Los trabajos que nadie quiere hacer, tiene a sus valientes
Existen trabajos que son realmente extremos y son pocos los que se animan a hacerlos. LA VOZ DE SAN JUSTO entrevistó a trabajadores que se encargan de desagotar pozos negros y otros que trabajan en el cementerio realizando las sepulturas.
Por Stefanía Musso | LVSJ
Por
calle Lima al 300 se divisa un camión que es familiar para todos los vecinos de
San Francisco. Es un atmosférico y todos sabemos de qué es y para qué se usa.
Seguro la expresión desagradable no tarde en manifestarse en el rostro y
siempre nos preguntamos, "¿Quién tiene el estómago preparado para hacer esta
labor?".
A esa pregunta, LA VOZ DE SAN JUSTO tiene respuesta. Se trata de Andrés Juvencio Linares (49), uno de los más antiguos en la labor del desagote de cámaras sépticas y pozos negros. El lleva 25 años de esta indeseable labor en nuestra ciudad. Es el hombre que está ahí, soportando los olores más nauseabundos y observando cosas no tan lindas como insólitas.
"Este es un lindo trabajo, a mí me gusta", dijo entre sonrisas Andrés. Y lo dice desde lo más profundo de su corazón.
"Estás todo el día en la calle, te enterás de todo, estás en cada lugar. A veces, nos enteramos de los accidentes antes que el diario", bromeó.
"Siempre digo que vivo de la "mierda" de la gente y es verdad. Porque gracias a este trabajo pude progresar. Le doy de comer a mi familia que es lo más importante", reflexionó.
Un trabajo para fuertes
Andrés
lleva a cabo por jornada entre tres o cuatro trabajos y recolecta 10.000 litros
diarios. Con un cuarto de siglo dedicado a esta activada contó que se topó con
objetos imaginados. "No solamente hay materia fecal. Hay de todo. Cuando
trabajaba para la policía de Córdoba y nos pedían colaboración para desagotar
pozos en allanamientos, nos encontramos de todo, como armas, documentos de
identidad, carteras, billeteras. De todo".
Las anécdotas se multiplican. "Una vez me llamó una mujer diciéndome que el marido llegó con unas copas de más y se le cayó la dentadura en el inodoro. Cuando desagoté, la vi que venía por la cañería de la materia. La tomé con los guantes para que no se vaya a la cámara y la enjuagué un poquito pero no la desinfecté. En eso, el hombre me la pidió rápido y se la puso igual, feliz con su dentadura, a pesar de la mugre".
Lo que menos le gusta a Andrés de este trabajo es el desagote en las graseras de las pescaderías. "El olor a pescado me daban náuseas y realmente me descomponía, pero con el tiempo me fui acostumbrado".
Andrés es fuerte y nunca tuvo inconvenientes en su trabajo. Siempre protegido, ahora sumó el barbijo y cumple con las normas de bioseguridad. "Casi todos los días ensucio la ropa pero la dejo en el garaje y la lavo aparte".
En tiempo de pandemia, el desagotador confesó tener algo de miedo. "Estamos cerca de la gente pero también de las heces, que tiene muchos microbios y bacterias. Eso me da miedo".
Andrés Linares junto al camión con el cual hace los desagotes (Fotos: Manuel Ruiz)
Tabúes y prejuicios
Para Andrés, este no es más que un trabajo; pero para la sociedad suele ser un problema. También, su oficio le causó algunos conflictos con su familia y debió dar algunas respuestas cuando sus tres hijas eran pequeñas. "A los seis años, mi hija mayor -que ahora tiene 26 años- me pidió que deje de hacer este trabajo porque en la escuela le decían cosas muy feas. Tuve que sentarme con ella y explicarle que este era el trabajo de papá, que no tenía una carrera universitaria y que gracias a eso comíamos y pagábamos las deudas de familia", contó.
La oportunidad de Andrés para trabajar en este lugar llegó por su compañero de camión cuando era joven y estaba sin trabajo y no tenía estudios para acceder a otra cosa. "Cuando arranqué, estaba recién casado y solo mi esposa Cristina trabajaba como empleada de casas de familia. Empecé trabajando en un cortadero de ladrillos, pero quien era mi jefe me decía que eso no era para mí. Me fui a trabajar como albañil. En aquel tiempo ganaba $95 por mes, que era un montón pero mi amigo Gabriel Ledesma me invitó a trabajar en el atmosférico. Yo le dije que no sabía manejar pero él me dijo que no me preocupe, que me enseñaba. Así arranqué".
