La proclaman, ¿la quieren?
La grieta se agiganta, la ideología aplasta al sentido común, algunas demandas sectoriales parecen tener más fuerza que el conjunto y la incertidumbre y el desvarío campean en la escena nacional. Poco ayuda la instrumentación de medidas que suman polémica al malestar social y agigantan las diferencias existentes, aprovechadas por los talibanes que existen en una y otra vereda ideológica.
El título interrogativo plantea desde el vamos la duda. El discurso de la gran mayoría de los actores públicos habla de que es necesario preservar la paz social. Sin embargo, mientras nos plantean que es tiempo de cuidar a los argentinos, de poner de pie al país, de caminar juntos y de continuar soportando las restricciones del aislamiento porque así preservamos la vida, los hechos muestran que la grieta se agiganta, que la ideología aplasta al sentido común, que algunas demandas sectoriales parecen tener más fuerza que el conjunto y que la incertidumbre y el desvarío campean en la escena nacional.
El mundo entero está viviendo una circunstancia de excepción. Nadie lo cuestiona. Del análisis primario de la realidad se puede constatar que lamentablemente la pandemia está mostrando la ineficiencia, inutilidad e impericia de algunos gobernantes de países líderes. Al mismo tiempo, el temor a que la cosa se les vaya de las manos determina que las restricciones a la libertad del ciudadano ingresen en el tamiz de las decisiones en los temas de interés público.
En este marco, poco ayuda que crezca la duda sobre quién gobierna efectivamente en el país. Tanto que el propio presidente debe salir a aclarar que no lo hace su vicepresidenta. Tampoco aportan las contradicciones y sinsentidos de muchas de las decisiones vinculadas con la cuarentena. Lo mismo con la instrumentación de medidas que suman polémica al malestar social y agigantan las diferencias existentes, aprovechadas por los talibanes que existen en una y otra vereda ideológica. Un ejemplo de lo alejada que está la dirigencia de las preocupaciones sociales es que mientras la pobreza descuella y el alimento escasea en sectores más vulnerables, la obsesión de cierta dirigencia en estos últimos días fue dominar el debate sobre lo que significa "soberanía alimentaria".
El furioso debate por la liberación de peligrosos delincuentes fue, quizás, el antecedente de que la crispación comenzaba a dominar la realidad nacional. Hoy, aunque soterradas aún, asoman las discrepancias en la coalición gobernante. Y también en los partidos de la oposición. El caso de la empresa Vicentin parece ser el reinicio de la disputa entre el campo y el gobierno nacional. Las declaraciones de los gobernantes del Área Metropolitana de Buenos Aires reviven la vieja disputa entre porteños y ciudadanos de tierra adentro, pero sin tener en cuenta, como casi siempre, al verdadero interior del país. Mientras la mayoría de los dirigentes gremiales parecen haber comprendido la gravedad de la situación, otros amenazan con incendiar una ciudad.
Asimismo, las cacerolas suenan, aunque no siempre se saben las razones. Hay discusión generalizada por los que salen a correr en la ciudad de Buenos Aires pero no por cómo salir de la extensa cuarentena. Se sigue apelando al clientelismo como el modo de aliviar las penurias de quienes más sufren. Los contagios generan terror en los que tienen que tomar decisiones y estupor en la ciudadanía que observa cómo la apertura y el trabajo deben seguir esperando o directamente retroceden a fojas cero. Además, los pronósticos sobre el futuro de la economía de un país en virtual default arrojan solo incertidumbre. Como si esto fuese poco, la inseguridad se florea como dato del presente.
Mientras el límite sigue corriéndose, la paz social se mantiene en un frágil equilibrio gracias a la paciencia y la convicción ciudadanas que recuerda las lecciones que brinda la historia y que muchos dirigentes parecen no conocer. Aunque algún iluminado diga que "la normalidad no existe más", el país ha sufrido demasiado la violencia y la intolerancia para no comprender que es necesario preservar la paz social, atributo esencial de la vida "normal" en comunidad.