La Casa del Niño y de Luis
Entre 1953 y 1961, Luis Sarmiento vivió en la institución de calle Avellaneda. Fue un chico que recibió el amor de madres y tías postizas. Más de cinco décadas después, volvió a su Casa para recordar aquel tiempo donde a pesar de los golpes de la vida vivió una infancia plena y feliz.
Por Ivana Acosta
A Luis Alberto Sarmiento la vida le pegó duro. Tenía apenas un año y medio cuando todo su mundo cambió de repente. Dejó de vivir en su casa de siempre para mudarse a la Casa del Niño con su hermanito Francisco, de 10 meses.
Atrás quedó su casita, el papá y su hermana Teresita que era un año mayor que él. La mamá quedó desdibujada en su vida porque a veces... digamos que a veces las cosas no salen bien y aun siendo niños hay que enfrentar desventuras y construir la vida de una forma diferente.
"Esta es mi casa, el lugar donde fui feliz", comentó a LA VOZ DE SAN JUSTO ni bien entró rumbo al patio donde jugó casi diez años de su vida, entre 1953 y 1961.
A esa Casa - así con mayúscula - llegó con su hermanito Francisco apenas un año menor "porque su papá no los podía cuidar". Siguiendo el "consejo de un juez", éste le dijo que "en ningún lugar estarían mejor cuidados que allí".
Iba a ser por un tiempo pero éste no tenía una aproximación. Se convirtieron en años para él y allí, entre las paredes de la Casa del Niño (que hoy funciona como guardería municipal y Sala Cuna) vivió feliz, creció, estudió, aprendió labores y valores.
Después de medio siglo, Luis regresó al hogar donde creció, y lo invadió la nostalgia
Ya pasaron más de 50 años de aquella época en una infancia que no deja de catalogar como feliz. De hecho recuerda cuando lo llevaron y le dieron - podría decirse - la libertad y fue a vivir con su papá: "Dos veces me bajé de la bicicleta en que me llevaba mi papá que vivía en barrio San Martín y me volví a mi Casa del Niño", expresó con nostalgia.
Él "quería estar ahí" porque allí era feliz: "Golpeaba las puertas pero ya habían cerrado y con mis manitos chiquitas nunca me iban a sentir".
Crecer siendo feliz
Luis Alberto volvió a entrar a su Casa y así se lo hizo conocer a las mujeres que estaban trabajando en la guardería. "Vengo a la Casa donde crecí", afirmó orgulloso mientras recorría el patio, el comedor, la cocina "donde peló tantas papas".
Vio los vestigios de una escalera que lo llevaba a la terraza y donde junto a Francisco jugaron e hicieron ejercicios durante mucho tiempo. Sin embargo, al mismo tiempo nada era como antes.
Recuerdos de un hogar. Volar en "la calesita" era de los juegos más entretenidos (Gentileza: Archivo Gráfico y Museo Histórico)
"Siempre me hace un choque entrar. Yo tengo una versión y veo esto de ahora, es un contrasentido con lo que viví aunque parezca igual", apuntó para luego contarnos dónde estaba la ventana en el ala de varones en la que dormían con su hermano.
Allí viene su primer recuerdo que lo remonta a la época en que estaban en su habitación junto con el pequeño Francisco. "Dormíamos juntos en la misma cama. Un poco para cuidarnos porque éramos muchos y yo aunque era mayor por un año, lo tenía que cuidar a él", detalló.
Vale aclarar que su habitación era compartida con otros 48 varones y las camas estaban numeradas: "Yo tenía la cama 18 y él la 22; Francisco siempre se venía a la mía. A veces nos dormíamos llorando por algún malentendido o una travesura, otras tantas lo hicimos riendo".
Pasaron 82 años de su inauguración y el tobogán está intacto, como en la memoria de Luis
Un nuevo hogar
Su voz cambia un poco (aunque no se da cuenta) cuando empieza a recordar aquella primera hora del mes de agosto de 1953 cuando su papá les comunicó que deberían quedarse en la Casa del Niño. En cambio, Teresita - su hermana mayor - viviría con papá, la cuidarían unos vecinos y todos se reencontrarían los fines de semana.
