La “bi-cuarentena” que recubre a San Francisco
Afuera del adoquinado, cerca de las calles de tierra y de los accesos a la ciudad el aislamiento tiene otra perspectiva. Las motos no dejan de escucharse y protegerse a veces se convierte solo en una expresión.
Por Ivana Acosta | LVSJ
Por ser parte de los trabajos que están exceptuados de no cumplir con el estricto aislamiento me ha tocado salir varios días a la calle. Los primeros días la imagen fue extraña porque algún que otro vecino miraba y reinaba el silencio a las 8 de la mañana, tanto que solo se sentía con claridad el paso del camión de los recolectores de basura.
A medida que salía de la periferia donde vivo y avanzaba al centro buscaba policías y me aferraba a ese permiso de la empresa. Después esa sensación pasó, me preocupaba más la vuelta a casa donde salía del diario y no se veía a nadie entre los bulevares, pero a medida que me alejaba se veían varias motos y gente "aprovechando el sol".
Para cuando llegaba al barrio y frenaba veía algunos chicos jugando un picadito en la vereda y algún que otro adulto como si nada pasara tirado en la vereda viendo el tiempo pasar.
Esos adultos son los primeros moralistas de las decisiones del presidente Alberto Fernández, los que "más actualizados" están sobre lo que pasa con el coronavirus pero también son los que más se arriesgan como si a ellos no les fuera a pasar. Y es una pena porque el ejemplo es pésimo.
Más allá de mi cuadra, las historias se repiten. Hay una franja horaria donde los chicos salen unos minutos y se meten adentro de casa. A otros ni les importa y siguen dando vueltas.
Los primeros días hubo a pesar de estas situaciones una tranquilidad que asombraba a todos y solo a la mañana se escuchaba el ir y venir de la gente que quiero suponer iba a comprar. Después de las cinco ya no había nadie en los alrededores y cuando la noche llegaba pesada y oscura sobre todos solo los grillos y el auto de seguridad privada se escuchaban.
Cuando terminó el feriado largo las cosas cambiaron y a medida que pasaron los días y se hacía presente el calor la gente más salía a la calle. Daba impotencia. Y la verdad que nadie está exento, hasta hay vecinos cumpliendo el aislamiento obligatorio porque viajaron a Brasil o algún país latinoamericano regresando "con lo justo" al país.
En las barriadas populares el aislamiento obligatorio tiene una forma de vivirse y sentirse
Historias que se repiten
Los lectores de LA VOZ DE SAN JUSTO pero también la experiencia propia de los periodistas y sumados los reportes policiales, dan cuenta que cuanto más se aleja uno del casco céntrico o del macrocentro la cuarentena adquiere otra forma y son menos quienes la cumplen.
Lo irónico es que en los accesos de la ciudad hay fuerzas policiales vigilando y la gente a veces desfila sin ningún permiso esquivando la autoridad. Es cierto que no puede haber un policía en cada cuadra, y también es cierto que los móviles y el megáfono en las barriadas de la periferia se escuchan, no obstante, el cumplimiento difiere.
En los barrios humildes la gente vive al día, con changas o en empleos informales. Son los adultos y jóvenes los que no cumplen y salen con barbijos en moto pero no por trabajo en la mayoría de los casos sino por vicio. Romper con lo establecido parece incrementar la adrenalina es una especie de ley no escrita.
Fuera de los bulevares se mezclan las historias
Muchas veces le comento a mi mamá, que lleva más de una semana sin trabajar ni salir más que al almacén por ser de un grupo de riesgo, "¿Se creerán los grandes vivos por no protegerse?" Y puede ser. Hace unos días pensaba que el coronavirus le afectó a prácticamente todo el mundo pero las recetas para combatirlo son diferentes. El nuestro es un país subdesarrollado y el acatamiento o no de la restricción de circular también habla de ese contexto; parar o no la economía fue y es una situación difícil porque no existen los fondos que países como Francia sí poseen.
Es cierto que salir a trabajar o no para muchos no es una opción, pero en estos casos pareciera que es más por el desafío mismo a las medidas ocultándose en un barbijo, escapando a los controles, creyéndose "más vivos". Por eso la visión romántica de la "cuarentena" no debe tapar estas realidades.
Eso sí. Cuando cae la tardecita y más aún después de las 21, ni los perros se escuchan en la calle.