Economía: realidad, barquinazos y planes
Lo que se vive abruma y golpea muy duro. Fácil es decir que ha llegado la hora de terminar con los desencuentros y buscar alguna posibilidad de consenso en los temas centrales que afectan a la vida de los argentinos. Complicado es que se entienda el sentido de esta necesidad.
La directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, advirtió que Argentina "enfrenta desafíos muy dramáticos sin soluciones fáciles" y consideró que "la prioridad más importante es poner en marcha una agenda económica creíble". Entre los retos enumeró: una profunda recesión, las condiciones sociales están empeorando, los desequilibrios económicos están creciendo y también el divorcio entre el tipo de cambio oficial y el paralelo se está expandiendo".
El diagnóstico de la titular del polémico ente crediticio multilateral no escapa al que hacen la mayoría de los especialistas en la materia. Y también al que percibe la ciudadanía en su quehacer cotidiano. La crisis económica es profunda, de difícil solución y con variables que no hallan estabilidad, mientras el nivel de vida continúa deteriorándose. La pandemia vino a agravar algo que ya existía y que resulta imposible de soslayar por más que la conducta de los hombres públicos de la política pretenda lo contrario. Quitarse el sayo enrostrando la culpa en el adversario es "fulbito" para la tribuna. Al menos en este tiempo debería ensayarse algún gesto de grandeza para, al menos, encender una pequeña llama de esperanza.
Es que ni el FMI, ni los protagonistas de la política, así como tampoco buena parte de los dirigentes sindicales y empresariales tienen autoridad para tirar la primera piedra. En parte, con distintos niveles, la responsabilidad del descalabro argentino de las últimas décadas es compartida. Porque la ineficiencia ha sido una constante, la corrupción estableció prácticas nocivas para el Bien Común y la intolerancia creciente impide encontrar puntos de partida para revertir la empinada cuesta. Así, proyectar el futuro y no quedar anclados en el pasado es prácticamente imposible.
La versión edulcorada del Fondo Monetario, reflejada en la figura de su titular, tampoco asoma como la gran propiciadora del cambio. Solo se remite a recetar algo que es de cajón: la necesidad de poner en marcha una agenda creíble que apacigüe la crisis social profunda y garantice estabilidad macroeconómica. "La tarea más importante del país es que brinde una hoja de ruta para saber cuál es la dirección que está adoptando y cómo sabemos que está alcanzando el destino que se busca", enfatizó Giorgeva.
Es decir, la expresión del párrafo anterior no dice otra cosa que la Argentina debe terminar de andar a los tumbos, dando barquinazos cada vez más peligrosos. Lo que se vive abruma y golpea muy duro. Fácil es decir que ha llegado la hora de terminar con los desencuentros y buscar alguna posibilidad de consenso en los temas centrales que afectan a la vida de los argentinos. Complicado es que se entienda el sentido de esta necesidad. Es secundaria la discusión sobre los roles o responsabilidades que deben tener en este trance el FMI, tal o cual corriente política, determinado dirigente o grupo social. Todos son parte del problema. Y también deberían serlo de la solución.