Su papá, que trabajaba en la Fábrica Militar, por esas cosas y vueltas extrañas de la vida quedó solo con tres niños. Acudió a un magistrado para que lo oriente ante la incertidumbre.
"Él le dijo sin dudar que los llevara a los varoncitos a la Casa del Niño que no habría mejor lugar donde los cuidaran que ahí", puntualizó Luis Alberto. El señor no se equivocó. Estuvieron mucho tiempo juntos aunque no sabían que el destino les tenía deparada otra sorpresa.
En la memoria de Luis está el detalle que los chicos de la Casa del Niño eran queridos por la gran mayoría de la gente, y nunca "le hicieron algún tipo de distinción". Su educación se centró en el Colegio Hermanos Maristas y estuvo en su cuadro de honor.
Incluso, aunque no tuvo mamá sí estuvo "madre Carmen" - una religiosa - que al irse o volver los fines de semana "le daba un beso en la cabeza y lo abrazaba con el calor de su sotana y el amor que solo ellas podían dar.
Los cumpleaños se celebraban con toda la pompa de la época
Quedan algunas penas
Hoy Luis tiene 68 años, se casó y tiene hijos... hasta nietos, y a uno de ellos pasó a buscarlo por el colegio después de visitar su Casa. Se jubiló siendo el jefe de una fábrica reconocida en la ciudad, eligió quedarse con todas las cosas buenas de la vida y las que lo hicieron feliz.
No obstante, hubo golpes que le tocaron asimilar. Uno de ellos fue cuando Francisco partió: "Mi hermano vivió unos 8 años acá. Después lo llevaron unos tíos y como era más travieso, mi papá lo mandó a Córdoba".
Su corazón pareciera que se hace añicos cuando lo dice. Es como una herida que jamás terminará de cicatrizar. "Son cosas que uno no se explica pero fue así. Terminó en otro instituto y quedó allá, yo no me explico porque no lo mandaron aquí si yo lo podía cuidar", agregó cabizbajo.
Mientras él vivió desde el año y medio hasta los 11 en la Casa del Niño, su hermano Francisco se fue a Córdoba e hizo su camino allá. La vida quizás fue un poco más dura con él porque incluso debió pasar por otro instituto para niños del cual eligió irse.
A fuerza de voluntad y del cariño de gente, de a pie logró redimirse llegando a ser director del Teatro San Martín de Córdoba. Es un hombre de bien, alegre y aun travieso aunque ya tenga 67 años.
"Hicimos dos vidas separadas. Quizás él lo sufrió más porque no tenía quien lo cuide, yo me las arreglé acá pero él tuvo que hacerse a un nuevo ambiente. Es un dolor que yo siento en el alma", enfatizó Luis.
Así era una clase de gimnasia en la Casa del Niño de antaño
Su universo
La Casa del Niño fue el hogar de Luis durante mucho tiempo hasta un día otro dolor más grande llegó a su vida. El primero había sido cuando debieron llevarlo allí a vivir, luego el de la separación de los hermanos que durmieron una última noche abrazados llorando. Al final llegó la otra despedida: "Un día madre Inés me dijo que preparara mis cosas porque tenía que dar mi cama para ayudar a otros niños que venían. Yo no entendía pero no me quería ir".
Su papá llegó en una bici y juntos se fueron rumbo a barrio San Martín. Lloraba. Literalmente lo arrancaban de su casa. Varias veces se arrojó y volvió a golpear las puertas del lugar pero nadie abrió.
Ahí empezó a entender que su historia debía seguir siendo contada en otro lado. "Soy un agradecido a ellos y a todos acá porque nos dieron la posibilidad de vivir en una casa, estar bien vestidos, tener una cama y comida calentita", subrayó.
Para Luis, "un niño necesita durante su infancia un juguete, una caricia, un abrazo y un beso". El amor - como el que le daba madre Inés - y el estudio "independiza a las personas y las hace libres", eso lo aprendió en la Casa del Niño donde "los mayores se interesaron por él". Esa es la herencia que le dejó su Casa.