El western del lejano sur: el bueno, el malo y la bella
Eran leyendas del western norteamericano y vinieron a hacerse la América del Sur. Se afincaron en la Patagonia. Los sabuesos del Tío Sam les seguían la pista pero ellos iban siempre un paso adelante e inauguraron la modalidad de robos a bancos en nuestro país. Sus huellas se pierden en "El Dorado" de esta porción del mundo: Potosí.
Por Manuel Montali | La Voz de San Justo
Nadie había robado un banco en Argentina hasta la llegada de la "Pandilla salvaje". Eran personajes cinematográficos antes de que el séptimo arte inmortalizara el western. Robaban a lo grande sin matar a nadie. Compartían el botín y los amores. Como nuestros bandidos rurales retratados por León Gieco, eran también santos populares, "queridos por anarcos, pobres y pupilas de burdel". De Estados Unidos bajaron a la Patagonia. Podrían haberse dedicado a una vida tranquila, entre ovejas en los largos campos que aún esquivaban alambrados y líneas de mapas. Pero no pudieron, o no quisieron.
Eran Butch Cassidy y Sundance Kid. Aquí los conocían como James Ryan y Harry Place. Sus documentos los identificaban como Robert LeRoy Parker y Harry Longabaugh. Después de varios atracos célebres contra grandes compañías, escaparon en 1901 hacia esta tierra, tierra de la libertad, en los confines del continente. Con ellos venía Ethel o Etta o Edna, que según las versiones cambiaba de maestra a prostituta, y de pareja de Sundance a amante de ambos delincuentes.
Desembarcaron en Buenos Aires. Traían dinero. Compraron varias hectáreas en el valle de Cholila, en el noroeste de Chubut. Así como la Patagonia era un imán para inmigrantes, la cabaña del trío de la Pandilla Salvaje se convirtió rápido en un purgatorio de otras almas perdidas, incluyendo compatriotas que también debían alguna que otra cuenta al Tío Sam. Hasta entonces no llamaban la atención. En la Patagonia preocupaba más la incursión de chilenos y mapuches que un puñado de extranjeros distinguidos y con efectivo. Se cuenta que incluso el gobernador Julio Lezana, en medio de una gira en 1904, se alojó en la cabaña del trío y hasta bailó con la bella anfitriona.
Pero el juego estanciero no cuadraba con ellos y la vida pacífica les duró poco. Sus cabezas ya tenían un buen precio. Algunos investigadores les seguían la pista desde Estados Unidos y pusieron en circulación sus fotos en Argentina. Habían advertido a las autoridades locales que, cuando ocurriera un robo de banco o algo similar, ya sabrían de quiénes se trataba.
Fue en Río Gallegos, en 1905, cuando se cumplió la profecía. El primer robo a un banco en Argentina. Lo hicieron por inercia, seducidos por algún compinche o por obligación. La justicia los cercó... Ellos se despidieron de nuestro país con altura, robando el Banco Nación en Villa Mercedes, y escaparon por Chile hacia Bolivia. Allí trabajaron un tiempo como mineros hasta que, una vez más, volvieron a las andanzas. De la chica no se supo más nada.
Si hay una tierra que pudo parecerse en algo a la fantástica "El Dorado", en Sudamérica, es el infierno de túneles de Potosí. Es en esa región, en San Vicente, donde culminan en general las crónicas sobre los dos bandoleros, tras un asalto fallido y un largo enfrentamiento con soldados, en noviembre de 1908. Allí habrían matado por primera vez. Quizá eso fue lo que los condenó. Con numerosas heridas de bala, se cree que Cassidy terminó con el sufrimiento de su compinche y luego se suicidó. Por supuesto, no faltan los testimonios de quienes aseguran haberlos visto con bastante posterioridad a esa balacera. Tal vez, como en la poesía de Daniel Salzano, ya estaban rodeados desde mucho antes y no necesitaban ni ponerse un antifaz. ¿De qué les servía estar vivos si ya estaban muertos? A la inversa, en la muerte, encontrarían larga vida.
Y así fue. En cine les pusieron la piel Robert Redford y Paul Newman. Aquí fue Osvaldo Soriano, en su desopilante relato sobre el Mundial que no fue, el de 1942 en la Patagonia, quien imaginó a un hijo natural de Cassidy siendo árbitro en los encuentros que cruzaron a alemanes del Tercer Reich con mapuches, llevando un revólver a la cintura para imponer su autoridad ante jugadores que llegaban borrachos y con cuchillos. Probablemente, sus verdaderos hijos en esta tierra fueron Juan Bautista Bairoletto, Segundo David Peralta y todo otro bandido rural tan difícil de atrapar como alambrar estrellas en tierra de nadie.