La tarde en que al "Loco" lo traicionó la cordura
La final de finales. El clásico. Argentina versus Brasil, después de décadas sin enfrentarse en el partido decisivo. Un DT loco por el juego de ataque y un caudillo que toma el lugar del ídolo del pueblo: un cambio táctico que, con seguridad, costará varias noches de sueño.
Por Manuel Montali
En "Aráoz y la verdad", de Eduardo Sacheri, el
protagonista recorre todo el libro, y su pasado, en busca de una respuesta:
¿por qué el ídolo de su equipo, el mediocampista de Deportivo Wilde, no cruzó a
un delantero rival y lo dejó correr directo al gol que los condenó al descenso?
Los interrogantes condicionales -¿Qué hubiera pasado si...?- en el mundo del
deporte, en la vida, son esos sueños de la razón que producen monstruos.
Estadio Nacional de Lima. 25 de julio de 2004. Final de Copa América. De un lado Argentina, del otro Brasil.
Primer tiempo: a los veinte minutos, Cristian "Kily" González abre de penal el marcador para la "albiceleste", dirigida por Marcelo Bielsa. En la última jugada de esa parte inicial, iguala Luisão de cabeza. Argentina no llega a sacar del medio.
Segundo tiempo: pasados los cuarenta minutos, César "Chelito" Delgado logra un merecido 2-1 para la "albiceleste". El banco argentino se abraza. Las cámaras empiezan a hacer tomas de la copa. Faltan menos de treinta segundos para que se cumplan los tres minutos de adición. La última pelota llueve al área argentina. Hay una serie de rebotes y una figura naciente, llamada Adriano, se acomoda el fútbol con la punta de su zurda y luego mete un fierrazo inatajable para Roberto "Pato" Abbondanzieri. Argentina no llega a sacar del medio.
Después, los penales fallidos y la primera de una larga lista de decepciones de Argentina en finales. Al año siguiente, y en 2007, volverá a caer en el partido decisivo ante su clásico rival (en ambos por goleada y con samba). No hace falta recordar, más acá en el tiempo, lo que pasó en el Mundial 2014 (en tierras brasileñas) y en las finales ante Chile en 2015 y 2016.
Volviendo a esa cita de 2004, hay un detalle que no aparece en los resúmenes. Poco antes del gol de Adriano, en el minuto noventa, Carlos Tévez es reemplazado por Facundo Quiroga. Lo que podría ser un cambio más de un equipo ganador, de esos tantos que se suelen hacer para perder segundos antes del pitazo final, no podría ser nunca "un cambio más" tratándose de Bielsa. Tévez, delantero y figura de esa selección, es reemplazado por Quiroga, un defensor. Es el dorsal de Quiroga el que se ve pasar de largo junto a Adriano, cuando éste pincha la pelota y sacude el zurdazo a la red.
Hasta el momento de la sustitución, el "Apache" venía enfriando el partido, asociándose con Andrés D'Alessandro lo más cerca posible del córner rival. Alguien, un comentarista, al ver el cartel que marcaba la salida de Tévez y el ingreso de Quiroga, había advertido: "Ése no es el cambio. Hay que defenderse con la pelota". En el fútbol, a través de los años, Bielsa se ha convertido justamente en sinónimo de esa sentencia: el ataque como mejor defensa. Esa tarde, el "Loco" actuó acorde a la lógica que demandaba el partido... Pero se traicionó y rompió su intocable línea de tres defensores. Quizá lo condicionó el fracaso previo y tan cercano de haberse mantenido fiel a sí mismo hasta el último minuto de la triste experiencia de Corea-Japón 2002, en la que se negó a hacer coincidir a los "romperredes" Gabriel Batistuta y Hernán Crespo incluso cuando Argentina necesitaba revertir el marcador ante Suecia.
En conferencia de prensa luego de perdida esa final con Brasil, alguien, un periodista, le consultó por ese cambio. Bielsa señaló lo obvio: que la última pelota había caído ahí, en el sector del defensor con nombre de caudillo. El DT, serio y en cuclillas en medio de los festejos prematuros del banco argentino, se había anticipado a ese centro. El tiempo le había dado la razón a ese "Loco", pero no el resultado.
Alejandro Dolina imaginó alguna vez un árbitro que basaba sus decisiones no solamente en lo que sucedía en la cancha, sino también en la línea moral y espiritual de sus participantes. Favorecía a los buenos y castigaba a los canallas. Creía en el propósito noble del universo.
Lamentablemente, acaso la única conclusión a la que pueda llegarse en este recuento arbitrario es que en el fútbol no hay fórmulas que garanticen el éxito, ni siendo fiel a uno mismo ni traicionándose. Tal vez el fútbol es fútbol, y la pelota, una caprichosa. Tal vez no hay destino ni conexiones calvinistas invisibles que inclinen la cancha hacia un arco u otro con la misma fuerza con que lo han hecho siempre la corrupción, los sobornos y cualquier otra intriga político-económica. Tal vez ni el fútbol ni la vida funcionan como una cuenta corriente a la que subyace una moral que premia a justos y castiga a pecadores... O sí, y por eso al mes siguiente la Argentina del "Loco", en las Olimpíadas de Atenas, logró por primera vez en la historia una medalla dorada en fútbol, haciendo del ataque (el ataque de los sueños) su mejor defensa, su mejor monstruo.