El último friulano en San Francisco: “Tengo mi corazón dividido en dos”
Tiene 72 años y llegó a nuestra ciudad hace 69 con su familia. La pasta y el vino, la música y el idioma friulano que mantiene vivos Rinaldo De Monte.
Rinaldo Valentino De Monte espera con ansias octubre. Ese mes volverá por tercera vez, y con 72 años, a Artemia, un pueblo ubicado 20 kilómetros de Udine, la ciudad capital de la región de Friuli-Venecia Julia en Italia, donde nació y vivió hasta los 3 años cuando se embarcó en el vapor Mendoza hacia la Argentina junto a su madre Clea Diana. Aquí los esperaba su padre Eugenio ítalo, quien había llegado tiempo antes en busca de un futuro mejor.
"Si tuviera que morir hoy, lo haría en mi tierra", confiesa Rinaldo, el último friulano vivo en San Francisco y espera que sus hijos y nietos conserven la italianidad.
"Tengo mi corazón dividido en dos, mitad en Italia y mitad en la Argentina. Es difícil elegir uno de los dos países porque el primero es el que me vio nacer y donde tengo actualmente viviendo a los hermanos de mi padre y la hermana de mi madre, mis primos y demás familiares, y el segundo me dio la oportunidad de sobrevivir al hambre, a la penuria, a crecer con una educación y formar la familia que todo italiano anhela", cuenta Rinaldo.
En su casa de barrio Catedral, el hombre atesora libros del Friuli, de las costumbres de su pueblo y del dialecto. "Al friulano lo entiendo todo y cuando puedo, hablo en italiano porque no puedo dejar de ser quien soy", continúa.
Para mantener su ADN intacto, la cocina de su casa huele a salsa boloñesa y se escucha el hervor del agua que espera impaciente las pastas. "Soy un verdadero adicto a la pasta. Si fuera por mí, en esta casa se comería todo el día fideos con salsa acompañados de un vinito, porque no hay italianidad sin un buen vino tinto", bromea Rinaldo.
Construir un futuro
Rinaldo nació el 5 de abril de 1947 en una vieja casona de piedra de dos pisos en Artemia, un pueblo alejado de las grandes urbes italianas y próximo a Austria. La penuria que dejó la Segunda Guerra Mundial obligó a su padre Eugenio Ítalo a emprender el viaje hacia la Argentina en 1949, más precisamente a San Francisco, donde ya se encontraba su hermano, para trabajar como albañil. Al año siguiente, y tras 20 días de viaje, llegó Rinaldo en brazos de su madre Clea Diana, a bordo del vapor "Mendoza".
"Papá llegó a la Argentina con dos baúles, una bicicleta y su caja de herramientas. Nosotros trajimos dos valijas y en una de ellas, la máquina de coser de mamá. No teníamos nada y había que volver a empezar", recuerda el entrevistado.
El friulano aún conserva el pasaporte sellado cuando hizo los tramites de migración en el puerto de Buenos Aires. "Es un recuerdo muy especial porque no solo es la identificación que recibimos al llegar a la Argentina, sino que tiene un estampillado especial, puesto que era en conmemoración al centenario del fallecimiento del General José de San Martín. Es un documento histórico".
La familia construyó su casa en avenida 9 de Septiembre al 2100, construcción que aún pertenece a los De Monte. "Mi padre fue el encargado de fabricar la mesa y las sillas del comedor, las camas y de poner en pie la casa para nosotros porque en ese momento los italianos eran los encargados de hacer todo, siempre laboriosos pensando en un mejor futuro", evoca Rinaldo.
Con el valor del trabajo siempre presente, Rinaldo comenzó a trabajar a sus 12 años a la par de su padre. A los 20, pudo volver a su tierra natal y reencontrarse con su familia. "Fui por seis meses y aunque me iba quedar por más tiempo, me volví antes porque si no, por mi edad, tenía que hacer el servicio militar obligatorio en Italia".
"Soy un verdadero adicto a la pasta. Si fuera por mí, en esta casa se comería todo el día fideos con salsa acompañados de un vinito, porque no hay italianidad sin un buen vino tinto".
A los 65 años, un segundo viaje lo llevó a ver su querido pueblo, pero no era el mismo, ya que en 1976 el Friuli sufrió un terremoto que afectó gran parte de la zona norte de Udine. "Era otro lugar, diferente. Mucho de lo que conocí ya no estaba pero la casa de mi padre estaba aún en pie. Fue muy emotivo".
Con 72 años, va por su tercera visita a Artemia. Cree que será la última. "Ya estoy grande y tengo la necesidad de ir allá. Si tuviera que morir hoy, lo haría en mi tierra", se sincera. Sin embargo, su corazón partido le late fuerte cuando habla de su familia argentina, quienes seguramente harán honor a la italianidad que supo conservar Rinaldo.