La costumbre de la “sarasa”
La sarasa forma parte del repertorio de usos y costumbres de la política nacional. El verbo "sarasear" es habitual entre los componentes de una dirigencia intelectualmente pobre -salvo raras excepciones-, dogmática y apegada a prácticas alejadas de la institucionalidad, sin distinción de ideologías o camisetas partidarias.
Fue una simple anécdota. Pero en el contexto tan problemático y agitado de la vida institucional argentina cualquier episodio, por menor que sea, adquiere una relevancia notable. No quizás por sus consecuencias. Sí por la percepción de que se traducen en palabras determinadas prácticas que forman parte de las costumbres de los dirigentes políticos y gobernantes.
Minutos antes de que comenzara su exposición en la Cámara de Diputados para presentar el Presupuesto 2021, a Martín Guzmán el micrófono encendido le jugó una mala pasada. Sucede que el ministro de Economía estaba hablando con Sergio Massa, presidente del cuerpo, quien le avisa que no andaba el PowerPoint de la presentación. Ante esto, Guzmán, entre risas, le dice: "Yo también puedo empezar a sarasear hasta que esté". Rápidamente, el video y el audio se viralizaron.
La utilización del término "sarasa" posiblemente fue acuñado por la administración anterior. Cuando el ex presidente Macri o alguno de sus funcionarios inauguraban una obra señalaban que "esto no es sarasa", aludiendo a que en los primeros gobiernos kirchneristas se hizo un culto del relato por encima de lo tangible. El vocablo, por extensión, tomó un significado que para la mayor parte de la ciudadanía es el que refleja la inconsistencia y la ineficacia de la clase política: infinidad de palabras para no decir nada, utilización de argumentos falaces, virajes o barquinazos lingüísticos y discurso desconectado de la realidad. Es decir, puro "bla bla".
También existe otra acepción del término que podría caber en estos casos. Hace 60 años, en un boletín de la Academia Argentina de Letras, se señalaba que en el campo "hacer sarasa" significaba "hacer polvo". Por extensión podría aceptarse que el ministro de Economía comenzó a hacer trizas su imagen de "no saraseador" cuando sostuvo que no se iba a cerrar aún más el cepo cambiario y a las 48 horas el gobierno estableció duras restricciones en esa materia.
El funcionario encargado de la marcha de la economía del país, al utilizar ese verbo, pareció haber dado el examen de ingreso al ámbito de las declaraciones vacuas, las argucias del mensaje para disfrazar los hechos y las contradicciones discursivas. Además lo hizo frente al presidente de la Cámara de Diputados, quien bien podría ser el presidente del tribunal examinador, por ser uno de los personajes que mejor encajaría en esto de decir una cosa y hacer otra.
Se comprende, entonces, que la sarasa forma parte del repertorio de usos y costumbres de la política nacional. Y que el verbo "sarasear" es habitual entre los componentes de una dirigencia intelectualmente pobre -salvo raras excepciones-, dogmática y apegada a prácticas alejadas de la institucionalidad, sin distinción de ideologías o camisetas partidarias.
Repetimos. Es una simple anécdota. Pero hace ruido. Más teniendo en cuenta que el país sufre la debacle de la economía con una caída interanual de casi el 20% en el segundo trimestre del año y las perspectivas no son para nada halagüeñas para el futuro próximo, que podrían agravarse si los dirigentes continúan "saraseando".