En defensa del buen periodismo
En épocas de posverdad y de noticias falsas, el buen periodismo sigue siendo un eslabón central en la defensa de las libertades y de la democracia frente a las arbitrariedades y la corrupción de algunos poderosos.
En un artículo reciente publicado
en el diario La Nación, el periodista Pablo Mendelevich formuló una pregunta
esclarecedora: "¿Cuánto se sabría hoy de hechos de corrupción sin las
investigaciones periodísticas?". Y no solo se refirió a la última investigación
relacionada con los cuadernos de un chofer que destaparon una sucia cañería de
coimas y entramados oscuros de la actividad política y empresarial.
La Argentina y varios otros países del mundo entero deben al periodismo el haber desentrañado enormes nichos de negociados con el dinero público, así como actividades ilegales lideradas por gobernantes sin escrúpulos de ningún tipo. Son cientos los casos en los que la palabra periodística se anticipó a la Justicia, poder que también en numerosas ocasiones se vio envuelto en complicidades difíciles de explicar. Acomodarse al clima político de un momento determinado impidió que jueces y fiscales hicieran lo que debían, dejando en manos del periodismo algunas tareas que le son propias.
La libertad de prensa es una de las garantías esenciales de la democracia y del respeto a la institucionalidad. Es la primera libertad que se coarta cuando un autoritario asume el poder. Nuestro país conoce de sobra ejemplos históricos de ello. Pero no es el único. En la actualidad, esa libertad fundamental es atacada incluso por el presidente de la Nación que más ha hecho en la historia para protegerla. En efecto, Donald Trump afirma a cada paso su "odio" hacia la labor de la prensa y afirma que son su principal oposición, lo que originó una respuesta notable de más de 300 periódicos norteamericanos que se unieron para publicar editoriales para repudiar los ataques "twitteros" del mandatario. Coincidencia: allá por los años 90, el entonces presidente reelecto, Carlos Menem, aseguró también que le había ganado la elección a su principal oposición que para él fue la prensa.
La investigación periodística ha conseguido forzar situaciones judiciales que, de otro modo, hubiesen quedado en sombras. Las descalificaciones que se hicieron acerca de los cuadernos del chofer, y de sus condiciones para escribirlos, así como los cuestionamientos a un trabajo notable del periodista Diego Cabot son similares a los que recibieron en su momento los cronistas que investigaron el caso Watergate, el más célebre episodio de este tipo en el último medio siglo. Es más, se cuestiona incluso el "azar" que influyó para que el periodista tuviese en su poder los cuadernos, sin tener en cuenta que una simple cinta adhesiva en un picaporte fue el comienzo de la investigación del Washington Post que terminó con la presidencia de Richard Nixon.
Finalmente, no se trata de militancia ideológica, sino de buen periodismo. Tenga la visión que tenga sobre la realidad. Porque en el mismo plano pueden ubicarse aquellas investigaciones de colegas hoy enrolados en el kirchnerismo como la publicada en el libro "Robo para la corona" o la más reciente que permitió sacar a la luz las irregularidades serias en el listado de aportantes a la campaña de la actual gobernadora de Buenos Aires.
En épocas de posverdad y de noticias falsas, el buen periodismo sigue siendo un eslabón central en la defensa de las libertades y de la democracia frente a las arbitrariedades y la corruptela de algunos poderosos.