Andrés destacó que a cada casa que va para hacer su trabajo, lo tratan muy bien. De hecho, algunos les ofrecen comida, café y hasta propina. "Y yo me pongo a comer al lado del desagote. No me hace".
Pero por otro lado, hay otro que no quieren tener contacto. "Hay gente que te mira con desprecio, como si fueras un sucio. Te dice que hagas el trabajo, te da la plata antes y te cierra la puerta. Si uno no hiciera esto, sabes cómo vivirían. Uno tiene que decirle y mostrarle que está todo vacío y listo porque a veces no te creen", concluyó.
Sepulturero: "Un trabajo que se hace con respeto"
Omar Guettier y Francisco Defazio, los sepultureros del cementerio (fotos: Manuel Ruiz)
A cada trabajo, hay que ponerle una forma de energía distinta. En el caso de un sepulturero, lo rodean el silencio, el dolor y el respeto. Francisco Domingo Defazio, sepulturero de más de 30 años, es un hombre silencioso como obliga su oficio. "Mi trabajo es acompañar a las personas, meter el cajón dentro del nicho y otras tareas".
A sus 57 años, el sepulturero también dedicó su labor a la reducción de cuerpos y aún suele compartir con su compañero Omar Guettier, director del cementerio desde hace 12 años, la tarea de la exhumación. "Cuando el Poder Judicial nos comunica que va a hacer una exhumación por una autopsia, viene el médico forense y nosotros tenemos que entregarle el cuerpo. Ellos abren, hacen su trabajo y se van. El trabajo más feo es luego", comentó Omar Guettier.
"El ataúd se compone por el cajón de madera reviste otro metálico, de chapa galvanizada el cual es el que contiene el cuerpo. Tiene todo un trabajo para evitar que salga el olor espantoso", explicó el director del cementerio.
Pero cuando se abre el cajón, los sentidos perciben una situación irreproducible. "Muchas veces, nos colocamos una crema de alcanfor debajo de las fosas nasales para que no nos haga mal pero en algunas ocasiones tuvimos que tirar la ropa porque se salpicó con el líquido o queda impregnado el olor", expresaron.
Si bien los hombres se protegen con trajes y máscaras especiales, no hay forma de evitarlo porque el olor es fuertísimo. "Para que la gente entienda, es como el de un animal muerto multiplicado por diez. Si no hay moscas, basta con abrir un ataúd y aparecen 100", contó Guettier.
"Mi trabajo es acompañar a las personas, meter el cajón dentro del nicho y otras tareas" (Fotos: Manuel Ruiz)
Dolor y respeto
Para Francisco, que acompaña el féretro primero delante familiares y amigos del deudo, es parte del momento más difícil; el de la despedida. Él, hace propio el silencio y el respeto pero le resulta doloroso cada momento como a quienes están despidiendo al ser querido. "Duele mucho cuando muere un niño o un adolescente, porque la naturaleza no nos preparó para esto. Ver tantas caritas jóvenes llorando, hace mucho mal", expresó el sepulturero de 57 años.
Panchito, como le dice cariñosamente Guettier, perdió a su hijo hace 3 años. "Nosotros tampoco somos ajenos al dolor", expresó el director del cementerio.
Los entierros en el cementerio se hacen tradicionalmente en panteones o nichos pero también en la tierra, algo típico de los israelitas pero también de los indigentes. Para estos hombres, cuando una persona que está en esa situación fallece y es enterrada es muy doloroso. "Hay mucha soledad cuando se despide y es terrible soportar esa sensación", afirmó Guettier.
Sin comentarios
"Nosotros en casa difícilmente hablemos de nuestro trabajo a la hora del almuerzo compartiendo la mesa con la familia. Solo conocemos de cosas tristes y poco agradables". .
A pesar de los momentos vividos, Francisco nunca pensó en cambiar de trabajo porque para él el cementerio es muy valioso. "Para mí es mi segunda casa. No podría hacer otra cosa porque son muchos años acá dentro".
Desde enero hasta hoy, el municipio realizó 248 sepelios, casi la mitad de las sepulturas que realiza durante el año. Actualmente, en el cementerio hay una población de 35.000 cadáveres. "El número de entierros va disminuyendo año a año a causa de las cremaciones y la presencia de un cementerio en Frontera pero el trabajo hay que hacerlo y cuando le contamos a la gente, no imagina ni la más mínima parte de lo que hacemos", concluyó Guettier.