Los cordobeses que eligieron San Francisco para quitarse la vida
Un hombre llega al cementerio, proveniente de Córdoba. Al poco de ingresar, se escucha un disparo. El encargado encuentra a esta persona muerta. Nadie se explica por qué ha decidido venir a San Francisco solo para quitarse la vida. Pero eso es apenas la primera de muchas preguntas que surgirán en los días siguientes. La quinta del Ñato, capítulo 5: "Un misterioso pacto suicida".
Por Manuel Montali | LVSJ
Basta invocar un intento de historia de terror para que se cuele enseguida algún cementerio en medio. "Temele a los vivos, nunca te harán daño los muertos", canta León Gieco. Pero la fórmula no falla: cementerio, noche, gente que se mete donde no debería y termina muerta de espanto por alguna aparición o fenómeno paranormal.
De esas historias, nuestro cementerio también guarda algunos ejemplos, que han ayudado a extender varios mitos sobre la ciudad, como el de un supuesto índice de suicidios superior a la media, al que se ha tratado de explicar de muchísimas formas, asociándolo desde la geografía llana y e incluso de "pozo" hasta cuestiones sociológicas vinculadas a las raíces inmigrantes y el desarraigo.
Uno de estos hechos, muy comentado en su momento, ocurrió un viernes 15 de agosto de 1941, cuando un hombre ingresó al camposanto, en horas del mediodía. Los transeúntes ocasionales escucharon poco después un disparo. El encargado pensó en principio que se trataba de algún cazador, probando suerte en los campos cercanos. No obstante, al hacer una recorrida, encontró al extraño que acababa de ingresar, ya muerto luego de efectuarse un tiro en la sien. A su lado estaba el revólver empleado, junto a la típica carta de despedida destinada al juez para que no se culpara a nadie más que a él mismo, ya que se sentía "cansado de la vida".
Al llegar la policía y revisar las ropas del suicida, encontraron su libreta de enrolamiento, que lo identificaba como Enrique Maionchi, de 34 años. En su poder hallaron además un boleto de ómnibus, con punto de partida esa misma mañana en Córdoba. El sujeto, por alguna causa que no pudieron esclarecer, había viajado a San Francisco con la única finalidad de quitarse la vida en el cementerio.
La aparición de Constancia
Lo raro no terminó allí. Cinco días más tarde, alrededor de las 17 del miércoles 20, una mujer arribó al cementerio y pidió a los guardias que le indicaran el lugar en donde se había enterrado a Maionchi. Según algunos relatos de la época, un cuidador la acompañó y se retiró respetuosamente cuando ella se puso de rodillas y comenzó a orar.
Pasaron pocos minutos y la historia se repitió. Las personas que se encontraban en el lugar se sorprendieron al oír una detonación, y corrieron adonde estaba la mujer. La encontraron moribunda, con una herida en la sien derecha, junto a un revólver calibre 44. Llevaba consigo un papel escrito a lápiz con sus datos: Constancia P. de Colamagno. Se estableció que también había arribado de Córdoba.
Fue trasladada al Hospital Iturraspe. Por la gravedad de la herida, no recobró la conciencia. Dejó de existir el lunes 25.
Nunca se supo cuál era la historia que unía a estas dos personas, que a priori no tenían ningún vínculo acreditado. Durante días, los cafés estuvieron en estado de ebullición cuasi literaria. Se tejieron mil rumores en torno a ellos y al supuesto drama que los habría llevado a tomar la decisión más trágica en el cementerio de nuestra ciudad. La verdad no salió a la luz, pero para la mayoría no quedaron dudas: ambos suicidas habían remediado algún desencuentro, reuniéndose al fin del otro lado.