mucho
tiempo.
La educación es fundamental para el presente y el futuro del país. Es una frase hecha que no se baja de ninguna boca, ni periodística, ni política, ni sindical y también es repetida por una ciudadanía que, pese a ello, no parece -en determinados sectores- tenerla entre sus prioridades. En la realidad, muchas veces queda en una mera declaración que no se condice con lo experimentado. De todos modos, no puede pensarse un país en serio si ni siquiera el sistema educativo es capaz de abonar salarios dignos a maestros y profesores.
Para más, la imagen de la profesión docente sufre hoy una pérdida de imagen que se manifiesta públicamente en su pérdida de autoridad, palabra también bastardeada en el discurso público. Este imaginario social encuentra correlato en algunos aspectos de la realidad. En otros, se transforma en creencias imposibles de sostener pues no se valora el esfuerzo y la dedicación de miles de educadores que le ponen el hombro a las carencias, crean espacios de aprendizaje novedosos y atractivos, se preocupan por cada uno de sus estudiantes y por el derecho de todos los niños y adolescentes a recibir educación de calidad. También es constatable que en algunas provincias, las autoridades educativas mantienen una labor sistemática que pretende alcanzar aquellos trascendentes objetivos que son el pilar de sustentación de una sociedad.
Innumerables teorías pueden desplegarse para explicar la realidad del sistema educativo. Que tiene costados muy negativos. Pero al mismo tiempo ofrece aspectos valorables, la mayoría fruto del esfuerzo de directivos y docentes, evidenciados en acciones tendientes a mantener el tejido social, a reparar el daño provocado por el notorio deterioro sociocultural de las últimas décadas. Aun sin mucha "prensa" y no siempre en las mejores condiciones, dentro de las aulas y fuera de ellas se piensa, se discute, se enseña y se aprende. En tiempos de severas restricciones, no es poco. Aunque ciertamente no alcanza. Mucho más si se consideran los enormes desafíos que el siglo XXI ha comenzado a plantear con la irrupción de la inteligencia artificial y la robótica, por citar algunas cuestiones que modificarán la vida de las personas en un futuro muy próximo.
Reivindicar los hechos positivos es una manera de rebatir la idea peyorativa que se proclama en torno a la educación y a sus protagonistas. Porque, en ningún caso, puede ser positivo menospreciar la tarea del maestro como figura esencial en la misión de integrar la sociedad, impartir conocimientos y disminuir las diferencias. De allí la justicia de los reclamos salariales. Y también de allí la convicción de que la huelga decretada por los gremios docentes no es la mejor herramienta para hacer frente a los problemas. Todos los años, desde hace tiempo, las clases comienzan con sobresaltos. Todos los años, desde hace tiempo, la discusión a fines de febrero y principios de marzo es la misma. Y las cosas no han cambiado demasiado en lo referido a la cuestión salarial, aspecto trascendente que cubre con su polvareda innumerables otros costados -buenos y malos- de la educación en un país cuya sociedad, al menos en algunos ámbitos, no se resigna.