El coleccionista de piedras
Rubén Martini es un docente jubilado que desde hace 35 años resguarda minerales de todo tipo. Un apasionado de la naturaleza con alma de explorador.
Por Stefanía Musso | LVSJ
En San Francisco hay coleccionistas de todo tipo. Tenemos ejemplos
de antigüedades, radios, lápices, estampillas, entre otros. Pero también existe
uno que resguarda maravillas del mundo mineral como son las piedras.
Este es el caso de Rubén Martini, el docente jubilado, que encontró en estos tesoros de la naturaleza verdaderas joyas llenas de historia y belleza.
Su colección, por demás personal, lejos está de una clasificación propia de un estudioso porque sus miles de piezas son una pasión que trasciende cualquier libro de la ciencia.
Vitrinas llenas de piedras por todos lados. No están seleccionados por tipo sino por color; lo que recrea una especie de arcoíris natural con su brillo propio. Los tonos van desde la delicada verde aguamarina de las dioptasas o esmeraldas cordobesas, pasando por un cuarzo ahumado, una "capilla" de amatistas y las rodocrositas suben la tonalidad. Eso ocurre en distintos muebles, en todos los rincones de la casa del profesor. "Tengo piedras de todo tipo. Por ahí, los que más gustan es por su presencia visual o brillo pero cada una tiene una historia", dijo Rubén Martini.
Un explorador
En la colección del profesor, hay piedras de todo tipo y las consigue de diferentes maneras: un poco a modo de explorador, otras veces como comprador pero su artilugio es el canje de las mismas con otros fanáticos a lo largo y a lo ancho del país. "Recorrí y sigo recorriendo el país buscando piedras. Soy de los que buscan, no de los que depredan el ecosistema. Me apasiona recorrer lugares y todos mis viajes tienen que ver con la naturaleza, caminar las montañas pero el canje con otros fanáticos es lo mejor".
"Tengo un 20 % de piedras compradas, un 50 % halladas y el resto las obtuve por canje porque son un loco del intercambio".
Convertido casi un experto, el profesor es un apasionado de San Rafael, Mendoza. En ese lugar empezó su pasión; pero también de los tesoros naturales que ofrece el sur del país y del norte, como es el caso de Catamarca donde está la piedra nacional que es la Rodocrosita.
Sobre esta piedra rosa, Rubén aclaró que la especie de la Argentina es única en el mundo, porque es de la variedad estalactita. "Hay 25 especies en todo el mundo pero las que cuelgan en los techos de la caverna, solo se ven en nuestro país", destacó Rubén.
También hay piedras Uruguay, México, Perú y hasta un ópalo de Etiopia. Esta última un pequeño tesoro que enloquece al coleccionista.
Para Rubén, la pasión se divide en dos etapas: "Desde 1985 hasta el 2000 solamente busca piedras, pero desde hace 20 años me interesó por investigar cómo son por dentro".
Ahora el explorador es una especie de científico. "En el 2000 conocí a Selva Gayol, que es mi maestra de piedras y ella me enseñó a trabajarla, es decir, a cortarla, lavarla, pulirla. Con ella pude descubrir la belleza de cada piedra".
Y así fue. Las vitrinas de Rubén están repletas de ágatas con sus cortes. "Si no abrís una piedra, no sabés que tienen en su interior"
A las aulas y la plaza
Rubén se jubiló como profesor de electricidad del Ipef 50 Ing. Emilio F. Olmos luego de 32 años de ejercicio. Con la vocación a flor de piel, no puede con su genio como docente y por eso es común que las escuelas de la ciudad y la región le pidan que se acerque con algunos de los ejemplares para dar una clase especial sobre piedras.
Pero no solo los chicos disfrutan de sus piezas. Hace 7 años, Rubén es parte del Paseo de los Artesanos y en ella, ofrece todo tipo de piedras; desde las más coquetas hasta aquellos cristales tan buscados para terapias alternativas como el Reiki.
Algunas de las piedras de Rubén.
La que no fue
Rubén se saca y se pone los anteojos para ver con detenimiento cada piedra. Las mira con sutileza pero también con ojo crítico. Son 35 años de la primera vez que sintió que las piedras eran su pasión.
Una colección única de piedras en la ciudad organizada por colores.
La mirada está afinada porque aquella piedra que compró en su viaje de bodas a San Rafael, Mendoza, era falsa. "Me resultó llamativa una piedra que vi. Me la vendieron como que era una diamantina. Es hermosa, pero con el tiempo me di cuenta que era trucha, que son de esas piedras que se la venden a los turistas como si fueran reales porque son inexpertos. Pero a mí me atrapó y en ese momento nació esta pasión".
Apasionado por estos "regalos" de la naturaleza, el profesor disfruta de su colección, la que lo mantiene vivo y con el alma de explorador a flor de piel.