Independencia, libertad y pluralismo
En medio de la pandemia que obligó a una cuarentena a la que algunos se aferran para no mostrar aún más la evidencia de su inoperancia, la incertidumbre domina el panorama. Así, el futuro -incluso el más cercano- no es tangible, es dificultoso preverlo.
Hace hoy 204 años, la Argentina se declaraba independiente de toda dominación extranjera. El histórico suceso de Tucumán abrió las puertas a una nueva nación. Un país que atravesó vicisitudes de todo tipo. Y que, pese a todo, sigue vigente al menos en la idea general de sus ciudadanos que aman esta tierra y luchan a diario para avanzar hacia un futuro promisorio, por más que el presente y sus sombras se empeñen en alejarlo cada día.
La independencia no puede ser solo motivo de un acto protocolar con ribetes escolares. Es necesario que el profundo significado de la palabra sea internalizado por todos los que nacimos aquí. Para que los cantos de sirena de algunos y las acciones de otros no sigan menoscabando la primigenia noción de libertad, de unidad en los objetivos más elevados y de pluralismo para el debate de todos los asuntos de índole pública.
También, en tiempos oscuros como el dominado por la pandemia, se impone desterrar la apatía y a asumir entre todos la responsabilidad que tenemos como sociedad en la construcción y mantenimiento de los grandes temas nacionales. No puede ser de otro modo, porque resultaría imposible pretender un cambio sin involucrarse en la transformación que la sociedad demanda.
La democracia vigente desde hace casi 4 décadas años en la Argentina ha discurrido un camino pendular. Un zigzagueo que ha determinado la pérdida de las esperanzas y alterado los espíritus. Que ha trastocado la idea de Patria, ha generado vaivenes institucionales y ha provocado división y disgregación. Como si no hubiésemos aprendido de la historia, el Día de la Independencia nos encuentra otra vez alejados de aquel ideal común. Recrearlo y redefinirlo a esta altura es una misión que los argentinos debemos cumplir para honrar a los que lucharon hace dos siglos y para legar a quienes nos sucederán en el futuro.
Aquella celebración de la restauración democrática de 1983 estuvo marcada por el comienzo de una nueva era que se presumía de recuperación. Así lo atestiguan las propias palabras inaugurales del ex presidente Raúl Alfonsín, pronunciadas cuando asumió el cargo en el Congreso: "El país atraviesa un momento crucial de su historia nacional: la línea divisoria que separa una etapa de decadencia y disgregación de un porvenir de progreso y bienestar en el marco de la democracia. El restablecimiento del imperio de la ley debe redoblar nuestros esfuerzos para enfrentar creativamente los problemas del ahora".
Resulta doloroso constatar que la Argentina, lamentablemente, no ha sabido enfrentar creativamente los problemas del ahora. En aquel discurso inaugural de esta etapa democrática, Alfonsín alertó sobre sobre los obstáculos para resolverlos, señalando que "el método violento de las élites de derecha o de izquierda se justifica a sí mismo con el triunfo definitivo y final, absoluto, de una ideología sobre otra y de una clase sobre otra". Es decir, si se impusiesen las corrientes de este tipo, sería difícil la "la aceptación de un sistema que deja cierto espacio a cada uno de los factores y hace posible así la renovación de los partidos y la transformación progresiva de la sociedad".
En medio de la pandemia que obligó a una cuarentena a la que algunos se aferran para no mostrar aún más la evidencia de su inoperancia, la incertidumbre domina el panorama. Así, el futuro -incluso el más cercano- no es tangible, es dificultoso preverlo. Reflexionar sobre esto en el Día de la Independencia podría constituir un viraje hacia la real vigencia de la libertad, la tolerancia y el pluralismo, conductas imprescindibles para el ejercicio de la verdadera ciudadanía. El ruego es el mismo con el que Alfonsín cerró aquel discurso primero de la recuperada democracia: "Con el esfuerzo de todos, en unión y libertad, que así sea".