Inseguridad enredada
Entre víctimas dolidas, con bronca algunas, resignadas otras y algunos pocos malhechores que se ufanan de atacar las bases de la convivencia, las redes sociales se transforman en un microclima que parece reflejar la sensación social de abatimiento que la inseguridad creciente genera.
Las noticias policiales han sido una suerte de "vedette" de este verano en la ciudad y la región. Hechos trágicos vinculados con la violencia contra la mujer, accidentes graves con saldos lamentables, estafas "tecnológicas", "cuentos del tío" y situaciones de violencia causadas por precoces delincuentes sobresalen del fárrago de informaciones vinculadas con la actividad de la delincuencia y las penurias de sus víctimas.
Pero sin tener mayor "prensa", un sinnúmero de hechos menores forman parte también del complicado cuadro de inseguridad que asuela a San Francisco y a varias poblaciones de esta zona del país. Arrebatos frecuentes, robos de distinta magnitud a viviendas y comercios, sustracción de vehículos especialmente bicicletas y motos se cuentan por decenas y son la muestra de que el problema de la actividad delictiva lejos está de ser una cuestión menor.
Sentirse inseguro en cualquier sitio es casi una constante. Y las consecuencias de esta sensación pueden llegar a ser dramáticas. Es que se vive en un estado permanente de alerta, que impide la distensión. La vigilancia permanente frente a lo que puede suceder genera un clima estresante. Además, si esta idea persiste en el tiempo, la idea de que nada cambiará y el acostumbramiento terminan por convertirse en compañeros inseparables de la vida social, con sus derivaciones negativas de depresión y falta de participación.
En este contexto, muchas víctimas de delitos de todo tipo encuentran en las redes sociales un camino para expresar lo que sienten, su bronca, su desánimo, su malestar por situaciones que han debido atravesar en las que perdieron bienes valiosos y hasta tuvieron riesgo de vida. Se cuentan por cientos quienes desde estas plataformas digitales plantean su caso y reclaman soluciones. Algunos otros solo muestran resignación. Otros tantos incluso publican datos certeros acerca de la identidad de los delincuentes, de las "negociaciones" que deben llevar adelante con estos sujetos para recuperar sus bienes previo pago y en algunas oportunidades se quejan abiertamente del accionar de las fuerzas de seguridad.
Las estadísticas del delito en la ciudad no paran de crecer. Esta verdad se concatena con los índices que la policía difunde, señalando que se consigue desbaratar y esclarecer una mayor cantidad de hechos. Esto significa que el combate se está dando, pero la realidad parece indicar que no alcanza. Entonces, los ciudadanos apelan al recurso de las redes sociales para expresar sus emociones en una conducta lógica de quien se siente perjudicado, vulnerado y humillado por los delincuentes, muchos de ellos menores de edad que se pavonean de sus acciones también en los mismos sitios de Internet, conocedores de que no pueden ser alcanzados por las normas penales vigentes.
Así, entre víctimas dolidas, con bronca algunas, resignadas otras y algunos pocos malhechores que se ufanan de atacar las bases de la convivencia, las redes sociales se transforman en un microclima que parece reflejar la sensación social de abatimiento que la inseguridad creciente genera. Así, enredados, entrecruzados y laberínticos son los caminos por los que la sociedad, por momentos impotente, debe luchar contra el fenómeno doloroso de la delincuencia.