El taco de Dios
Mundial de Fútbol. Un equipo del que no se espera nada llega conmocionado por un terremoto que ha arrasado a su país. Esta selección sabe que no juega sola. El número diez y la cinta son de la misma persona: el barrilete cósmico nipón.
Por Manuel Montali
Homare Sawa tenía 15 años en 1993 cuando debutó con la selección de Japón. A los 16, en 1995, jugó su primer Mundial. Era como esas motos pequeñas con caños de escape para derribar aviones: 1,65 metros de explosión.
En esa primera experiencia mundialista, con el número 7 en la espalda, comenzó como titular pero terminó mirando desde el banco la paliza 4-0 en cuartos de final con la que Estados Unidos les extendió una cordial invitación a armar las valijas.
Cuatro años más tarde, en su segundo Mundial, ya vestía la 10. No evitó que fuera una catástrofe. Solo un empate y dos derrotas por goleada para terminar en el último lugar del grupo.
En la tercera participación volvieron a quedar afuera en zona de grupos, pero al menos se dieron el lujo de hacerle set y partido a Argentina, con dos de Sawa. Sus primeros dos goles en la cita máxima, a los que sumó un tercero en la última fecha.
En la cuarta edición, otra vez afuera en primera fase con apenas una sola victoria, nuevamente ante Argentina, esta vez por la mínima.
Y llegó 2011 y el quinto Mundial para Sawa, el que nos interesa. No era un evento más. Un tsunami y un terremoto habían hecho un desastre en su país. Conmocionado, su equipo viajó a Alemania preguntándose si correspondía atender un compromiso deportivo frente a la magnitud de la tragedia.
Antes de cada partido, en vez de arenga, solían mirar videos de la catástrofe que vivía su país. Tras el triunfo en el debut, Homare le hizo un triplete a México en la segunda fecha. En cuartos de final le ganaron a la local Alemania, en semis a Suecia y, en la final, esperaba la favorita: Estados Unidos.
A lo mejor Sawa se acordó de su primera frustración mundialista cuando el equipo norteamericano se puso en ventaja a los '69. Sin embargo, Japón forzó la prórroga a los '81.
Estados Unidos empezó a acariciar el título con el segundo gol a los '104. Pero faltando solo '3 ocurrió el milagro. Con la 10 y la cinta en el brazo, con su 1,65 de explosión ante un equipo bastante superior en tamaño, Homare hizo un gol tan imposible que es probable que pueda fallarlo si se lo reproduce mucho en video. Porque eso es lo debería haber pasado. El disparo, desde el ángulo en que lo hizo, quizá no sorprende tanto por lo elegante como por lo oportuno. Es justamente un gol de película de Hollywood.
En un córner tardío, de esos que invitan a los arqueros a ir a cabecear como último recurso, Sawa corrió desde el primer palo hacia el vértice del área chica. Con el arco a su espalda conectó el centro de taco entre una maraña de piernas y mandó la pelota al fondo de la red. Hay pocos goles, en toda la historia de finales Fifa, mejores que ése.
El empate 2-2 llevó la definición a los 11 pasos, donde Japón se impuso 3-1.
Para Sawa -que se llevó todos los premios individuales- no fue casualidad que ganaran el Mundial, ese año, en esas circunstancias. Dijo que sintieron un conjunto de fuerzas involucradas y empujando en su favor para que alcanzaran la gloria. Lo lograron con hambre, sacrificio, responsabilidad y el taco de Dios.
Homare anunció su retiro al final de 2015, después de otra proeza: un subcampeonato Mundial. Japón arrasó con todos hasta la final. Ahí Estados Unidos se tomó revancha. Fue 5-2. Pero no cambia nuestra historia.
Sawa obtuvo las mismas medallas mundialistas que Diego Maradona y jugó más torneos que Antonio Carbajal, Lothar Matthäus y Rafael Márquez.
Por si no lo dijimos, por si hace falta, por si algunas fechas, nombres y delegaciones llaman la atención, estamos hablando de fútbol femenino.
Un dato final. Sawa obtuvo además la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, en donde también cayeron ante Estados Unidos. Las japonesas, campeonas del mundo, volaron a la cita europea en clase turista. En el mismo avión, en primera clase, viajaba el equipo masculino sub 23. Homare, moviendo las palabras como la pelota, había manifestado su esperanza de que, en caso de ganar la medalla de oro, les dieran el privilegio de volver en los mejores asientos... al menos por una cuestión de edad. No pudo ser. Pero tampoco cambia nuestra historia.